El artista del mar habló de la aventura en la expedición Uruguay Sub200 y de crear entre tragedia y belleza

Alejandro Balbis relató a El País cómo vivió 15 días únicos a bordo del Falkor (too), transformando emociones y descubrimientos científicos en música. "Me imaginé un mar marrón y hay mil maravillas", contó.

El artista Alejandro Balbis a bordo del Falkor durante la expedición científica Uruguay Sub200.
El artista Alejandro Balbis a bordo del Falkor durante la expedición científica Uruguay Sub200.
Foto: Schmidt Ocean Institute.

Los 15 días que Alejandro Balbis pasó a bordo del Falkor (too) fueron, según él mismo dice, lo más disruptivo y fascinante que vivió. Componer entre delfines y ballenas, bajo cielos increíbles —“no hay nada que moleste”, explica— y rodeado de aves marinas, fue, sencillamente, el sueño del pibe. Todo gracias a Alvar Carranza, el jefe de Uruguay Sub200, la expedición que exploró el fondo marino uruguayo con tecnología de última generación. Antes de que su amigo biólogo terminara de hacerle la invitación, Balbis ya había dicho que sí.

No lo motivó el dinero —no cobró un centavo, porque la campaña, impulsada por la Universidad de la República y apoyada por el Schmidt Ocean Institute, fue sin fines de lucro, aclara—, sino la posibilidad de vivir una experiencia única e irrepetible. Y sobre todo, la chance de componer en un contexto completamente ajeno a sus escenarios habituales.

“Cualquier cosa que me haga desacomodar y mover a nivel creativo me interesa mucho”, asegura a El País. Y agrega que aceptó sin imaginar la dimensión que alcanzaría la expedición Uruguay Sub200, ni que las transmisiones en vivo serían seguidas por miles de uruguayos.

Le armaron un estudio de grabación con micrófonos de primer nivel, en un espacio rodeado de ventanales inmensos que le regalaban una vista privilegiada del océano. Fue desde ahí que, una tarde, vio una ballena, y esa imagen le disparó la primera de las cinco canciones que compuso durante el viaje: "Llanura abisal".

El acuerdo con la expedición implicaba donar una de las obras creadas en alta mar. El resto quedará en su acervo personal. Y no descarta que alguna inspiración termine en la retirada de Falta y Resto, que compondrá junto a otros murguistas amigos para el Carnaval 2026.

El 20 de setiembre pisó tierra firme y la realidad, dice, lo tragó como un monstruo. Su hijo se había fracturado dos veces mientras él estaba lejos, y aún procesaba un par de tristezas ocurridas en el buque. En medio de la travesía, falleció la madre de Alvar Carranza y se enteró de que un íntimo amigo estaba al borde de la muerte. Su remedio fue convertir ambas tragedias en canciones.

De toda esta experiencia, repleta de bellezas y también de dolores, conversó el cantautor con El País.

El día a día de Alejandro Balbis en alta mar

El mar no le es ajeno. De chico, su madre lo llevaba todos los días a la playa Pocitos, pero jamás imaginó que terminaría componiendo a 400 kilómetros de la costa, en una travesía sin parangón.

Se acostaba temprano para estar arriba a las siete de la mañana: no quería perderse un solo detalle. Iba a desayunar y, acto seguido, filmaba un video del agua. “Todos los días tenía un color distinto. Era maravilloso”, dice.

Después se preparaba un mate y recorría los laboratorios, donde los científicos trabajaban de sol a sol. Intervenía poco, para no interrumpir, pero cualquier dato, por mínimo que fuera, le servía como disparador creativo.

A las nueve agarraba la guitarra, se sentaba en el estudio y, con esa vista privilegiada, se ponía a zapar y tirar ideas "como metralleta". Los primeros cinco días fueron de tarareos, pruebas y juegos. Si algo le gustaba, lo grababa y se lo mandaba al productor. “Junté 60 ideas de músicas, y entre los dos elegimos seis”, detalla.

