ALEXANDER LALUZ
Capitalizando la buena acústica del teatro El Galpón, la Filarmónica de Montevideo dejó el pasado jueves una de sus performances más logradas. Mozart y Mahler fueron interpretados con precisión y un atento trabajo de los climas expresivos.
Nuestros dos grandes cuerpos sinfónicos son (o serían) un blanco fácil para la crítica. Los (serios) problemas interpretativos y técnicos son casi una marca registrada, y una proyección de los vicios clásicos del "gris funcionario público". Sin embargo, la critica (si es que todavía existe) apenas lo menciona, o, en el peor de los casos, simplemente los deposita en el olvido, en el silencio. El público, por su parte, acepta con cierta resignación (casi ¿posmoderna?) estos fatídicos "problemas". Ciertamente, hay sectores que no disimulan su disgusto ante los desajustes en los fraseos, la falta de precisión en la articulación rítmica, las desafinaciones, desequilibrios dinámicos, la falta de compromiso interpretativo, y un largo etcétera.
La realidad es preocupante, o debería serlo. Pero la realidad demuestra que los análisis de este tema brillan por su ausencia. Al mismo tiempo, es un compromiso reconocer, analizar y estimular (y no sólo aplaudir), cuando en ese nefasto panorama aparecen promisorios signos de cambio.
Desde que el maestro Javier Logioia Orbe asumió la dirección artística (y por concurso) de la Filarmónica de Montevideo, se impuso la idea de un cambio, una proyección de la orquesta hacia otros horizontes. El ambicioso proyecto de Logioia, sin embargo, parecía una utopía. Concretar una renovación artística en un organismo tan complejo no es tarea fácil, ya que implica abordar problemáticas en más de un frente. Pese a ello, los síntomas de cambio ya se ven. Mejor dicho, ya se escuchan.
El concierto que esta orquesta municipal dio el jueves en el teatro El Galpón, inaugurando el ciclo integral de sinfonías de Mahler, fue el primero (y muy valioso) de estos síntomas.
En la primera parte, y con una orquesta reducida, integrada fundamentalmente por los músicos más jóvenes, Logioia dirigió el Concierto N° 2 para flauta de Mozart. Es verdad que la atención se concentró en la muy ajustada y refinada interpretación de la flautista japonesa Yoko Owada. Pero la orquesta dio muestras de un interés muy diferente, fresco, inquieto, en la interpretación que merece ser destacada. Al ensamble le faltó algo de ajuste, y en ciertos pasajes se asomaron algunas de las "temibles" desafinaciones. No obstante, esos problemas, mínimos por cierto, fueron sorteados con mucha elegancia gracias a la precisa dirección de Logioia.
La performance de Owada fue un capítulo aparte. Su sonido, además de impecable, denota un sensible trabajo con la afinación, la articulación de las frases, lo que se escuchó con mucha claridad en las cadencias. El bis que interpretó, una pieza contemporánea especialmente compuesta para ella, fue un verdadero viaje hacia atmósferas orientales. Y Owada dejó los sonidos como suspendidos en un ambiente hipnotizado por su concentración.
Con la Sinfonía N° 1 Titán de Gustav Mahler, que se escuchó luego del intervalo, la orquesta en pleno demostró que, a pesar de las grandes y conocidas dificultades de la obra, se puede lograr una interpretación vibrante, llena de energía y rica en matices, lo que subrayó los materiales sonoros tan contrastantes que usó Mahler. Sonando así, queda claro que los cambios son posibles, pero apostando al compromiso artístico.
Escuchar diferente
En el marco del Programa de formación de públicos 2009, el teatro Solís propone hoy, a las 12.30, un ensayo abierto de la Filarmónica. Allí la orquesta repasará el programa con obras de Mozart y Mahler que se escuchó el jueves y que se repetirá esta noche en el Solís, a las 20 horas. Será una interesante posibilidad de conocer de adentro la dinámica de ensayo de una orquesta.