Daniella Colucci es niñera y encontró en la poesía su refugio. A los 12 años, mientras husmeaba en la biblioteca de sus abuelos, descubrió El arquero divino, de Amado Nervo, y se perdió en esas páginas amarillentas cargadas de melancolía. Probó su pluma escribiendo rimas hasta que, en 2010, empezó a asistir a talleres literarios. Tres años atrás llegó a la escuela de poesía Más acá de los mundos en busca de un nuevo desafío, y se le abrió un universo.
Espera con ansias que llegue cada jueves a las 19.00 para ir a su clase en el Teatro Solís. Es su espacio para volcarse al papel y ser, por fin, ella misma. “He podido expresar y compartir un mundo cerrado que llevaba adentro. Me saca de la realidad y me hace feliz”, resume Colucci a El País.
La escuela es su terapia y le permitió dejar atrás la timidez extrema. El domingo 17 de agosto, a los 57 años, vivió su prueba de fuego: se animó a leer ante unas cien personas que llenaron la sala Delmira Agustini durante el clásico ciclo de poesía organizado por Más acá de los mundos. Eligió un texto inspirado en una frase que repetía su tía enferma: “No sé en qué mundo vivo”.
“Me acompañaron mis hijos, las niñas que cuido, sus padres, mis primos. Sentí una emoción inmensa por el logro”, cuenta, mientras se ilusiona con el borrador de su primer libro, que está escribiendo guiada por sus docentes.
La escuela le cambió la vida, y no es la única.
Florencia Martínez tiene 23 años y descubrió su pasión por la poesía después de leer un poema de Idea Vilariño en tercero de liceo. “Quiero más de esto”, pensó. La poesía la ayudó a transitar el torbellino emocional de la adolescencia y encontró en el desamor su mayor inspiración. “A veces le creo más a mi mano que a mi mente. Es muy terapéutico”, asegura.
Llegó a la escuela invitada por el padre de un amigo y le gustó tanto que cursó primero dos veces. “Me ayudó a encontrar mi voz y a tener ojos de niña o de turista para descubrir el mundo”, dice.
Aunque trabaja en un call center, la poesía es su pilar. “Planeo publicar mi primer libro. Si fuera más fácil vivir del arte, lo haría sin dudar”, cuenta.
Para quienes quieran vivir esta experiencia, el 28 de octubre habrá una nueva fecha del ciclo de poesía, la última antes de las muestras de fin de año de la escuela. Participarán Cecilia Pavón, Fernanda Laguna y Lucía Seles. La cita es a las 19:30 en la Zavala Muniz, con entradas a la venta en Tickantel y en boletería.
Cómo nació la escuela de poesía
La escuela de poesía existe hace ya cuatro años consecutivos y hoy es impulsada por Agustín Lucas. Es exfutbolista profesional —jugó en Miramar, Liverpool, Wanderers y otros equipos del exterior— y un apasionado por la escritura desde la adolescencia. "Soy un entusiasta y promotor de la poesía. Estoy a disposición de ella", asegura.
Junto a otro colega pasaron un año investigando si la propuesta era una novedad y, al confirmar que estaban ante un plan innovador, decidieron avanzar. “Lo nuestro es más que un taller: tiene seguimiento y currícula. Desde el principio se pensó en modo liceo, con distintos módulos”, explica.
Diseñaron el proyecto, imaginaron la estructura académica y eligieron docentes sin contar con un espacio físico. Todo cuajó cuatro años atrás, cuando apareció en escena Malena Muyala, directora del Teatro Solís. “Ella tenía la intención de establecer la poesía dentro del teatro, algo inédito. Entramos con nuestro proyecto y lo fuimos moldeando a esa realidad”, recuerda.
Arrancaron con un plan piloto de siete alumnas que serán las primera generación de egresadas este año, y hoy son unos 60 estudiantes, distribuidos en tres niveles, con clases semanales de tres horas. El taller cuesta $ 4.200 por mes.
El boca a boca hizo lo suyo, y también se acercó mucha gente que los descubrió en los ciclos donde ya participaron más de 100 poetas de Uruguay y Argentina. “Se ha generado un movimiento a partir de esto: la poesía se pone en la agenda y despierta interés en la gente”, asegura.
Los que llegan, dice, buscan escribir y, en ese escribir, se buscan a sí mismos. La propuesta es abierta y no se requiere experiencia previa. Hay alumnos de todos los perfiles, pero la diferencia más llamativa es la edad. “Hay gente de 17 a 93 años, como Elsa, nuestra alumna ejemplar. Era jueza de paz y se anotó con 90. Todos conviven y le dan solidez a la escuela”, afirma.
Las residencias artísticas, muy elogiadas por los alumnos, se realizan en tercer año y siguen la lógica de la concentración futbolística: el grupo se aísla de la rutina para dedicarse a escribir.
Colucci recuerda una experiencia en Playa La Serena (Rocha), en la casa de una pareja de profesores, que la marcó. “Caminamos por la arena en silencio, escuchamos el agua, escribimos solos y luego compartimos lo que surgía. Es una terapia, un parate del caos cotidiano.”
“Las residencias son hermosas. Compartir poesía es un lugar muy vulnerable, y tener un colchón donde apoyarte es fundamental para poder expresarte sin miedo”, cierra Martínez.
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