Alejandro Balbis en el estudio de grabación del Falkor armado especialmente para él, con vista al mar.
Alejandro Balbis en el estudio de grabación del Falkor armado especialmente para él, con vista al mar.
Foto: Schmidt Ocean Institute.

Melodías creadas entre dolor y belleza

La meta del equipo científico era explorar —y acercar a la sociedad— el fondo del mar uruguayo como nunca antes se había visto. El robot ROV SuBastian lo hizo posible, y fue puro descubrimiento para todos los que, desde tierra firme, cambiamos el contenido de las plataformas o la televisión por este espectáculo natural.

El propósito del único artista a bordo —que se sumó a la travesía en la segunda etapa, el 5 de setiembre— era transformar esos hallazgos llenos de belleza en canciones. Y la sorpresa fue inmensa: “Me imaginé un mar marrón con algunos caracolitos, y hay las mil maravillas”, se sincera.

Una ballena fue su primera gran inspiración. Le rogaba que no se fuera. “¡Qué belleza!”, repetía sin cesar. En ese instante le cayó la ficha de que estaba siendo testigo de un momento histórico. Para colmo, fue el único que la vio: los científicos estaban encerrados en los laboratorios, trabajando.

Le dio para agarrar el celular y filmarla. “Me pedían el video de manera compulsiva, y vi su emoción. Fue un revuelo”, describe. Con el corazón explotado, creó una melodía y una letra a la altura.

El material que afloró no solo tuvo que ver con la espectacular naturaleza, sino también con lo que sucedía a nivel humano dentro del buque. Por eso, al enterarse de la muerte de Norma —la madre de Alvar Carranza—, canalizó la angustia en una canción.

"Fue una carga importante para todos. Se detuvo el tiempo", resume. La letra contiene referencias directas a Norma, con datos que consiguió luego de hablar con amigas de ella, pero puede aplicarse a cualquier hijo que despide a su madre. Todavía no se la mostró a su amigo. "No podía. Era demasiado."

Aún no se había repuesto de ese balde de agua fría cuando le cayó otro: lo llamaron para contarle que Marcos, un amigo de la infancia, estaba internado y no pasaba de esa noche.

Lo invadió la impotencia que da la distancia y tomó el consejo de uno de los científicos: “¿Por qué no le grabás un audio?”, le sugirió. "Pasé toda la noche despierto y le compuse una canción. Me cuentan que, cuando se la hicieron escuchar, abrió los ojos por primera vez. Después empezó a mejorar y lo pasaron a sala", relata, conmovido.

Cantarola final con revelación

Alejandro Balbis a bordo del Falkor, el buque donde se realizó la expedición submarina Uruguay Sub200.
Alejandro Balbis a bordo del Falkor, el buque donde se realizó la expedición submarina Uruguay Sub200.
Foto: Foto: Schmidt Ocean Institute.

El último día, entre europeos, asiáticos y latinos, la música rompió todas las barreras. “Muchos no entendían lo que yo cantaba, pero empezó a hablarse el lenguaje universal de la música”, cuenta Balbis sobre la emotiva cantarola que cerró la expedición.

Esa noche cantó "El gran pez", su himno, y "Llanura abisal", con el temor de no recordar una letra escrita apenas unos días antes. “Lo único que pensaba era ‘no quiero equivocarme’, porque me olvido de letras que canto hace 20 años”, recuerda entre risas.

“Estaba recontra concentrado. Después empecé a ver a mi alrededor... y pasaban cosas”, dice. La tripulación aplaudía y cantaba, y la conexión fue tan genuina que sintió desvanecerse la frialdad británica. “Ahí me di cuenta de que al personal del barco también le pasaban cosas”.

La música, dice, fue solo el vehículo: las emociones ya estaban ahí, esperando salir. “Superó ampliamente mis expectativas, pero las fichas no siempre caen en el momento”, reflexiona. Y no tiene dudas de que esta experiencia irrepetible seguirá resonando en su alma y en sus creaciones por siempre.

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