Eduardo Larbanois recibe a El País en su casa de Pocitos e invita a pasar hacia la barbacoa, al fondo. Ese lugar, habitualmente usado para asados, está acondicionado como sala de ensayo, tanto para él como para cuando caen colegas y amigos. Los retratos de Ruben Lena, Alfredo Zitarrosa y Jorge Lazaroff ocupan un lugar central en la sala, tal vez incluso más que los propios afiches de Larbanois-Carrero.
El guitarrista y compositor tiene que hacer lugar extra para poder acomodar a todos y sentarse a conversar, porque la mayor parte del espacio es ocupado por un piano, amplificadores, apoyos para guitarras, una computadora conectada a un espartano teclado y otros accesorios que transforman el lugar en la guarida de un tipo que vive de y para la música. Pero sobre todo hay guitarras. Son una decena y él se entusiasma cuando habla de ellas. Hay de todo: desde guitarras que lo acompañan desde hace décadas, hasta su primera electroacústica, que está empezando a usar en vivo. Hasta finge lamentarse por una guitarra eléctrica que vio en Nueva York y estuvo a punto de comprarse: "Pero si caía a casa con una nueva guitarra..." dice con gesto cómplice y entre sonrisas. Se sienta y antes de decir palabra alguna empiezan a sonar las seis cuerdas de la guitarra que eligió para tener entre manos mientras es entrevistado. Se lo nota tan cómodo, que se puede pensar que sin su instrumento Larbanois se sentiría despistado y sin apoyo. Pero no es así.
—¿Cómo fue el proceso de nacimiento de este disco?
—Tenía un montón de material del disco anterior, Cuerdas desatadas, y seguí recopilando más. Eduardo Fernández, un gran maestro, me dijo que en el disco nuevo tenía que poner más material mío y entonces, en Mandala, son casi todas composiciones mías, más allá de algunas versiones.
—¿Por qué Mandala?
—Es una palabra tan curiosa de origen sánscrito, que significa varias cosas: círculo, perfección. Y también esos cuadros simétricos y concéntricos que se utilizan para meditar. Este no es simétrico, porque hay de todo: hay mucha cosa identitaria, pero también cosas emparentadas con otras formas musicales, la historia personal, el folclore argentino, muy metido en nuestra formación.
—¿Tiene eso relajante de los mandalas?
—Debe tener que ver con la etapa que uno vive en la vida. Con ciertos años vividos, uno va generando una conducta de valoración, de lo que es vivir, de lo que ha logrado, de lo que tiene por delante. Y probablemente sí, es un disco bastante descansado. Pero tiene cosas inquietantes. Tuve el privilegio de que en este disco participara uno de los más grandes músicos uruguayos, Federico Britos, que nos ha honrado como país con siete premios Grammy, y él se avino a participar en el disco y hace un par de canciones.
—¿Qué sonido buscó?
—Siempre procuro que los instrumentos se dimensionen, que cada músico se proyecte y se luzca. Y eso depende de las condiciones del estudio. Siempre trato de tener los mejores músicos, porque me respaldan, y yo así me puedo mandar todas las macanas que quiera (sonríe). El trío estable con el que toco es José Redondo, un excelente pianista, y está mi hijo Thiago, en bajo y contrabajo. Me dan una solidez que da tranquilidad. Si bien yo escribo todo, siempre dejo algo para que ellos, que conocen su instrumento mejor que yo, puedan reelaborar y aportar lo que les parezca correcto.
—¿Qué cosas puede desarrollar en el formato solista que no le permite el dúo?
—La canción tiene un esquema preestablecido que condiciona al que escucha: el que oye tiene una participación activa pero más limitada, por el texto. La música instrumental es mucho más amplia, el título puede sugerir algo, pero la película se la hace uno completamente. Recuerdo lo que decía (Washington) Benavides cuando estaba en segundo de Literatura, que para mí es una máxima: "El autor es un visor inteligente. Sabe lo que hizo, pero no lo que le salió, porque siempre la obra termina completándose en el otro". A mí me gusta el trabajo de dúo, mucho, nunca me gustó trabajar solo, y es un placer cantar con una de las mejores voces de la música uruguaya y un gran autor de canciones.
—Después de tantos años presentándose con Carrero, ¿cómo es subirse al escenario solo?
