Yusuf Islam, el cantautor antes conocido como Cat Stevens, había sido un buscador espiritual desde su batalla con la tuberculosis cuando tenía 20 años, leyendo estudios budistas como The Secret Path y coqueteando con la numerología y el yoga en su intento de responder lo que él llamaba “preguntas serias, muy serias sobre tu existencia”.
Una vez, meses después de casi ahogarse, su hermano mayor, David, le dio un ejemplar del Corán tras quedar impactado por la serenidad dentro de una mezquita en Jerusalén. Apenas el músico leyó las primeras páginas, supo que había encontrado la forma de cumplir la promesa de su plegaria.
“Si estaba de gira, me quedaba en la habitación del hotel, con la puerta cerrada y leyendo”, contó. “Sabía el impacto que eso tendría, pero no me preocupaba. Estaba demasiado interesado en mi alma.”
Ese regalo precipitó uno de los mayores actos de desaparición del rock and roll. En 1977 se convirtió al islam; en 1978 cambió legalmente su nombre de Steven Georgiou a Yusuf Islam y grabó su último disco como Cat Stevens, una despedida rutinaria titulada Back to Earth. Suspendido entre su vida pasada y su nueva fe, no volvería a hacer otro álbum con instrumentos que no fueran tambores durante casi 30 años.
Islam ahora intenta explicarse: las inspiraciones de aquellas primeras canciones emblemáticas (exitazos como “Wild World”, “Father and Son”, “Morning Has Broken”, tantas otras que aún suenan en radios uruguayas); su conversión religiosa y el alivio que encontró allí, su trabajo benéfico para los palestinos y la defensa de los niños musulmanes en Inglaterra, sus torpes comentarios sobre una fatua contra Salman Rushdie, por qué tuvo la entereza de volver a la música pese a quienes insisten en que su religión lo prohibe.
Tras casi 35 años contemplando escribir una autobiografía, incluso abandonando varios capítulos de un borrador redactado a principios de los 90, Islam terminó la extensa, divertida y franca Cat on the Road to Findout, que se publica el 7 de octubre (una recopilación de éxitos, lanzada este mes, comparte ese título). Es un tesoro de anécdotas íntimas y un conjunto de entusiasmos y arrepentimientos, que explican las razones detrás de sus momentos más controvertidos.
“El primer libro espiritual que leí fue The Secret Path. Y en el Corán, algunas de las primeras palabras que lees son: ‘Guíanos por el camino recto’. Todo tiene que ver con el camino”, dijo, riendo bajo una fina barba blanca. “Hay algunos caminos torcidos, por supuesto, pero todos son senderos hacia algo más alto, en última instancia divino. Yo simplemente sigo adelante.”
Cómo Yusuf Islam volvió a la música
En junio de 1981, Islam vendió casi todo su equipo musical y recuerdos de su carrera. Dejó que un asistente de gira de toda la vida se quedara con el piano blanco que era su posesión preciada, y repartió sus miles de dólares de regalías entre dos organizaciones benéficas.
Durante sus tres primeros años como musulmán había lidiado con la polémica idea de que la fe prohibía hacer música. Un tratado religioso de Sudáfrica finalmente lo convenció de que así era. “Me dio un susto terrible”, dice en Findout.
Pero en 2002, Muhammad, el único hijo varón de Islam, fue a la universidad en Londres y compró una guitarra negra Yamaha. Siempre se había interesado en el rock, llegando a sorprender a su padre cuando, siendo adolescente, puso un casete de Metallica durante un viaje a Kosovo, haciendo sonar “Die, Die My Darling” en zona de guerra.
Llevó su instrumento a escondidas a unas vacaciones familiares en Dubái. “Sabía que iba a ser un tema para mi padre enterarse de la guitarra”, dijo Muhammad. “Entró en mi cuarto y dijo: ‘Vaya, ¿tienes una guitarra?’. La tomó y tocó unos acordes”.
La hermana menor de Muhammad, Aminah, pidió “The Laughing Apple”, una canción que conocía del álbum New Masters de 1967. Fue la primera vez que escucharon a su famoso padre, quien había ayudado a definir la propia imagen del cantautor con guitarra, cantar en vivo. “Esa noche mi guitarra no estaba en mi cuarto. Se la había llevado”, dijo Muhammad. “Al día siguiente, ya había escrito una canción. Así de rápido fue”.
Islam ya llevaba una década tanteando un regreso a la música. Grabó The Life of the Last Prophet en 1995, mezclando lecturas habladas con versiones acompañadas de tambores de nasheeds tradicionales, un tipo de himno musulmán. Fundó un sello discográfico, Mountain of Light, y se alegró cuando The Life of the Last Prophet se convirtió en un éxito en el mundo musulmán.
Siguieron más discos, incluido un álbum infantil de canciones islámicas en inglés, grabado en Sudáfrica.
La guitarra clandestina de su hijo fue el catalizador de sus siguientes dos etapas. Desde entonces, Islam ha grabado media docena de discos, compartido una canción con Dolly Parton y Paul McCartney y supervisado varias recopilaciones y cajas conmemorativas por el 50.º aniversario de álbumes icónicos como Tea for the Tillerman.
“Explicar las cosas es una forma seca de comunicarse”, dijo Islam. “Estoy en mi mejor elemento cuando realmente canto con el corazón.”
¿Cómo será la autobiografía de Yusuf/Cat Stevens?
Cuando era niño en un colegio católico en Londres, Islam le hizo a una monja, la hermana Anthony, la que quizá fue su primera pregunta existencial: “¿Cuándo empiezan los ángeles a anotar tus pecados?”. Tras una pausa, ella le respondió que la cuenta comenzaba cuando los niños cumplían 8, lo cual fue un alivio, ya que aún le faltaba alrededor de un año.
“La religión constantemente me hacía sentir culpable por cosas que se veían bonitas”, escribe en su libro. “Pero al equilibrar esas imágenes atemorizantes con lo que pasaba fuera de las puertas de la iglesia después de la escuela, sentía el poderosísimo tirón del mundo.”
Esa tensión ha enmarcado los últimos 70 años de la vida de Islam, en los que ha oscilado entre la celebridad y la caridad, entre ser un recluso y un hombre público, entre sus propios nombres. (Sus tres últimos discos han sido publicados como Yusuf/Cat Stevens).
Asume parte de la culpa por varios errores en Findout, como sus repetidos comentarios sobre la posible muerte de Rushdie en 1989 y su negativa a renunciar a la fatua contra el autor, o sus celos románticos reiterados y su frialdad como joven. También celebra sus victorias, como haber asegurado financiación estatal para sus escuelas islámicas o sus esfuerzos por evitar la Guerra del Golfo con “campamentos de paz”, aunque fracasaran.
Islam suele burlarse de sí mismo por cómo actuaba como joven intérprete, incapaz de explicarse bien en la prensa y quizá aún peor al contar historias en el escenario. Ahora reconoce que era un muchacho que no sabía gran cosa sobre nada y que, al empezar a alejarse de su carrera y de la fama, por fin pudo aprender lo suficiente como para volver a ella.
“Buscaba respuestas, y mucho de eso estaba en la música. Cuando encontré lo que buscaba, no debería haber sorprendido a la gente que quizá ya no necesitara escribir tantas canciones”, dijo. “Me resultó más fácil cuando había aprendido algo en lo que podía apoyarme, que fuera sólido. Si logras aferrarte a la verdad, te sientes mucho más seguro al hablar de ella”.
(Grayson Haver Currin/The New York Times)
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