Era gracioso y no precisaba grandes diálogos para lograr la carcajada. Ni siquiera acordarse de la letra. Es que a Ricardo “Cacho” Espalter, que justo hoy cumpliría 100 años, le bastaba mover una ceja para hacer reír. Ese don —el de contener todo el humor en el rostro— fue su sello. Y, quizás, su condena.
Su carrera tuvo un alcance regional a partir de su explosión en Argentina como integrante de una de las grandes exportaciones culturales locales: Telecataplúm. Fue el comienzo de un recorrido televisivo que tendría hitos como Jaujarana, Comicolor, Hupumorpo, Hiperhumor y Decalegrón.
En ese periplo dejó personajes inolvidables como Toto Paniagua (“mañana si quiero vengo y si no… no vengo”, era su frase de salida) y Pinchinatti, aquel político ficticio que convocó multitudes, además de participación en sketches históricos como “Las Rivarola” (¡era Marieta, la hermana sorda!).
Antes de todo eso, Espalter, (que nació en Eduardo Acevedo y Durazno el 14 de abril de 1924), trabajó en UTE, integró el Club del Teatro y fue durante una gira de ese grupo por Argentina que lo descubrieron los hermanos Jorge y Daniel Scheck. Renunció a todo y se volvió una de las figuras centrales del primer Telecataplúm.
Cumplía, además, con el estereotipo del payaso triste (en el caso de él algo enojado), y tenía un aspecto serio, con fama de olvidadizo y de estar incómodo con tanta exposición pública.
El compañero
“Los pilares de Telecataplúm fueron Espalter, los Lobizones, y después el elenco”, le contó a El País Cacho de la Cruz, quien comenzó a hacer televisión en la misma época que Espalter y fue parte de la troupe del programa durante las presentaciones en Buenos Aires. “Como compañero, era excelente. Lo respetaba mucho, y creo que todo el mundo lo hacía, porque era un tipo muy capaz. Siempre integró equipos, quizás porque balbuceaba, decía la letra incompleta. Y quizás por eso, también, en América no hay nada que se compare a Espalter”.
También lo recuerda muy recto y disciplinado; no le gustaba ni la noche ni la fiesta: “Cuando íbamos a Buenos Aires, dentro del elenco había pícaros -entre los que me incluyo- y salíamos de noche pero él no aceptaba nada de eso”.
El actor gestual
Julio Frade, quien no había cumplido 20 años cuando conoció a Espalter y se integró a la troupe de Telecataplúm y fue su compañero de pantalla y escenario por 51 años, lo define así: “Su humor estaba en su rostro. Hubiera sido ideal para estudiar con Marcel Marceau, porque lo suyo era la pantomima. Era muy serio y tenía muy mala memoria, pésima. No se acordaba de nada”.
El desmemoriado
Esa característica de no acordarse de la letra es una que recuerdan todos sus compañeros. Gabriela Acher, colega en Telecataplum y en otros proyectos, comenta que en algunos sketches, Espalter nunca le daba el pie para rematar: no importaba, dice, porque lo solucionaba con un gesto.
Para Frade, además de olvidadizo, a Espalter le gustaba la improvisación. Cuando hacían el sketch del bar en Decalegrón, “a veces me pedía que no le adelantara el tema que iba a hablar para que lo agarrara de sorpresa. Era muy natural actuando, y esa parte la improvisaba. Yo le tiraba el centro y él nunca dejó de cabecear para hacer el gol”, comenta Frade. Junto con Acher son los únicos sobrevivientes de aquel elenco original.
Pero para Cacho de la Cruz, la falta de memoria de Espalter es una exageración, un mito. Lo dice por experiencia ya que solían repasar libretos juntos.
“Él sabía la letra”, dice. “Creo que le agrandaron eso un poquitito. Pasa que él podía decirte una frase entera, solamente con gestos; por eso, dentro de todo Telecataplúm, él era la figura”, agrega.
Franklin Rodríguez, quien compartió escenario con Espalter en teatro y escribió su biografía (El comediante: la biografía imposible de Ricardo Espalter, ed. Planeta), comenta que esa falta de memoria no se limitaba a sus parlamentos. Por eso le puso “imposible” al título del libro. Solía cambiarle el año a sus anécdotas que empezaban transcurriendo en 1991 y después, por ejemplo, pasaban a 1966 o a fecha desconocida.
