La actriz que fue hija de una trabajadora sexual, hizo historia en los Oscar y rechazó la vida de Hollywood

Debutó en el cine como la hija de Bette Davis, le puso condiciones a su contrato en Hollywood, trabajó para directores como William Wyler y Alfred Hitchcock y abandonó todo para volver al teatro.

Teresa Wright.
Teresa Wright.
Foto: Archivo.

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La noche del jueves 4 de marzo de 1943, en el salón de gala del hotel Ambassador en Hollywood entre las estrellas reunidas para festejar la 15° entrega de los premios Oscar, estaba una joven actriz de 24 años que sonreía para los fotógrafos, incómoda por la atención que le prestaban. Pero Teresa Wright sabía que esa vez el revuelo estaba justificado y que su trayectoria ya no sería la misma tras la ceremonia de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, a la que había llegado nominada como mejor intérprete de reparto por su papel en la película Rosa de abolengo y como mejor actriz principal en el drama Ídolo, amante y héroe, y de la que había salido con la estatuilla por su trabajo en Rosa de abolengo en mano.

Ella, que afirmaba no tener interés en ser una estrella, se había convertido en una prácticamente desde su llegada a Los Ángeles. Desde su debut en cine como la hija de Bette Davis en La loba (1941), de William Wyler, Wright había alcanzado un récord inédito para la industria, que sigue sosteniendo hasta la actualidad: fue la primera actriz en ser nominada a un Oscar por las tres primeras películas en las que trabajó. El hecho de haber ganado la estatuilla, esa noche de marzo, solo confirmó lo que todo Hollywood ya sabía: Teresa Wright era un talento único, de esos que aparecen cada tanto y que resultan tan evidentes que no queda otra que celebrarla con cuanto premio esté dando vueltas.

Teresa Wright, una rareza en Hollywood

Para ella, sin embargo, el reconocimiento y la admiración de la industria eran sentimientos desconocidos, con los que no sabía como lidiar. Ni su paso por el teatro —donde comenzó con pequeños papeles y continuó con paso firme hasta ser protagonista de exitosas puestas—había podido borrar el trauma que la actriz arrastraba desde su triste y complicada infancia.

Nacida como Muriel Teresa Wright el 27 de octubre de 1918 en Manhattan, la futura actriz le contó muchos años después a Donald Spoto, su biógrafo oficial, que su padre había sido un vendedor de seguros que viajaba por todos los Estados Unidos y que se había separado de su madre al poco tiempo de su llegada al mundo. En su libro A Girl’s Got To Breathe: The Life of Teresa Wright (se puede traducir como Una chica necesita respirar), Spoto escribe que la propia Wright le había contado que a las dificultades causadas por la ausencia de su padre se le sumaba el hecho de que su madre se ganaba la vida como trabajadora sexual. Ese estado de situación, que según los recuerdos de Wright implicaba que a veces los clientes de su madre se quedaban en la habitación que compartían madre e hija, resultó en que la pequeña Muriel Teresa viviera con familiares que no tenían demasiado interés en alojarla.

Teresa Wright.
Teresa Wright.
Foto: Archivo.

Esa vida itinerante y solitaria complicó su escolaridad al punto de que Wright comenzó a asistir al colegio primario recién a los ocho años, y luego sus constantes mudanzas provocaron que abandonara un par de veces el liceo al que asistía con la ilusión de poder participar de las obras escolares.

La posibilidad de subirse a un escenario para escapar por un rato de sus circunstancias era una de las pocas cosas que la animaban. Y aunque un profesor le recomendó que dejara de soñar con la actuación y se dedicara, como muchas jóvenes de su edad, a aprender a usar una máquina de escribir, otros reconocieron su incipiente talento y la ayudaron a conseguir una beca para asistir a un conservatorio de arte dramático cuando, cerca de cumplir los veinte años, por fin terminó la secundaria.

En un principio, Teresa no estaba segura de querer estudiar teatro, porque tras años de desprecios familiares y baja autoestima, estaba convencida de que sus maestros le sugerían esa carrera porque no pensaban que fuera lo suficientemente inteligente para dedicarse a otra cosa. Y aunque su amor por la actuación pudo más que sus inseguridades y su poca confianza en sí misma y en los demás, lo cierto es que aquellos traumas iniciales influenciaron profundamente la marcha de su carrera en Hollywood.

Antes, en 1938, y tras participar de varias producciones de teatro regional, Wright comenzó a buscar trabajo en Broadway y eventualmente fue sumando experiencia con papeles secundarios en puestas exitosas. Fue en una de ellas donde un cazador de talento enviado por el productor Samuel Goldwyn la descubrió en escena y le propuso trasladarse a Los Ángeles para probar suerte en el cine. Goldwyn tenía ya un papel en mente para ella en la película La loba, protagonizada por Bette Davis. En 1941, Wright se sumó a la producción del film adaptado de la novela de Lillian Hellman para encarnar a Alexandra Giddens, la ingenua hija de la despiadada matriarca que interpretaba Davis.

Ante el evidente talento de la joven actriz, el productor se apuró a ofrecerle un contrato por cinco años, un periodo bastante usual para los acuerdos que se concertaban en el Hollywood de entonces. Lo que no era nada habitual en aquella época era que los actores impusieran condiciones en dichos contratos, y mucho menos las exigencias que la intérprete logró que se incluyeran en el documento.

