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Caetano Veloso en el Antel Arena: crónica de una noche memorable de la mano de una leyenda brasileña

Este miércoles, el emblemático artista brasileño volvió a Montevideo para presentar el disco "Meu Coco". Así fue el show de Caetano Veloso en el Antel Arena.

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Caetano Veloso en el Antel Arena.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Caetano Veloso se aleja del micrófono. Da unos pasos al costado y, mientras su banda toca “Não Vou Deixar”, cierra los ojos. Gira en su lugar a través de pequeños saltos y mueve los brazos con soltura. Las luces de colores enfocan, con un ritmo intermitente, a cada uno de los músicos, y los percusionistas Thiaguinho de Serrinha y Kainãdo Jêje repican sus instrumentos a un ritmo frenético.

Se oye algún grito entusiasta del público, pero Caetano se mantiene ajeno a cualquier interrupción. El trance dura unos segundos y se rompe cuando retoma su lugar frente el micrófono para insistir con la frase que da título a la canción: “No voy a dejar”. Compuesta en la noche en que Jair Bolsonaro ganó las elecciones de 2018, ese grito de resistencia editado en el disco Meu Coco suena diferente en el Antel Arena. Hay un sabor a revancha, y una frase como “Aunque digas que acabó, / Que el sueño no tiene color, / Yo grito y repito ¡no voy!” lo demuestra.

Algo similar sucede con la melancólica “You Don’t Know Me”, de Transa, que grabó en pleno exilio londiense y que 50 años más tarde se viste de una sutil belleza. Si se trata de resignificaciones, varias piezas de su repertorio se tiñen de homenaje a sus colegas fallecidos. El público aplaude cuando Veloso menciona a Rita Lee en la mitad de “Sampa”, y justo al final de “Baby”, que el brasileño cierra con un “Gal Costa por siempre”. Lo mismo sucede con “Avarandado”, “Sem Samba Não Dá” y “Meu Coco”, que celebran a artistas como João Gilberto, Elis Regina, Nara Leão y Marília Mendonça.

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Caetano Veloso en el Antel Arena.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Pero si de homenajes se trata, el más emotivo llega con “Volver a los 17”, un tributo por partida doble: a Violeta Parra y a Mercedes Sosa. “La cantaré entera, larga que es, pero leyendo”, dice en un cálido, tímido y abrasilerado español. “No aseguro que no tendré errores. La canté en Santiago de Chile y en Buenos Aires; la canté otra vez y otra vez... aprenderé”, promete con una sonrisa inocente antes de animarse a una cautivadora versión que podría haber sido un bonus track de Fina Estampa, su disco de 1994.

Al igual que “Volver a los 17”, Veloso —que semanas atrás reveló que esta podría ser su última gira internacional— ofrece unos cuantos momentos memorables. Baila y hace bailar a varias personas de la platea con “Reconvexo”, abraza la delicadeza con “Cajuína” y “O Leãozinho”, genera un clima sombrío con “Anjos Tronchos” y hasta logra el canto colectivo con “A luz da Tieta”.

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Caetano Veloso en el Antel Arena.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Todo de la mano de una banda de cinco músicos sobresalientes —destaca la labor del guitarrista Lucas Nunes, que además produjo Meu Coco— y, por supuesto, la presencia de Veloso, que a punto de cumplir 81 años mantiene una vitalidad admirable. Canta sin exigencias la breve pero intrincada “Pulsar” —y luego le reprocha a una mujer que grita en medio de la canción—, narra simpáticas anécdotas sobre su carrera, sonríe en numerosas ocasiones y apuesta por la complicidad con su público.

Lo logra con un repertorio que se mueve entre la intimidad total —abre el show con “Avarandado” a guitarra y voz; más adelante canta a capella el inicio de “Muito Romântico”— y el impulso más festivo y enérgico. “A Bossa Nova É Foda” y “Sem Samba Não Dá”, por ejemplo, vuelven a hacer que Caetano baile a lo David Byrne e invite al público a corear los estribillos y marcar el ritmo con palmas. Nunes, por su parte, agita la cabeza y sonríe con regocijo mientras toca su instrumento.

El clima del show, además de los músicos, está condicionado por la puesta en escena, que viste de un tinte cinematográfico a los 90 minutos de canciones. Sobre el fondo del escenario, donde usualmente se coloca una pantalla gigante, solo cuelga una figura de varios cubos irregulares que se conectan de una manera magnética e intrigante. Es una ilusión óptica que, junto a los juegos de luces, completa el sentido de cada interpretación. El rojo tenue abraza a la calidez festiva de “Reconvexo”, un azul apagado le aporta melancolía a “You Don’t Know Me” y una oleada de colores vivos carga de optimismo a “Lua de São Jorge”.

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Caetano Veloso en el Antel Arena.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Esta última, con una batida de guitarra sumamente rítmica y una línea de bajo serpenteante, contagia el baile hasta en las últimas filas del Antel Arena. Algunas parejas abandonan sus asientos y se van a bailar a los pasillos, otros filman la escena con sus celulares; Caetano, por su parte, usa los brazos para reafirmar la intención de cada verso e invita a corear la letra.

Para cuando llegan los bises, el ambiente festivo se completa con la funky “Odara” y la alegre “A luz da Tieta”. Esta última cierra con el canto al unísono del estribillo (”Eta, eta, eta, eta. / É a lua, é o sol é a luz de Tieta, eta, eta, eta”) y el efecto es tan vivaz que Caetano le pide al público que lo repita en varias ocasiones antes de terminar el recital. Y el pedido es tomado en serio: mientras el artista se despide, el público sigue coreando el estribillo aunque Veloso ya haya dejado el escenario.

La canción llega a las puertas del Antel Arena gracias a unos cuantos entusiastas que la repiten y “A luz da Tieta” se enfrenta con el frío invernal de este miércoles de junio. Pero, al menos por unos minutos, el calor de la comunión musical es más fuerte que la temperatura hostil de la noche montevideana.

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