Nito Mestre está sorprendido por la repercusión de su reencuentro con Charly García. El miércoles, los eternos compañeros musicales se reunieron en el Hotel Faena de Buenos Aires, y la foto del momento no solo sumó 136 mil “me gusta” en Instagram, sino que también fue replicada en portales y noticieros de la región. “Sui Generis, hoy y siempre”, dice el texto que acompaña la imagen, donde se los ve tomados de la mano y con una sonrisa juvenil. “Vi que se viralizó, pero no fue nada planeado”, aclara Mestre a El País desde Buenos Aires. “Nos sacamos una foto normal, como esas que te sacás con alguien que querés mucho, la subimos los dos a las redes y enseguida me llegaron millonadas de mensajes”, relata entre risas.
Pero para Mestre, lo más importante no es la repercusión; es el momento compartido con García. “Nos debíamos un encuentro”, asegura. “Había quedado de ir a verlo, pero me fui de vacaciones y no pude. El miércoles me llamó para contarme que estaban arreglando unas cosas en su casa y que estaba en el Faena, así que me fui para ahí y la pasamos bomba”. Fue, además, una oportunidad para ponerse al día con un prometedor proyecto literario. “Un amigo nuestro está escribiendo la historia de Sui Generis”, revela. “Así que estuvimos dos horas riéndonos y chusmeando sobre las cosas que nos acordábamos de esa época”.
Es que su relación va mucho más allá de los discos que grabaron entre 1972 y 1975, y que convirtieron al dúo en una leyenda de la música rioplatense. Nito y Charly se conocieron en 1968 mientras estudiaban en el Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno de Buenos Aires. “Es mi compañerito de colegio, por eso todavía lo llamo García, como le decían los profesores”, cuenta. “Somos como dos hermanitos y cada vez que nos juntamos dejamos de ser dos personas separadas, nos convertimos en Sui Generis, somos como una pequeña institución”.
Aunque no da demasiados detalles sobre el libro que cuenta la historia de Sui Generis, hace una aclaración. “La etapa del colegio va a estar junto con las múltiples versiones de los que dicen que estuvieron, pero no estuvieron e igual lo cuentan”, dice con una carcajada. “Pero está bien, lo importante es que estamos acá y seguimos”.
A sus 72 años, Mestre sigue encontrando nuevas formas de celebrar la música. El año pasado publicó una versión sinfónica de Vida, el debut de Sui Generis, con arreglos renovados y grabado en vivo para conmemorar su 50° aniversario. En noviembre, acompañado por su banda, repasó el álbum en orden —incluyendo “Canción para mi muerte”, “Quizás, porque” y “Necesito”— en un show con entradas agotadas en la Sala Zitarrosa, donde también recorrió otros clásicos de su obra.
En octubre, justo cuando Paul McCartney ofreció su histórico recital en el Centenario, Mestre viajó a Montevideo para una gira de prensa y fue noticia por hospedarse en el mismo hotel que el beatle. “Fui a verlo, y se dio la oportunidad de parar en el mismo lugar que él, así que aparezco en fotos y videos como un fan más de Paul sacándole fotos mientras pasaba por los pasillos”, cuenta.
Todos somos Nito Mestre, cholulo de Paul McCartney pic.twitter.com/Gfp1JOj1iP
— Flori Moreno (@FloriMoreno) October 2, 2024
No se cruzaron esta vez, pero ya se habían conocido en 1993, cuando Paul debutó en Buenos Aires y el argentino se encargó de la apertura de sus shows en el Estadio de River Plate. “Estuve al lado de él los tres días porque mi camarín estaba pegado al suyo. Tuve la enorme suerte de que me vino a ver la segunda noche, y estuvo todo el show al costado del escenario. Después me vino a felicitar y fue inolvidable”, asegura. “Pero no es que seamos amigos; Paul conoce a medio mundo. Por eso, ahora que estuvo en el hotel ni se me pasó por la cabeza acercarme y decirle: ‘¿Te acordás de mí?’. ¡Fue hace mucho!”, bromea.
Ahora, meses después del cruce con Paul y de su show agotado en la Zitarrosa, el argentino vuelve a Uruguay con un espectáculo renovado. Este jueves se presentará en Pueblo Narakán de Punta del Este con un show esencialmente acústico en formato de cuarteto. Adelanta que va a ser un espectáculos veraniego que tendrá sorpresas, momentos para cantar con el público y contar anécdotas. El clima se acercará al café-concert y, además de los clásicos de Sui Generis, habrá espacio para canciones solistas como “Fabricante de mentiras”, “Distinto tiempo y “Hoy tiré viejas hojas”, y una serie de novedades.
