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Es el más escuchado de la música tropical y siempre quiere volver al campo: con qué sueña Matías Valdez

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Matías Valdez

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El cantante de charanga está en 13 de los 20 temas nacionales más escuchados de la actualidad. El 10 de diciembre se presenta en el Teatro de Verano.

Matías Valdez

A 74 kilómetros de Montevideo, Mendoza es una localidad de hierba verde y horas calmas, que el sol de las tres de la tarde cubre con un manto tibio y plano. Su siesta (ventanas y puertas cerradas, silencio de campo, sin vehículos en marcha en las carreteras) se atraviesa rápido. Viven 730 personas según un censo de 2011, pero en los breves minutos que se demora en cruzar la zona de casas, no aparece ninguna.

Después, el pueblo se deshace en un paisaje verde y parejo, donde las construcciones son bultos que interrumpen lo natural. En el celular, el mapa verde agua es fragmentado por unas líneas blancas, finísimas, que hay que seguir con esa sensación de estar en el medio de la nada aun cuando se está en el medio de todo. Al final del último tramo del camino, apenas con algo de polvareda en el aire, espera el cantante más popular de la música tropical uruguaya actual. De remera y boina negra como una extensión de su cuerpo, Matías Valdez se siente en casa.

Recibe en el tambo de sus tíos, anfitriones atentos y callados, sentados en la puerta de una casa de paredes blancas, en sillas de plástico que también fueron blancas y el tiempo agrisó y estiró. Ahí vivieron sus abuelos y se criaron sus padres, ahí —debajo de los árboles— comieron tallarines con tuco y ravioles caseros cada domingo. Ahí, que hay vacas y ovejas y gallinas y unos pollitos todavía con plumas de algodón, una camioneta 4x4 plateada y voluminosa es el único atisbo del tipo de lujo que se asocia a la fama.

Matías Valdez, sin embargo, preferiría subirse a un tractor.

Cuando era niño, cabalgaba corderos como si fueran pequeños potrillos acordes a su cuerpo infantil. Ahora, lo que más extraña es no poder subirse a un caballo. Ser la nueva estrella de la música tropical uruguaya exige algunas limitaciones.

En el ranking digital mensual de artistas nacionales de la Cámara Uruguaya del Disco, 13 de las 20 canciones más escuchadas lo incluyen. “Latidos”, la que le cambió la vida, está primera. Luego vienen “Boleto al amor” con Chacho Ramos, “Me encanta” con Lucas Sugo, “Volver a vernos”, “A dónde vamos?”, “Adiós”, “Lo quiero todo”, “Me enamoré“ con Valsi, “Quédate”, un enganchado con Chacho y Sugo, “No hay nada” con Valsi, “De callados” con Martín Piña y “No quiero ser tu amigo”. Se lanzó como solista a comienzos de 2021; este año ganó el Graffiti a mejor artista por voto popular.

Con todo eso, el 10 de diciembre se presentará por primera vez en el Teatro de Verano, en uno de sus shows más importantes. Lo acompañarán varios invitados y quedan las últimas entradas en Tickantel.

“Un poquito antes de la pandemia ya medio que nos habíamos rendido. Hacía tiempo que estaba trabajando y estaba más enfocado en la familia, en tener una casa, el futuro, que en la música. Le dedicaba, pero ya no tanto. Y ahí justo llega el mensaje de mi productor, Nacho, que si queríamos hacer una banda de cumbia del interior y si quería cantar yo”, repasa con El País. “Era una propuesta para mí, pero yo quería que ellos (sus músicos, sus amigos) fueran parte. Y ahí como que entró a pasar todo de a poco. Bah, de a poco no. Fue medio rápido en realidad”.

Entonces Valdez lanza una risa que es como un estallido, un espasmo agudo y contagioso que a veces funciona como arma y otras, como escudo protector. La curvatura de su cara se enrojece y remarca el gesto aniñado. La escena se repite mucho.

Cuando trasciende la euforia, el cantante y compositor de charanga dice que antes de que su música se hiciera popular, salía de casa a las cinco de la mañana y volvía a las ocho de la noche. A veces, desde el camión en el que repartía combustible, grababa videos que luego subía a Instagram y en los que se lo podía escuchar cantar. Tenía 26 años y estaba entregado: sentía que, para triunfar como cantante —para llegar a un par de boliches y a algún festival—, ya estaba “medio viejo”.