“El día del estreno de El corrupto, la asesina y su amante que hicimos en el Stella, sería 1997, 1998, Espalter que hacía de un inspector inglés sale a escena y le digo: ‘¿Y quién es usted?’. Y cuando me mira le vi el silencio en su cabeza; no se acordaba. ‘¿Qué quién soy yo?’, empezó a decir, y lo repetía; sale de escena, va donde estaba la chica que pasaba la letra y le dice: ‘¿Cómo me llamo?’. La chica le responde ‘Espalter’; y él dice ‘no yo, el personaje’”.
El compinche
Graciela Rodríguez lo conoció cuando ella empezaba en televisión y él era figura en Decalegrón. Era callado y serio, a diferencia de ella, pero eso no evitó que se hicieran compinches. “Un esbozo de su boca hacia arriba significaba que se estaba matando de la risa. Porque no mostraba si se reía”, comenta.
“Un día caminábamos por la vereda del canal, que es muy angosta, para irnos, y le empecé a gritar pavadas: “Cacho, nos separan otra vez, te vas con tu familia y me dejas sola. Yo ya no aguanto más esta situación”. Y él se ponía colorado y hacía gestos para que no siguiera. Pero en el fondo se reía, y al otro día me decía: ‘no madurás más’”, recuerda Rodríguez.
Además de bromas, con Espalter también fueron amigos. “Venía del juzgado, de divorciarme, y cuando llegué estaba él en el auto con Ruben García que tenía una bandeja de sándwiches, y él una bolsa. Me habían traído unos videos de cuando fueron a Chile y a Argentina, y me acompañaron ese día”, recuerda.
Para Franklin Rodríguez, el gran debe de Espalter fue ser considerado por el público como un actor serio. “Nunca logró hacer una obra así, porque siempre se caía la producción”, dice, y agrega que su apartamento de la calle 21 de Setiembre estaba lleno de obras de arte, otra de las pasiones de Espalter.
“Trabajó en la película Ecos del silencio, donde hacía del padre de Gardel; y aparecía Escayola en la pantalla y la gente comenzaba a reír”, recuerda Rodríguez. Mismo resultado tuvo en En la puta vida, la película de Beatriz Flores Silva que hablaba de tráfico de mujeres a Europa. “Era todo un drama hasta que en el final la protagonista espera la salida del presidente uruguayo para decirle 'Ayúdeme'. Baja la ventanilla y era Espalter con bigote, la gente se mató de la risa: era igualito a Pinchinatti”, comenta Rodríguez.
También tuvo un papel en una de las películas más importantes del cine uruguayo, El dirigible.
Pinchinatti, el "político" inolvidable
Si hay personajes en la carrera de Espalter, y hubo muchos conocidos como Toto Paniagua o Marieta Rivarola, generaciones crecidas en la década de 1980 lo recuerdan por Pinchinatti, un político ficticio y gracioso que parecía real y serio.
Era el presidenciable en las elecciones de 1989 del Putismo, la ideología del Partido Único de los Trabajadores. Lo que empezó como un sketch terminó en actos multitudinarios y hasta muchos ciudadanos anularon su voto poniendo su papeleta. No le hubiera dado para un diputado, pero podría haber andado cerca.
Tenía bigote y todos los clisés atribuidos a los políticos promedio, y un jingle que seguramente se recuerde más que el de cualquier otro candidato, de esa época y las siguientes. “Pinchinatti también tiene madre/ Pinchinatti también tiene fe/ Pinchinatti es un hijo de pueblo/ Pinchinatti trepa/ yo lo votaré”.
A Eduardo D’Angelo, otro eterno compañero de Espalter, se le ocurrió que el candidato saliera del estudio y estuviera en contacto con sus partidarios.
“Después del almuerzo, caminábamos todos vestidos como los personajes hasta la plaza de los bomberos. La primera vez había un escenario chiquito, para la siguiente vez ya vino un ómnibus y había un escenario gigante. Y después hasta había vendedores con llaveros, vinchas, gorros, de todo”, recuerda Graciela Rodríguez.
El “cierre de campaña” fue en el Palacio Peñarol.
“El discurso, que estaba escrito, salió impecable”, recuerda Frade. “Y el personaje llegó a tener tanta popularidad que se tuvo que aclarar que era mentira antes de las elecciones porque había mucha gente que lo quería votar. Incluso alguno lo votó”.
Espalter falleció el 10 de marzo de 2007 en Maldonado, donde estaba radicado, producto de una insuficiencia renal, y tuvo una despedida lejos de la aclamación que se le da a otros. Él lo quiso así, un payaso serio haciendo mutis por el foro y dejando atrás un montón de risas de muchas generaciones. Y así, nadie se va solo.