Es una de las voces esenciales del rock argentino y se prepara para volver a Uruguay con una minigira por tres ciudades. Nito Mestre, exintegrante de Sui Generis y cantante de clásicos como “Hoy tiré hojas viejas” y “Fabricante de mentiras”, celebrará los 50 años del histórico Adiós Sui Generis —el recital del Luna Park que marcó la despedida del dúo y que quedó plasmado en tres discos y una película— con tres shows: el jueves 14 de agosto en la Sala Zitarrosa, el viernes 15 en Pueblo Narakán de Punta del Este y el sábado 16 en el Teatro Macció de San José.
Será la tercera vez en menos de un año que Mestre se presenta en Uruguay: en noviembre agotó la Zitarrosa con un homenaje a Vida, el debut de Sui Generis, y en enero volvió con un recital en Narakán que recorrió toda su carrera. Esta vez interpretará canciones de aquella despedida de 1975 —como “Confesiones de invierno”, “Aprendizaje”, “Canción para mi muerte” y “Rasguña las piedras”—, además de temas de Ha Sido, el disco inconcluso del dúo, y otros éxitos propios. El show también tendrá una novedad: el debut del tecladista Manu Pineda, que se suma al cuarteto que lo acompañó en sus visitas recientes.
Sobre esta gira, el recuerdo de aquel concierto con Charly García y algunas historias insólitas, va esta entrevista.
—Esta va a ser tu tercera visita a Uruguay en un año. Antes de eso, hacía bastante que no venías. ¿Qué balance hacés de tu relación con el público local?
—Aunque había tocado antes, siento que mi vínculo empezó en 1981 con un evento muy fuerte: el reencuentro de Sui Generis en el Franzini. Después vine muchas veces, e incluso grabé un disco en vivo en el Cine Plaza, que me encanta por el sonido y por la calidad del público. Más adelante, en el 2000, fue el show en el Velódromo con Sui, que también estuvo muy bien, y después dejé de venir. Hace un tiempo cambié de mánager y lo primero que le dije fue: “Tenemos que volver a Uruguay”. Y acá estamos. Tengo mucho cariño por Uruguay y me encanta cómo me tratan, siempre con afecto y respeto. Y lo más lindo es que hay una nueva generación que me está viendo por primera vez en un show. Esta vez voy a estar en Montevideo, Punta del Este y San José, y la idea es festejar los 50 años del Adiós Sui Generis cantando y contando algunas cositas que pasaron ese día.
—¿Qué te viene a la mente cuando recordás aquel 5 de setiembre de 1975?
—Me acuerdo de detalles muy puntuales. Llegué un día antes y, aunque vivía en Buenos Aires, me quedé en un hotel justo en la esquina del Luna Park. Siempre tuve esa idea de estar cerca del lugar, de poner toda la energía en lo que vas a hacer. Me instalé ahí como si fuera un camarín dos. A la mañana siguiente, cuando fui al estadio, ya había una fila de una manzana y media con chicos que habían pasado la noche ahí. En ese momento eso no era común, y menos con la situación del país, la policía, todo ese clima. Después, en un momento me acerqué al telón y miré hacia la izquierda. Estaba repleto. Entonces lo llamé a Charly y le dije: “¡Qué quilombo que hicimos!” (se ríe)...
—Además hicieron dos funciones en un día...
—Sí, y no eran solo nuestros temas. Entre una función y otra fue como si entrara en una especie de trance. Eran 13 mil y otras 13 mil personas. No sé cómo hicieron para vaciar y volver a llenar el estadio. Yo ni me quise enterar. Les dije: “Avísenme cuando haya que salir de nuevo”. Y cuando terminó todo, me fui solo. Me tomé un taxi hasta el borde de la ciudad, me compré una pizza y un diario, y cené tranquilo. No quería ver a nadie. Fue muy apabullante.
—¿Eras consciente de que estabas haciendo historia?
—No, porque estaba concentrado en lo que venía. Me sentía como un corredor que va a 350 kilómetros por hora: ves solo lo de enfrente y el resto se desdibuja. Mi centro era que saliera todo bien, porque estaba usando tres micrófonos. Uno estaba pegado a la guitarra como un chicle, pero a medida que ibas tocando se despegaba y empezaba a perder graves. Entonces tenía que estar lo más derecho y quieto posible. Además, tenía que cantar para dos micrófonos: uno era para el recital y el otro para la película. Estábamos haciendo dos funciones en un día, grabando un disco y filmando una película... Te voy a contar una anécdota sobre eso.
—A ver...
—El escenario del Luna era bajo, así que te podías apoyar con las dos manos. Después de la prueba de sonido, estábamos con Charly ahí mismo y se nos acerca un abogado: había que firmar el contrato para la película. Nos daban el 7%. “Así no”, le dijimos. Al rato volvió y lo subió al 14%. Firmamos, lo guardamos cada uno en el bolsillo de atrás del jean... y a la hora ya lo habíamos perdido. ¡Nunca cobramos nada por la película! (se ríe). Solo recibimos un pequeño adelanto ese día, y durante años la película pasó de mano en mano. Imaginate: una revista de acá la sacó en video y me la tuve que comprar para poder tenerla. Nunca supimos qué pasó con ese contrato, y cuando hablamos con el abogado nos dijo que iba a ser un quilombo.
—Después del Luna Park, ustedes hicieron algún show extra. ¿Cómo fueron?
—Primero fuimos a Rosario y Córdoba, recontra llenos. Y después, a Comodoro Rivadavia y a un pueblito llamado Caleta Olivia. Esos shows ya estaban vendidos de antes del Adiós Sui Generis. En Comodoro tocamos en un club donde se hacía la elección de la Reina de la Primavera, así que tuvimos que hacer de jurados antes de tocar...
—¿En serio?
—Sí, pero en esa época se hacía así, y como éramos dos tipos conocidos, nos metieron de jurado (se ríe). Al otro día salimos para Caleta Olivia y tocamos para 300 personas en un club para 1500. Escenario altísimo, un frío terrible... Para nosotros, que veníamos de llenar dos Luna, fue un shock. Después del show nos fuimos en auto con Charly al hotel, en Comodoro. Atrás venía la camioneta con todos los equipos e instrumentos. Y más atrás, otro auto con Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez (los otros músicos del grupo). Apenas llegamos, nos llama Rinaldo: “Vengan urgente a la comisaría. El que manejaba la camioneta tuvo un accidente y tiró todo al demonio”...
—¡Qué locura!
—El tipo estaba borracho y siguió de largo en un lugar que le dicen “la curva de la muerte”. Lo único que se salvó fue mi guitarra, el bajo de Rinaldo y el Minimoog de Charly, que quedó colgando de una barranca. El resto... hecho mierda. Encintamos todo lo roto, lo dejamos en el aeropuerto y nos fuimos. Rinaldo se llevó su bajo y yo, mi guitarra; el Minimoog lo dejamos porque pesaba un montón. Al otro día fuimos a buscarlo... y se lo habían afanado. Cuando llegamos a Buenos Aires dijimos: “Qué quilombo, después vemos qué hacemos”. Nos subimos a un taxi con Rinaldo... ¡y choca!
—Era una señal...
—¡Claro! Y eso que unos días antes Charly me había dicho que podíamos seguir tocando. Pero después de todo eso, lo llamé y le dije: “Basta con Sui”. Y me respondió: “Sí, basta”. Ahí terminó Sui Generis.
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