Responsable de uno de los podcast literarios más reconocidos y con libro nuevo de paquete, el gallego Javier Peña es, en persona, tan afable, amable y locuaz como uno puede imaginar. El podcast es Grandes infelices, crónicas bien escritas y muy informadas de la vida de grandes escritores. Lector voraz de biografías literarias, Peña llena sus historias de pequeños detalles que se hacen enorme a través de su mirada. El podcast, que va por su sexta temporada, tiene, dice Peña, un alcance de cientos de miles de escuchas que no le dan los libros.
Ha generado, además, una base de seguidores que seguramente estarán hoy en Club Cultural Charco, donde (a las 20.00, Maldonado 1477), con la participación de la periodista Majo Borges, presentará Tinta invisible (Blackie Books, 1.090 pesos), su tercer libro. Antes publicó dos novelas: Infelices y Agnes.
Allí, Peña, quien nació en A Coruña en 1979, reúne las historias de escritores con el vínculo con su padre, con quien se reencontró, después de cuatro años de distanciamiento y, aunque estaba en su lecho de muerte, pudieron acercarse a través del cine. Cuando se vieron, después de tanto tiempo, lo primero que le preguntó el padre —que había sido marino y un lector dedicado— fue: “¿Qué estás leyendo?”. Tinta invisible es así una suerte de memoria literaria, una reconciliación a través de los libros y los autores, un diálogo entre un padre y su hijo.
Subtitulado “Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias”, por allí pasan Vladimir Nabokov, Juan Rulfo, Fernando Pessoa, Maya Angelou, Thomas Mann, Kurt Vonnegut, Borges y Onetti. Tiene el mismo grado de información que los podcast y la prosa de Peña es rica y directa.
—Mi obsesión es la cantidad de libros que se acumulan y ocupan espacio. ¿Cómo es su relación con su biblioteca? ¿Qué hace con los libros que ya leyó?
—Muchas veces me preguntan para qué quiero tantos libros si solo los leo una vez. Un familiar mío los regala tras leerlos, pero yo no. Prefiero conservarlos para consultarlos. Un libro es un objeto, pero su contenido está vivo. Va más allá de un simple uso: son compañeros a los que puedes recurrir en cualquier momento. Incluso las novelas que aún no he leído están ahí, esperando el día en que me apetezca explorarlas, aunque sea solo para hojearlas y descubrir de qué van. Me ha pasado con libros que compré con entusiasmo, pero que por alguna razón no leí en su momento. Los dejé años en la estantería y más tarde, al retomarlos -a veces para el podcast-, me resultaron increíblemente útiles. Es como si aguardaran su momento. Los tienes con la esperanza de que ese instante llegue, y otros están ahí porque siempre querrás consultarlos o simplemente contemplarlos. A veces me gusta pasar la mano por los lomos y acariciarlos. Son compañía, una parte esencial de mi vida.
—Y esos libros, aun en la estantería, cuentan la historia propia.
—Exacto. Esto lo siento especialmente con los libros que heredé de mi padre. Él los firmaba y ponía la fecha en que los compraba. Esos libros marcan más que un álbum de fotos. Al reconstruir la genealogía de las lecturas de un buen lector, puedes recorrer su vida. Y hay patrones que conectan la lectura con la vida misma.
—Una biblioteca habla de quien la posee...
—Vivimos en una era de consumismo tan grande que entras a una librería y compras sin parar. Antes seleccionábamos con más cuidado. Un libro individual no define tanto, pero sí una tendencia.
—¿Cómo era la biblioteca de su padre?
—Cuando joven, mi padre era comunista, y sus libros reflejaban su época: en 1968, con 23 años, vivía ese momento de rebeldía y sus lecturas de entonces lo muestran. Con el tiempo, se volvió más conservador, algo habitual, y su biblioteca refleja esa evolución. Puedes ver su genealogía a través de sus libros.
—Y una biblioteca está llena de puertas.
—Claro. De repente un libro te transforma, te lleva a buscar algo similar y exploras esa veta. Pero a veces la agotas y pasas a otra. A mí me pasó con Borges, a los 16 o 17 años. A partir de él, descubrí la narrativa hispanoamericana y la literatura metafísica. Hasta entonces, para mí las historias eran Los tres mosqueteros. Y llegaron Borges, Cortázar, y vi relatos completamente distintos. Hay que probar todas las puertas: algunas dan al cuarto de las escobas, otras, a un palacio. Cada uno debe encontrar las suyas.
—¿Hay menos puertas así ahora?