“Este show es como presentar la cédula”, asegura. “Si alguien no sabe quién es Nito Mestre, esta va a ser una recorrida global por quién soy y cómo sueno”.
Su comentario aplica para el recambio generacional que hace tiempo nota en su público. “En la pandemia, la gente joven empezó a investigar las raíces y a escuchar canciones, y eso ha hecho que se amplíe el público. Es una alegría”.
—¿Cuál es el secreto de que una nueva generación conecte tanto con tu repertorio?
—Siempre hay una cuota de magia que no se puede explicar. Un sociólogo y un musicólogo te podrán dar 12 mil explicaciones, pero todas se basan en la parte racional del ser humano. Yo creo que la respuesta es simple: cuando se mueve alguna emoción que te toca una fibra, ahí se produce la conexión. Y no importa la edad del que te está escuchando. Por otra parte, pese a que cambien las formas con la adolescencia, los fondos a veces no cambian, como la búsqueda de la libertad y del amor...
—Vida, de Sui Generis, lo deja claro: relata el paso de la adolescencia a la primera adultez, y canciones como “Dime quién me lo robó” y “Cuando comenzamos a nacer” reflejan la pérdida de la inocencia; hablan del choque que se desata al descubrir que el mundo no es como uno lo esperaba...
—Sí, claro. Uno de los puntos álgidos de la adolescencia está en el momento en que querés rebelarte y cambiar el mundo. Después te das cuenta de que lo podés intentar, pero a medida que vas creciendo te das cuenta de que no cambió como esperabas, porque mientras unas personas hacen todo lo posible por mejorarlo, otros tantos hacen lo suyo para empeorarlo. Es un equilibrio eterno que he visto toda la vida aunque cambien sus formas. Evidentemente, hay una cosa de autoeliminación que el ser humano parece tener como meta: si no nos matamos nosotros, lo van a hacer los robots que inventamos o los océanos que contaminamos. Pero más allá de esa visión drástica, cuando uno es adolescente, o se sigue sintiendo un adolescente como yo, seguís pensando que algo puede cambiar...
—Al final, la mejor forma de incentivar el cambio es enfrentarse a sus propios defectos y tener la esperanza de que esa mejora logre modificar a su entorno, ¿no?
—¡Claro! La mejor revolución es empezar por uno, porque cuando uno es adolescente quiere cambiar todo lo de afuera, no lo que tiene adentro. Pero cuando empezás a crecer te das cuenta de que para que tu palabra tenga peso tenés que cambiar tus peores cosas... (Hace una pausa) Mirá, te digo mi caso:yo soy alcohólico aunque no ejerzo hace 27 años. Esa fue una revolución enorme que tuve que hacer y me costó un montón. Pero una vez que lo logré, sentí que me podía dedicar a ayudar a los demás. ¿Y qué puedo aportar desde mi lugar? En este momento de mi vida, tratar de hacer feliz a una buena cantidad de gente durante un rato y acompañarlos con música cuando están tristes. No hay nada mejor que alguien se vaya del show diciendo: “Qué suerte que vine porque la pasé bien”. Esa es una fantástica meta y es lo más factible que puedo hacer, porque con una canción no puedo parar una guerra.
—Pero las canciones son capaces de generar una revolución interna. Nos ayudan a explicarnos, a encontrar compañía y a descubrir la belleza donde antes no la veíamos.
—Es verdad. Unas cuantas veces, uno se para frente a un lugar fantástico y dice: “Ay, qué lindo que es”.Pero no es así (se ríe): parate y de verdad sentí su belleza. En los pequeños detalles, más cuando uno se vuelve más grande y le queda menos tiempos por delante, están las cosas que cuando eras pibe no sabías disfrutar. Te hablo de los pájaros, de la naturaleza y hasta del cuerpo humano, porque yo estudié medicina y tengo predilección por su maravilla. No hay que dar por naturales a las cosas.
—Ya que hablás del tiempo, ¿cambió tu relación con “Canción para mi muerte”? Porque no es lo mismo cantarla a los 20 que a los 72...
—Sí, pero tampoco la canto pensando que me falta menos (se ríe). Lo que sucede con esa canción cada vez que la toco es que pasa algo muy especial con la gente. Yo creo mucho en la energía, y por un momento es como que todos estamos de acuerdo y se genera una hermandad muy linda. Además, es el momento del show en que yo digo: “Ahora pueden salir y decirle mañana a sus amigos que cantaron con Nito Mestre”.
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