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Hernán Casciari: “Algo en mí sabía que yo iba a nacer de vuelta en Montevideo”

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Hernán Casciari. Foto: Difusión.

ENTREVISTA

Este domingo a las 21.00, el escritor argentino Hernán Casciari regresará a Montevideo para presentar "Casciari a la carta", un espectáculo donde el espectador elige los cuentos

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Hernán Casciari

se siente cada vez más uruguayo. Luego de una niñez atravesada por una obsesión con Montevideo que está reflejada en su cuento “A veces creo que soy uruguayo” —que incluye una cómica descripción de un joven Casciari encerrado en el baño de su casa mirando un mapa de Uruguay— y desufrir un infarto durante su estancia en una casa alquilada a través de Airbnb, el escritor argentino visita Montevideo todos los meses. Además del encuentro con Javier y Alejandra, los anfitriones de la casa del Prado que en junio de 2015 le salvaron la vida al argentino y lo llevaron al Hospital de Clínicas, el autor está presentando Casciari a la carta, un espectáculo donde los espectadores eligen los cuentos.

“Ya es la tercera o cuarta vez que lo hago, y hay caras que vuelven porque saben que siempre son cuentos distintos”, le dice Casciari a El País desde el otro lado de la línea telefónica. Mientras se toma un café previo a volar al norte de Argentina, el autor de Messi es un perro adelanta el espectáculo que se podrá ver este domingo en la Sala Camacuá(entradas a la venta a través de Eventbrite). “Cuando comprás la entrada hay un formulario donde pedís si querés que sea una noche humorística, dramática o melancólica. Elijo dependiendo de esa encuesta, entonces nunca es el mismo espectáculo”.

—En Casciari a la carta proponés una conexión con el público a través de la palabra. No hay música ni videos de fondo, solo tu voz recitando. ¿Cómo podrías definir el encuentro con el público?

—Lo que tiene de divertido es que es algo prehistórico. Yo podría poner una pantalla atrás y toda una parafernalia; tengo otros espectáculos que son así, pero este tiene la particularidad de que es solamente lectura. Incluso hasta que puedas cerrar los ojos y trates de entrar al cuerpo desde lo sensorial. Mucha gente flashea con eso. Otros no porque están más acostumbrados. Hay muchas gente que después dice: “Qué loco... Estuve una hora y media sin mirar el teléfono, escuchando a un gordo que hablaba”. Es divertido cuando pasa eso.

—Has leído tus cuentos en radios, teatros y televisión. ¿Te planteás recuperar la tradición del relato?

—Bueno, tengo una pequeña obsesión de reencontrarme en lo moderno con lo antiguo. Soy muy simétrico y me gusta eso. El cuento es la cosa más vieja que hay: contarle a otro en voz alta algo, y poder hacerlo en formatos tan veloces como internet, la tele, la radio, o el cine me divierte mucho; incluso mucho más que el libro.

—¿Qué diferencias descubriste entre la palabra escrita y el relato?

—Las cosas que descubrí fueron solo porque no estudié. Son cosas que el actor ya sabía desde hace 600 años, y yo abro los ojos grandotes como diciendo: "Uy, ¡mirá! Cuando hacés más silencio la gente subraya el último adjetivo que dijiste". Esto ya lo sabían todos menos yo. Pero bueno, a mí me gusta descubrir así las cosas, no con un maestro en una facultad o en una clase. Me gusta equivocarme y descubrirlo. Lo que noto es que hay un montón de matices nuevos por encima de la escritura que tienen que ver con los matices de la voz, con la gestualidad y con la puesta en escena. Aprendí primero a leer en radios y a tratar de que un texto no parezca leído, sino que parezca oral. Es muy divertido porque cambiás las palabras y hay trucos que fui adoptando. Después subir a un escenario, mirar para arriba, entender que hay 1500 personas respirando el mismo encuentro. ¿Viste cuando te gusta mucho algo y no podés parar de hablar de eso? Bueno, yo podría estarte hablando un año de esto porque me divierte mucho. 

—En diciembre del año pasado publicaste “Julieta se ganó seis libros”, tu primer cuento tras tres años de bloqueo causado por el infarto que tuviste en Uruguay. ¿Cómo fue el reencuentro con la escritura?

—En este bloqueo monumental que tuve, no tuve la misma ansiedad de otros bloqueos. Me acuerdo que he tenido otros siendo más joven y me sentí muy ansioso, muy desesperado. Esta vez, en cambio, no le di mucha bola porque sabía que en algún momento iba a volver. Eso me resulto muy gratificante, pero no estaba desesperado. No fue una locura; después pasa y se disuelve.

Antes de sufrir el infarto, tu ritual de escritura estaba muy ligado a fumar cigarrillos. Ahora que dejaste de fumar, ¿adoptaste otro ritual? 