—Hay muchas más, pero a menudo no llevan a ningún lado. Es casi una pesadilla borgiana: un palacio enorme lleno de puertas vacías. Falta esa conexión donde un libro te lleva a otro. Hoy se vende mucho el libro de usar y tirar...
—La literatura de aeropuerto...
—Exacto. Antes cumplía una función, pero ahora incluso la literatura que aspira a perdurar, muchas veces no lo logra. El mercado se ha multiplicado tanto que dificulta los diálogos literarios. Para que esas puertas funcionen, para ampliarlas y crear genealogías, necesitamos diálogos. Que alguien te diga: “Si leíste esto, prueba esto otro”. Pero ahora es una Torre de Babel: cada uno lee cosas distintas. Puedo contarte los libros que leí este mes, y tú habrás leído otros completamente diferentes. Esa profusión, que en teoría es buena, termina siendo, como en Borges, la Biblioteca de Babel: todos los tomos están, pero ¿cómo aprehenderlos si no hay diálogo?
—En ese mercado tan atomizado, con puertas que llevan al cuarto de los trastos, ¿cómo se cuela usted?
—Por azar. Este es mi tercer libro, pero llegué aquí gracias a un podcast que nació como un puente entre esos dos primeros libros. Al final, ese puente se convirtió en todo. Un podcast permite llegar a la gente de forma directa, natural, orgánica. Cientos de miles lo escuchan, algo raro para un libro hoy en día. Y gracias a nuestra lengua común, tuve la suerte de que me oyeran en Latinoamérica.
—Y siguió creciendo...
—También por azar. Empecé el podcast en casa, algo pequeño, para un grupo reducido. Pero el boca a boca lo llevó a Colombia, Argentina, Uruguay. El 95% de quienes vienen a mis presentaciones me conocen por el podcast. Soy un escritor que hace un podcast, pero lo que me ha dado visibilidad y me permite estar aquí, de gira por Latinoamérica, es el podcast. Puro azar.
—La cantidad de seguidores de Grandes infelices da la sensación de una comunidad secreta de lectores que estaba ahí y no parecía.
—Las editoriales no se dan cuenta de que esos grandes lectores de literatura no han desaparecido, solo están desperdigados, como tras una batalla. Hay mucha gente que ama tanto la literatura que dedica 45 minutos a escuchar sobre la vida de escritores. Son personas que saben muchísimo, pero están calladas, como si el ruido del mundo las silenciara.
—¡Una minoría silenciosa!
—En los últimos años, el libro ha recuperado prestigio. Hace una década, hablar de libros en una cena era visto como pedante, como si fuera cosa de un grupo de intelectuales que despreciaba al resto. Ahora, el libro se ha repopularizado, ¿pero a qué costo? La literatura de aeropuerto, de la que hablábamos, ya no está solo en los aeropuertos, sino en las mesas principales de las librerías de prestigio, desplazando a la “literatura de tierra”.
—Tinta invisible es una suerte de memorias filiales y literarias, y usted tiene un papel en ellas. ¿Cómo es como personaje?
—Siempre me he sentido un personaje, aunque eso es materia para un psicólogo, ¿no? Me pasa que comparto muchas experiencias con los escritores que analizo, sin compararme en talento ni impacto: todos, de alguna forma, nos convertimos en personajes. Ya lo era antes, pero al entrar en la esfera pública, se hace más evidente.
—¿Su historia podría ser un capítulo de Grandes infelices?
—Sin duda, pero sería un capítulo modesto, de un “pequeño infeliz”. No tengo el talento de los escritores que retrato, pero comparto sus traumas.
—Tinta invisible comienza con una cita a Onetti y en Grandes Infelices dedicó un episodio a Horacio Quiroga. ¿Cuál es su vínculo con la literatura uruguaya?
—Onetti me gusta mucho, me atrae muchísimo su figura. Con Quiroga soy un poco como decía Borges: me gustan mucho las ideas de Quiroga, pero no tanto su resolución. Pero eso me pasa ahora también con Borges: prefiero comentar los textos de Borges que leerlos. Hace poco quise hacer un episodio de Idea Vilariño y resultó que no encontré material suficiente para un podcast. Ayer entré a una librería y tal y me di cuenta de para ser un país tan pequeño, cuántos escritores. Hay países mucho más grandes que no tienen ni una décima parte de sus escritores.
—Nos pasa también con los futbolistas y los músicos.
—Eso habla mucho del país, ¿no? Quiero decir que es un país muy cultural y se pueden extraer muchas conclusiones de eso. Aquí hay muchos gallegos, y creo que algo en común tenemos, que es la melancolía. Y para mi, que soy el defensor de la infelicidad, la melancolía es un gran factor creativo.