Fue un tío —el tío de este tambo en el que recibe a El País— el que le enseñó el amor por los camiones, las máquinas, los tractores. A veces, cuando está en la ruta y observa esos monstruos metálicos de ruedas gigantes, Valdez quiere “agarrar algo para hacer”. En la última gira, volvía con su banda de Salto y tras dormir un rato, se despertó y le pidió el volante al chofer de su ómnibus. La analogía del conductor.

Triunfar

"Uno sueña, pero tampoco sueña tanto"

En el liceo, Matías Valdez hizo el bachillerato artístico y consideró el profesorado de Música, pero lo descartó rápido. Tuvo bandas —de cumbia, siempre— en las que tocó batería y teclado y, eventualmente, cantó alguna canción. Su primer tema lo grabó en un cuarto, de frente a una pared, micrófono en mano y la espalda hacia sus compañeros; no quería que nadie lo viera. Perdió la insoportable timidez cuando en un show en El Barzón, en plena pandemia, escuchó al público cantar su tema “Quédate”. Ahora los nervios son lindos: ahora tiene coraje, tiene valor, ánimo. Se lo dio la gente.

“Resulta bastante raro y loco el hecho de darse cuenta de lo importante que es, en este momento, la voz. O sea, mis amigos comen si yo canto”, dice. “Uno sueña, pero tampoco sueña tanto. Hoy se ha hecho todo muy grande, y de tan grande, ha generado todo este tipo de responsabilidades. Porque si bien Matías Valdez es el título, son más de 20 personas que trabajan todos los días para que realmente funcione, aparte de la gente que es la que hace llegar a las canciones hasta donde llegan. Pero uno nunca se espera esa parte. Llegó un momento en que hubo de dejar el otro trabajo y estábamos arrancando, seguíamos en pandemia y no sabías si mañana se iba a cerrar todo de vuelta o si iba a abrir e iba a pasar todo lo que pasó. Era dejar todo y capaz que la semana que viene no tenías trabajo ni de una cosa ni de la otra. Fue muy difícil para mí y los gurises. Mis amigos dejaron de trabajar para seguirme el cuero a mí”.

¿Qué piensa hoy de ser nombrado como “el nuevo Lucas Sugo”? “Que cada uno es como es y muestra lo que tiene para dar. Sí tuve mucha suerte y estoy muy agradecido con Valsi, Martin Piña, Chacho Ramos y Lucas Sugo que cuando no me escuchaba ni mamá (bueno, mamá sí me escuchaba), sin importar de que ellos estaban más arriba, me dieron la oportunidad de hacer una canción para que su público me conozca. Pienso que tendría que ser así siempre, poder compartir la música más allá del negocio”.

Valdez, que acaba de lanzar un tema nuevo con Catherine Vergnes (“Quiero un sí”), que cantó en la casa de Diego Godín, llenó teatros en el interior, actuó en Argentina y Paraguay y repite expresiones cerradas como “ta pelao” o “ta agarrao”, no entiende cómo la gente se puede emocionar con él, con su voz, con su encuentro.

“No sabría explicarte la emoción de ver a un niño chico cantarte tus canciones. Es como si te la hubiera cantando un hijo. Todavía no entiendo cómo podés generarle algo a una persona, cómo una persona te ve y se emociona y pega un grito, y ese tipo de cosas que, digo yo, ¡y eso que soy bien feo!”, dice y estalla en risa. “Con mis viejos vamos todos los veranos al Chuy. El año pasado, cuando fuimos, entrábamos a cualquier lugar y ponían la música, venían 50 fotos y ya papá: ‘No se puede salir con vos’. Son ese tipo de cosas que no entendés”.

Entiende, Matías, de otras cosas: de las máquinas y las canciones, de que la gente lo impulsa y Florida, sobre todo Mendoza, lo acogen. De que esto, quizás, recién empieza.

—Cuando ando medio triste o estresado o lo que sea, me vengo al campo, así no haga nada. Vengo, estoy un ratito y me voy para la casa. Es como mi psicólogo, mi psiquiatra, mi terapeuta, no sé cómo se dice.

—¿La música también?

—Sí, pero hoy en día es todo música, entonces también te satura y se necesita una pausa. Hoy estoy siempre tocando, voy a casa martes o miércoles. Todo ha cambiado. Sueño con el día de mañana poder hacerme la casa bien en el campo: despertarme, mirar para afuera, y ver todo verde. Qué cosa hermosa.

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