—Después del infarto casi por obligación tenía que caminar dos horas alrededor de una plaza todas las mañanas, y empecé a pensar ideas en esa caminata. Después pasé a la cinta; ahora hago media hora de cinta en casa y en esa media hora tengo ideas. No sé si puedo decir que ese es mi nuevo ritual, pero es el momento en que puedo pensar las ideas.

—¿Sentís que tu relación con Uruguay creció tras haber sufrido un infarto en Montevideo?

—No sé si creció, pero por lo menos la entendí. Antes del infarto yo tenía una especie de obsesión, no con Uruguay, sino con Montevideo. Desde muy chico sentía un amor por Montevideo sin ni siquiera conocerlo. Me preocupó eso y pensé: “¿No será que en otra vida fui uruguayo?”. Pero yo soy ateo y no creo en las reencaranaciones, entonces le quitaba valor. Nunca entendía por qué me pasaba eso, y después del infarto lo terminé de entender: no era un tema con el pasado, sino que era un tema con el futuro. Algo en mí sabía que yo iba a nacer de vuelta ahí. Es como que me tranquilizó saber que sí, que soy uruguayo y que era por algo.

—Si te pregunto sobre el día del infarto, ¿qué es lo primero que recordás?

—El otro día hablaba con mi mujer, Julieta, y decíamos que nos acordábamos minuciosamente de todo. Tengo un recuerdo de mucha felicidad los cinco días que estuve en reposo en el Hospital de Clínicas, cuando ya estaba mejor. Es un lugar enorme y rarísimo: tiene un piso donde las cosas funcionan bien y otro montón de pisos que son depósitos. Cuando me pude levantar e incluso antes, cuando los médicos no me lo permitían, con Julieta nos escapábamos y ella me llevaba por diferentes pisos oscuros para recorrer; la pasamos muy bien. Estábamos al principio de nuestro noviazgo y era toda una aventura. Fue realmente muy divertido ese infarto.

—Empezaste escribiendo crónicas de basketball en tu pueblo natal, luego pasaste a los concursos literarios y te abriste un blog. ¿Qué descubriste al momento de publicar en internet?

—La velocidad. Me enloqueció ese cambio. Yo escribo desde muy chiquito y en mi pueblo todo era muy lento. A mí me encanta el papel y el proceso de ir a imprenta: ver la tipografía y el color. Soy muy fetichista, pero lo que más me sorprendió de internet fue la velocidad; apretar un botón y lo que escribiste ya esté en Sevilla, en Bélgica, Montevideo y Buenos Aires y al mismo tiempo. Ahora estamos todos acostumbrados, pero en 1999 eso era magia. 

—¿Recordás cuál fue el primer cuento que publicaste en tu blog?

—Me acuerdo del primer comentario, que yo no lo esperaba. Cuando abrí el blog y le di la dirección a cuatro o cinco amigos de mi pueblo, mientras yo estaba viendo en Barcelona. No tenía la menor idea de que eso era público; pensaba que solo era para las personas a las que le dabas el link. Cuando recibo un comentario del primer texto, pensé que iba a ser de mi hermana o de mis viejos, pero cuando lo veo me encuentro con que era de un costarricense. Me sorprendió muchísimo y al mismo tiempo me indicó que tenía que seguir escribiendo ahí. Muchos años después, creo que 10 años después, en la Feria del Libro de Costa Rica esa persona se acercó donde estaba firmando libros y me dijo: "Yo era ese que te comentó". Casi me muero porque fue, sin metáfora, mi primer lector en internet. Muy loco fue.

—¿Publicar en internet te dio más confianza al momento de escribir?

—Yo ya me sentía con mucha confianza, pero desde el costado analógico. Había fundado dos diarios en Mercedes, y en mi ecosistema ya me conocía todo el mundo. Yo sabía que podía hacer reír a la gente y que los podía emocionar, eso no fue nuevo. Lo que ocurrió es que era mucho más veloz e internacional. Si aprendés a escribir en un pueblo de derecha, internet es el patio de tu casa. Es más gente, pero no es más difícil.

—¿Qué le recomendás al público que va a ir a verte este domingo a la Sala Camacuá?

—Generalmente lo que le recomiendo a la gente que sabe a qué espectáculo está yendo y que ya ha venido, es que lleve a alguien sin decirle a donde va. Me encanta eso, porque además los reconozco. El que ya sabe no se sorprende tanto, pero el que no se piensa que va a ver una cosa aburrida y que solo va a ir ver a un escritor leyendo. La persona viene con una especie de sopor aburrido del escritor que lee, y se sorprende muchísimo cuando va muriéndose de la risa. Hay como un doble espectáculo para el que ya sabe qué va a ver: el espectáculo en sí mismo y el amigo sorprendido. Eso es lo que recomiendo siempre.

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