—El hecho de plantear algo instrumental me da total libertad para tocar la guitarra. Cuando estoy solo, me siento aún más libre. En el grupo ya hay condicionamientos, porque el trío va a un pulso. Pero cuando estoy solo con la guitarra de repente pasan cosas, por ahí le erraste a una nota y esa nota te sirve como puente para volar hacia otro lado y luego retomar el tema. Me gusta mucho improvisar a partir de la obra, sobre todo cuando hago versiones, que es lo que más hago cuando estoy solo. Pero con el dúo también. Mario nunca sabe qué voy a tocar. Es una cuestión vivencial, no se puede tocar dos veces igual.
—¿Cómo es su proceso de composición?
—Siempre ando buscando, y de repente me viene cuando estoy almorzando. Entonces voy y escribo lo que se me ocurre, luego la paso a la guitarra y también puedo usar un programa de computadora que aprendí. Todo empieza siempre con una idea muy pequeña, una célula que aparece y luego empieza a desarrollarse. También hay músicos que me generan una provocación. Los escucho y salgo corriendo a buscar la guitarra. O voy a un recital y no veo la hora de llegar a casa a agarrar la guitarra.
—¿Quiénes?
—Fernando Cabrera, por ejemplo. O cuando escucho a Egberto Gismonti, Caetano Veloso, Milton Nascimento. Me gusta la música de todo el mundo, pero la brasileña es especial, es una de las más avanzadas. Va a ser muy difícil empardar lo que hicieron. Yo aprendo siempre cuando los escucho, y siempre agradezco al Bocha Benavides, que siempre puso todo su material a nuestra disposición allá en Tacuarembó, cuando íbamos a su casa. Un día podíamos escuchar a Tom Zé y al otro, a Stravinski, los Beatles o Joan Báez.
—¿Trató de inculcar ese gusto por la música en su hijo?
—Yo trato de que sean libres y elijan lo que quieran ser, y él eligió ser músico. Toca en una banda que es muy buena, pero como cantan en inglés yo no entiendo nada; probablemente graben un disco. También toca en una orquesta de tango, en la sinfónica juvenil y acompaña a varios músicos. Yo lo apoyé cuando él quiso ser músico, pero no lo presioné. Él es más disciplinado y que yo, e incluso es más músico que yo. Se dio cuenta que la forma correcta es estudiando.
—¿Y cómo era usted de joven?
—A mí me tocó hacer muchos pininos porque me tocó un momento complicado, perdí la calidad de estudiante de Medicina por oponerme al golpe de Estado y ahí me vi obligado a definir mi trabajo. No pensaba descartarlo pero me tuve que formar como músico siempre en forma privada. No pude seguir estudiando música ni medicina en la universidad. Pero él sí, está haciendo la licenciatura en contrabajo en la Escuela de Música.
—¿Usted cómo trabaja su técnica?
—Trato de seguir trabajando con el material riquísimo que dejó (Abel) Carlevaro, que es insondable, nunca se agota. Uno va estudiando y siempre va descubriendo cosas. Abel decía algo curioso: "Hay gente que toca la guitarra ocho horas por día. No lo haga: toque una hora y piense siete. Se toca más con la cabeza que con las manos". De hecho, cualquiera puede tocar la guitarra, depende de lo que uno quiera.
Foto: M. Bonjour" style="display: inline;">Foto: M. Bonjour
Mandala en la Sala Zitarrosa.
Eduardo Larbanois presentará su segundo álbum como solista mañana jueves 25 de junio en la Sala Zitarrosa a las 21 horas.
El guitarrista y compositor estará acompañado por José Redondo (piano y teclados), Pablo "Gancho" Leites (percusión), Diego Rodríguez Cubelli (bandoneón), Edison Mouriño (violín) y Thiago Larbanois (bajo y contrabajo).
Larbanois comentó a El País que para él es muy importante sentirse cómodo y estar "prolijo" a la hora de pararse en un escenario. También agregó que en sus interpretaciones en vivo hay un gran espacio para la improvisación.
Mandala es un disco enteramente instrumental, fue grabado en el año 2014 en parte en la casa del cantautor y luego fue masterizado.
VEA EL VIDEOALEJANDRA PINTOS / FABIÁN MURO