“A Teresa Wright no se le requerirá que pose en traje de baño para los fotógrafos, a menos que esté en el agua. Ni se la captará corriendo por la playa con su pelo al viento. Tampoco posará en shorts, ni jugando con un perrito faldero, ni haciendo jardinería, ni cocinando, ni tampoco mirando sugestivamente a un pavo en el Día de Acción de Gracias. Tampoco vistiendo un sombrero con orejas de conejo por Pascuas, ni fingiendo una escena de esquí con nieve falsa mientras un ventilador hace volar su bufanda ni asumiendo una pose atlética mientras finge haber dado en el blanco con un arco y flecha”, decía el documento. El largo y específico agregado que la actriz hizo incluir en su contrato con Goldwyn tenía un objetivo claro: aunque no tenía demasiada experiencia en los usos y costumbres de Hollywood, Wright sí sabía cómo los estudios trataban a sus actrices por aquel entonces, explotando su belleza no solamente en beneficio de la promoción de sus películas sino también para darle publicidad a la fantasía que el cine industrial pretendía vender.

Los términos contractuales de una estrella atípica

“Nos intercambian como ganado y nos tratan como niños”, decía la actriz, acerca de los mandamases del negocio en el que recién estaba haciendo sus primeros pasos. El hecho de que el productor aceptara sus términos contractuales fue casi un milagro impulsado por el creciente interés de sus competidores en la joven actriz sobre la que William Wyler, el director de su primera película, opinó en un reportaje con The New York Times que era la más prometedora intérprete novata con la que había trabajado en toda su carrera.

Herbert Marshall, Teresa Wright y Bette Davis en "La loba".
Herbert Marshall, Teresa Wright y Bette Davis en "La loba".
Foto: Archivo.

Tras el estreno de La loba, los críticos estuvieron de acuerdo con Wyler y lo mismo pensaron los votantes de la Academia de cine, que la nominaron por primera vez al Oscar en el rubro de mejor actriz de reparto. Claro que lejos de regodearse en sus logros tanto frente a las cámaras como en las salas de juntas, Wright tenía una explicación sencilla para justificar su resistencia a aceptar los juegos y manipulaciones de Hollywood. Para ella existía una clara distinción entre estrellas y actores, y si los primeros estaban preparados para hacer fotos seductoras y codearse con los columnistas de chismes ella, en cambio, no estaba interesada en la fama que esos trucos le conseguirían sino en perfeccionar su capacidad actoral. “Tenía que esmerarme y trabajar en mi habilidad interpretativa, porque era lo único que tenía para ofrecer”.

Su actitud no le ganó demasiados amigos en Hollywood. Más allá de su notable y sostenido éxito en films como el magnífico La sombra de una duda, de Alfred Hitchcock, y Lo mejor de nuestra vida, otro proyecto dirigido por Wyler, la maquinaria de publicidad y promoción de la industria del cine la observaba con suspicacia. En respuesta a lo que consideraban un ataque directo y un desprecio claro por su poder de persuasión, los columnistas de chismes solían insinuar que, si Wright no participaba de sesiones fotográficas glamorosas, no era por su ética profesional sino debido a un supuesto defecto físico que estaba tratando de ocultar.

Lo cierto es que la no tan silenciosa batalla entre la actriz y el statu quo de la industria terminó por afectar su carrera. En 1948, Goldwyn dio por terminado su contrato aduciendo que ella no se esforzaba por promocionar los proyectos en los que participaba a lo que Wright contestó que el problema eran justamente esos proyectos que ya no tenían otro objetivo más que el de alcanzar el suceso comercial y que estaba contenta con el final de su asociación con él, porque esperaba desde ese momento en adelante poder trabajar con productores que probablemente le pagarían menos pero la tratarían con más respeto.

Marlon Brando y Teresa Wright.
Marlon Brando y Teresa Wright.
Foto: IMDb.

En un sentido, su predicción fue acertada: en 1950, cuando protagonizó el film Vivirás tu vida, la película que marcó el debut cinematográfico de Marlon Brando, el sueldo de Wright fue de 20 mil dólares, cuando hasta ese momento le pagaban 125 mil por encabezar un elenco. En cuanto al respeto que tanto ansiaba, las cosas no salieron como las había planeado. Como actriz independiente del sistema de estudios Wright trabajó en la comedia La actriz, de George Cukor en la que a los 34 años le tocó interpretar a la esposa de Spencer Tracy, que por entonces tenía 53, y a la madre del personaje de Jean Simmons, que era apenas 10 años menor que ella. La calidad de las propuestas que le llegaban entonces no estaban a la altura de sus expectativas ni de su talento.

“Mi actitud era la de ser la Juana de Arco de Hollywood, pero en realidad lo único que conseguí con mi resistencia e intento de rebelión fue demostrar que era una actriz que estaba dispuesta a trabajar por un salario más bajo”, explicó la intérprete en 1969, desilusionada con Hollywood. Aunque Wright siguió apareciendo en cine esporádicamente, para mediados de los años cincuenta su foco volvió a estar puesto el teatro y eventualmente también en la televisión, el nuevo medio que le permitía priorizar sus proyectos en Broadway. Allí, sobre el escenario, la actriz que había sorprendido al mundo, y a ella misma con su suceso inicial en Hollywood, siguió buscando el respeto y reconocimiento que persiguió durante toda su vida.

Teresa Wright falleció en el 6 de marzo de 2005 a los 86 años, productor de un paro cardíaco.

Natalia Trzenko, La Nación/GDA

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