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Fito Páez en Uruguay: de la fiesta de "El amor después del amor" al llanto desconsolado por Pablo Milanés

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Fito Páez en el Antel Arena. Foto: Juan Manuel Ramos.

CRÓNICA

El viernes, el músico presentó la primera de sus tres fechas agotadas en el Antel Arena y se quebró tras interpretar "Para vivir", de Pablo Milanés

Fito Páez se quiebra. El músico, que minutos atrás despertó la euforia colectiva con “A rodar mi vida”, lanza un suspiro angustioso y se le escapan las lágrimas reprimidas. Está frente a un Antel Arena repleto pero, en ese instante, el resto del mundo deja de importar. Acaba de interpretar una demoledora versión de “Para vivir” y el retrato en blanco y negro de Pablo Milanés irrumpe en la pantalla gigante. Y ahí, sentado frente a su piano e iluminado por los reflectores, el rosarino libera un llanto visceral. La ovación lo arropa hasta que Ruben Rada sube al escenario para darle un largo abrazo. “Hoy despedimos a Pablo en Montevideo”, dirá un rato más tarde.

Pero, como tantas veces en su vida, Páez sobrelleva el dolor con música. Enseguida le da paso a “El diablo en tu corazón”, y mientras su banda se sumerge en aquel rock furioso del disco Rey Sol, mira a su novia, Eugenia Kolodziej —que está sentada en la valla del campo— y le canta: “No te asustes, Euge, / Las cosas tienen que estar bien”.

El llanto reaparecerá más tarde, justo en la cúspide de “Ciudad de pobres corazones” cuando el guitarrista Juani Agüero se lance sobre un frenético solo que se lleva los aplausos —Fito, mientras tanto, se abraza a su piano de cola y se seca las lágrimas—, pero la energía no decae en ningún momento. Es que, para ese momento de la noche del viernes, la comunión entre el público y el argentino ya había alcanzado su plenitud.

Todo se debió a El amor después del amor, el disco que cumplió 30 años y que interpretó por completo en la primera parte del show que repetirá el sábado y el martes con entradas agotadas; la segunda, que inició con el homenaje a Milanés, presenta otra avalancha de éxitos como “11 y 6”, “Dar es dar” y “Mariposa Tecknicolor”.

Fito Páez en el Antel Arena. Foto: Juan Manuel Ramos.
Fito Páez en el Antel Arena. Foto: Juan Manuel Ramos.

El repertorio abre con “El amor después del amor”, y el shock emocional es inmediato. Páez canta detrás del escenario mientras la banda crea el clima necesario. Cuando la corista Emme ataca con el espíritu salvaje que le imprimió Claudia Puyó a la grabación original, Fito irrumpe en escena para inaugurar la fiesta de casi dos horas y media.

Celulares en alto, abrazos de parejas, unas cuantas sonrisas nostálgicas y algunas lágrimas resaltan entre el público. Están los adultos que escucharon el álbum en su walkman, los jóvenes que se criaron con ese CD como escuela musical y los adolescentes que lo tienen en sus playlists de Spotify. Es una fiesta que une generaciones.

Fito Páez y Emme en el Antel Arena. Foto: Juan Manuel Ramos.
Fito Páez y Emme en el Antel Arena. Foto: Juan Manuel Ramos.

Durante poco más de una hora, clásicos como “A rodar mi vida”, “Un vestido y un amor”, “Brillante sobre el mic”, “Tumbas de la gloria” y “Pétalo de sal” conviven con joyas como “Sasha, Sissí y el círculo de Baba”, “Tráfico por Katmandú” y “La balada de Donna Helena”. Al igual que los asistentes, Páez sonríe al reencontrarse con esas canciones. 

Salta para marcar el final de cada canción enérgica, baila con frescura juvenil, se mueve por el escenario para arengar al público a corear los estribillos y disfruta al máximo de cada desarrollo instrumental. Su banda, con una brillante inclusión de vientos, está tan encendida como el público. Alcanza con ver el goce con que el saxofonista Alejo Von Del Pahlen canta por lo bajo a “La verónica” para comprobarlo.

Si de postales se trata, la del mar de flashes que iluminó el Antel Arena mientras Páez cantaba “Brillante sobre el mic” fue la más memorable de esa primera parte. En el escenario, Fito estiró su cuerpo para sacarle el máximo provecho a cada vocal; en la platea, el público con los brazos en alto celebraba ese clásico nostálgico y cautivador. La del viernes fue una noche repleta de emociones.

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