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Hugo Burel: "Escribir es muy misterioso: te conecta con otra realidad"

Hugo Burel

Entrevista

El escritor uruguayo tiene nueva novela, "La misión Rockefeller" en la que combina a Orson Welles, Vinicius de Moraes y a su detective, Guido Santini, en una Rio de Janeiro llena de intrigas

Hugo Burel
Hugo Burel. Foto: Francisco Flores

Orson Welles, Nelson Rockefeller y Vinicius de Moraes, una historia legendaria de cine, carnaval carioca y nazis buscando uranio. Todo eso convive en La misión Rockefeller, la nueva novela de Hugo Burel.

Y en el medio de todo eso anda Guido Santini, el investigador ítalo-uruguayo a quien los lectores de Burel conocieron en El caso Bonapelch, otra ficción ambientada en una historia real.

Acá es la visita de Welles a Río de Janeiro para filmar una película ambientada en el carnaval y servir como embajador cultural de su gobierno. Es 1942, Estados Unidos recién entraba en la guerra y buscaba simpatía regional y Welles, que entonces era una gran estrella parecía el enviado ideal.

Para estos lados lo mandó Rockefeller, que era el Director Asuntos Interamericanos de la administración Roosevelt y dueño de RKO, el estudio que financiaba la película. Era un negocio completo.

El rodaje era parte de una película que se iba a llamar It’s All True y nunca se terminó porque era un proyecto, como casi todos los de Welles, imposible.

En ese escenario, Burel coloca a Santini, a quien el propio Rockefeller le da la misión de cuidar a Welles y reportar sus actividades. La tarea es imposible, así que va tras un viejo amor y se ve involucrado en un asunto que excede las exigencias de su viaje y que incluye nazis brasileños, agentes ingleses y funcionario del gobierno de Getulio Vargas.

Sobre la novela, el cine y algunas otras cuestiones, El País charló con Burel.

La misteriosa muerte de Eleonor Rigby transcurría en Liverpool, La misión Rockefeller en Río. ¿Hay una necesidad de salirse del ambiente montevideano?

—Ya escribí mucho sobre Montevideo: mi literatura es esencialmente montevideana. Pero en la literatura uruguaya noto un gran ombliguismo, una gran sujeción a lo local y a lo íntimo que resulta en historias muy acotadas. Eso le quita conexión a la literatura con otros mundos. A mí me gusta mucho Río y me interesa Brasil, un país al que le prestamos poca atención. Así que me interesaba meterme en el Río de esa época, traer a Vinicius, el carnaval, el Copacabana Palace. Y además Orson Welles, un tipo increíble. Todo eso me convocó a hacer algo que era difícil pero que me motivaba a construir algo que era distinto a lo que se publica en Uruguay.

—Hay un riesgo ahí...

—Una de las cosas que mido en mis colegas y que, por lo tanto, tengo la esperanza de que lo midan en mi, es el grado de riesgo. Aprecio eso en muchos libros que a veces no están tan logrados.

—En 1976 se publicó su primer cuento en un libro, aquella selección Los más jóvenes cuentan que Arca editó en 1976. ¿Se pensaba ya como un escritor que seguiría vigente y publicando 45 años después?

—Ese cuento se llamaba “La última película” y era tributario de cierto temperamento romántico que tenía entonces y una adhesión a lo que significaba el cine para mi. Igual, escritor no es el que escribe un libro sino el que no puede vivir sin escribir- Eso es algo que te va llegando: al principio no te das cuenta porqueempezás por el cuento, querés saltar a la novela, no tenés muy claro ese impulso, sentís la influencia de tus maestros. Pero en algún momento te das cuenta de que más allá de todo, es que tenés la necesidad imperiosa de escribir porque lo que te resuelve la escritura no te lo resuelve nada. Y acompaña tu madurez como persona.

—Así que sigue intacto ese impulso por escribir.

—Absolutamente. No puedo estar sin escribir y a veces estoy con más de un libro a la vez. Escribir es muy misterioso: te conecta con otra realidad.

—¿Cómo es el proceso de su escritura?

—No soy un autor que haga fichas o esquemas. Voy escribiendo y lo tengo todo en la cabeza. Y me doy cuenta cuándo tengo que parar. Y ahí siempre seguí un consejo de García Márquez: hay que parar cuando se sabe con toda claridad cómo seguir al otro día. Cada autor tiene su método, su estrategia. La mía es escribir.

—El cine está siempre en su obra como referencia e incluso presencia. En La misión Rockefeller, por ejemplo, recurre a Welles. ¿Por qué tanto cine?

—En una época, en Uruguay, el gran formador de conciencia fue el cine. En muchos sentidos, fue el arte democrático del siglo XX. Y eso determinaba situaciones como la manera de vestir, de peinarse, de cómo mirar ciertos fenómenos de la política y de la cultura. El cine educó, además, en un montón de aspectos positivos.

—¿Considera que en su literatura el cine es una influencia tan importante como algunos escritores?

—El cine me ayudó a contar. Cuando veías una película norteamericana clásica entendías todo lo que pasaba, hacia dónde iba, quiénes eran los malos, quiénes los buenos. Y eso ayuda a clarificar tu manera de narrar. La literatura está -Borges, Cortázar- pero el cine tiene esa cosa en la descripción visual. Igual, mucho antes de que se inventara el cine -y por lo tanto sus recursos- si lees Ismael de Acevedo Díaz es como que hay una cámara que te va mostrando el paisaje. Hoy, el lenguaje audiovisual influye en la literatura al punto de que hay novelas que se escriben pensando en la película o la serie que se van a hacer.

—¿Qué actor clásico de Hollywood, ya que estamos, podría hacer de Guido Santini?

—John Garfield me gustó como modelo físico de Santini. Pero no importa porque nunca imaginé por ejemplo a Miguel Angel Solá como Raimundo Conti en El corredor nocturno. Y estuvo genial.

—¿Va a haber más aventuras de Santini?

—Sí porque tengo más para decir sobre él y también sobre su época.

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