Crónica del show de Emilia en el Antel Arena: la noche de fantasía que demostró de qué está hecho su reinado

Emilia, que cierra 2024 como la artista más escuchada en Spotify por los uruguayos, conquistó el Antel Arena en un recital que incluyó propuesta de casamiento y que confirmó su brillante presente.

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Emilia en el Antel Arena.
Foto: Sergio Duarte

Pestañas postizas multicolores compradas desde que se anunció el show, hace más de un año. Entradas guardadas durante meses y meses. Looks que se pensaron una y otra vez, que se armaron y desarmaron hasta encontrar la mejor versión para la más esperada de las fiestas. Carteles hechos con esmero, brillitos de todo tipo, tamaño, forma y color. Mucho rosado, muchas estampas de estrella, mucho griterío infantil. La confesión de que hubo llanto cuando se anunció que estos recitales, originalmente agendados para mayo, iban a demorarse hasta diciembre. Y atrás de todo eso, la misma cara, el mismo nombre, las mismas seis letras que se han vuelto espejo de una pasión: Emilia, la última fantasía del pop rioplatense, la reina nacida de Nogoya que vino a Montevideo a confirmar en vivo de qué está hecho su impierio.

El dato, la certeza de su mandato local, la tenía desde que Spotify reveló, tres días atrás, que había sido la artista más escuchada por los uruguayos en 2024. Este primer Antel Arena, siete meses después de lo previsto, funcionó como una constatación: Emilia está en la cima y, con un repertorio que ya funciona como un greatest hits, tiene a una buena porción de los uruguayos rendidos a sus pies.

Al Antel Arena llegó con un recital que es, a la vez, película o videojuego: una suerte de experiencia inmersiva que, con un impecable manejo de cámaras como herramienta, toma al espectador y lo sumerge en casi dos horas de fantasía que, si no fuera por algunos versos de alto voltaje, bien podría ser un cuento de Disney.

Emilia tiene el efecto magnético de un personaje de ficción. Es imposible no pensar en que muchas de las niñas que están viéndola, admirándola, llorando por ella (su público es ampliamente femenino y de chicas jovencísimas), están allí porque es como si una muñeca hubiera cobrado vida para romper los límites de una realidad, la nuestra, ni tan rosada ni tan brillante, ni tan lúdica ni tan alegre como esta noche.

Las referencias estéticas que rigen la era .mp3 son claras —todas dosmileras, puro Britney y Shakira y Fergie y Avril Lavigne, más los guiños explícitos a la Madonna de Vogue—, pero hay algo del Barbieland de Greta Gerwig flotando en el aire. No se dice, pero es como si estuviera establecido que por lo que dure este concierto, todo será así: perfectamente rosado, perfectamente feliz.

Emilia hace todos sus esfuerzos para contagiar esa sensación de alegría, de diversión. A las coreografías que despliega en escena, con un rendimiento a la par que el de sus 12 bailarines; a los varios cambios de vestuario que tienen el brillo como único denominador común, y por supuesto al canto, una serie de frentes que reflejan su evolución como artista profesional, le suma un derroche de carisma que es el verdadero pilar de su carrera. Es lo que mantiene intacto desde que empezó a hacer música en Nogoya, el rincón de Entre Ríos del que surgió; es lo que llamó la atención cuando la ficharon como reemplazo de Camila Rajchman en Rombai, y es lo que le permitió en 2019 iniciar un camino solista que no ha parado de crecer.

En las diferentes versiones que ha mostrado hasta llegar a esta, la de su disco .mp3 que la consolidó como una suerte de diva pop de ritmos urbanos (de “Exclusive” a “No_se_ve”, de la influencia brasileña a la cumbia y el reggaetón), lo que no ha cambiado es su forma, una luz natural, ese ángel que tanto se le señala a los artistas. Emilia lo tiene y lo defiende a viva voz en "Cielo en la mente", una de las canciones que en el Antel Arena hizo en el escenario B, hacia el final del campo, y para la que se calzó su primera guitarra para entregar apenas algunos acordes: "Están esperando a que yo cambie / Pero sigo siendo la de siempre / Ey, ey, con los pies sobre la tierra / Pero con el cielo en la mente".

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Emilia en su show del Antel Arena.
Foto: Sergio Duarte.

Todo el recital —las visuales, el diseño de producción, el relato que consiste en ir pasando pantallas de un videojuego en el que la heroína siempre gana— estuvo articulado alrededor de eso que no se transfiere, y que cuando se ve así, exhibido en semejante magnitud, no se puede discutir.

Emilia abrochó la popularidad en los rankings por lo pegadizas que son sus canciones, que en el show desfilan como una invitación letal al divertimento, pero al final no es la música la que genera lo que generó el sábado en el Antel Arena. El grito apasionado y constante que surcó la noche, por momentos insoportablemente ensordecedor; las lágrimas de emoción que se distinguían en la multitud, los cientos de carteles con mensajes de amor, los outfits dignos de pasarela que un montón de fanáticos confeccionaron a mano para sentir que estaban a la altura de la circunstancia, la propuesta de matrimonio que la propia artista se encargó de filmar, el beso de la niña de poco más de un año que la vio pasar por la primera fila e incluso la euforia de los padres que llegaron tibios a acompañar a sus hijos y terminaron vibrando como un fan más, nada de eso se conserva a fuerza de estribillos y a golpe de beats.

En Uruguay, el mismo país en el que se estrenó en los grandes escenarios, Emilia dejó en claro que aunque se llene la piel de cristales, no hay destello que cubra a su verdadero brillo.

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