Por qué la nueva "Bridget Jones" es el reencuentro con una vieja amiga y lo mejor de las comedias románticas

En "Bridget Jones: Loca por él", que acaba de llegar a cines, Renée Zellweger vuelve a brillar con un personaje del que no puede despegarse, y que ahora sabe de tristezas, pero también de renacer.

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Renée Zellweger en "Bridget Jones: Loca por él".
Foto: Difusión

Hay un entretelón que nadie cuenta, pero cuando un periodista escribe sobre una película recién estrenada en cines, por lo general la ve así: en una sala casi vacía, en un silencio absoluto, sin nadie al lado, con cuatro, cinco o seis colegas desperdigados en algunos asientos. Sin pop, sin refresco, sin murmullos, sin conmoción, sin estridencias. Probablemente un martes por la mañana, cuando el día aún está lleno de cosas por hacer.

Lo ascético del contexto contribuye, quizá, a la objetividad con la que se puede observar todo. Sin contaminación emocional, sin la mirada cómplice que refuerza la opinión sobre un momento o le agrega un nuevo significado a un pasaje del guion. Ver una película en una sala desierta es, más que en cualquier otro caso, un ejercicio de contemplación.

El cine es distinto cuando se lo vive en compañía. Es distinto cuando se lo comenta, cuando hay otras presencias que atender, otras reacciones que testear, otras risas, otros saltos, otros suspiros que se acoplan a los propios. Cuando es colectivo, el cine (como la música) deja de ser solo contemplación.

No sé cómo habría sentido la nueva Bridget Jones si la hubiera visto en el vacío. Pero en una sala repleta de mujeres lo suficientemente cómodas como para emocionarse sin tapujos o reírse a carcajadas, fue imposible no adorarla. Bridget Jones: Loca por él es como reencontrarse con una vieja amiga que, de repente, está ahí: más arrugada, más curtida, pero tan cercana como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Estrenada ayer en Uruguay, es la cuarta entrega de las aventuras de Renée Zellweger en su personaje más memorable. En 2001, la primera película la presentaba recién entrada a los treinta, fumando como loca, queriendo bajar de peso y en busca de un buen amor. Su misión la llevaba a debatirse entre su jefe, Daniel Cleaver —un Hugh Grant en su versión más irresistible y peligrosa—, y un vecino de la infancia, el formal Mark Darcy, es decir, Colin Firth en un modelo de galán que muchas establecieron como definitivo.

Adaptación del personaje creado por la autora británica Helen Fielding, la película recaudó 10 veces más de lo que costó (más de 281 millones contra los 26 millones de presupuesto) y dio pie a una secuela, Al borde de la razón (2004), con el triángulo amoroso enredándose hasta terminar con ella en una cárcel de Tailandia.

Zellweger había tenido su primer protagónico en el cine de terror, con un fracaso rotundo (La masacre de Texas, 1994), pero que sirvió para mostrar su talento. Dos años después deslumbró en Jerry Maguire, junto a Tom Cruise, en una de las grandes parejas de los años dorados de la comedia romántica. Consiguió un Globo de Oro por Persiguiendo a Betty, justo antes de ponerse por primera vez en la piel de Bridget Jones. Lo cambió todo.

En tiempos de Sex and the City, Bridget fue un aporte a un nuevo modelo de heroína: una mujer independiente que exploraba su sexualidad y se divertía sin renegar de sus deseos más profundos, sin dejar de soñar con el amor. Tenía un humor irreverente y un par de chistes que, 20 años después, ya no se ven de la misma manera, pero sobre todo tenía algo que puede convertirse en una cruz: un montón de características para las que Zellweger parecía haber nacido.

“Me identifico tanto con ella que siento que siempre está presente. A veces la percibo en mis torpezas y pienso en ella cuando tengo una de esas experiencias extracorpóreas en las que me veo hablando y pienso: ‘Cerrá la boca. Dejá de hablar. Pará ya’”, confesó ahora, en la previa a su último regreso a Bridget, en una entrevista con la revista Empire.

Su relación con el personaje es así de intrínseca, aunque le ha dado descansos largos. Desde 2004 transitó otros proyectos cinematográficos, hasta que en 2010 entró en un retiro autoimpuesto de Hollywood porque, dijo, se había cansado de su propia voz. Estudió Derecho Internacional y música, construyó una casa, rescató perros. Luego retomó la actuación a su propio ritmo con El bebé de Bridget Jones (2016), en la que su personaje estaba embarazada pero no sabía de quién: si de un millonario con cara de Patrick Dempsey o de Mark Darcy, con quien finalmente se casaba. Iban a vivir felices para siempre, pero el cine hace sus cosas.

El bebé de Bridget Jones
Bridget Jones con sus galanes en "El bebé de Bridget Jones".

Así que en Bridget Jones: Loca por él, que es el primer gran lanzamiento de Zellweger luego de haber brillado como Judy Garland en Judy (papel que le valió el Oscar a mejor actriz), Bridget tiene 51 años, dos hijos y lleva cuatro años como viuda. Darcy murió. Y ella, un poco, murió con él.

Con la misma sonrisa infantil y apretada de siempre, pero con una melancolía muy presente en sus ojos, Bridget va haciendo lo que puede entre la casa, la maternidad y la ausencia. Está desarmada y ha renunciado al amor, a la vida sexual y a la actividad en general, hasta que su entorno finalmente la impulsa de nuevo al ruedo. “No alcanza con sobrevivir. Debes vivir”, le dice su padre. De repente, Bridget se lo toma al pie de la letra.

Así que Loca por él trata de ella volviendo a trabajar como productora de televisión y, cómo no, enredada en un nuevo triángulo amoroso. Esta vez, entre un muchacho 20 años menor (Leo Woodall, encantador) y el severo profesor de su hijo (Chiwetel Ejiofor). Daniel está de vuelta, pero ya como un amigo incondicional que —finalmente— atraviesa sus propios conflictos.

Con todo esto, Bridget Jones: Loca por él se convierte en una de las mejores películas de la saga y en una perfecta tragicomedia. Con un elenco que trae de vuelta a varios secundarios, logra rescatar lo mejor de las comedias románticas de los 90 —una especie en peligro de extinción— y equilibrarlo con la tristeza aprendida que viene con la adultez. Eso incluye un soundtrack lleno de aciertos, varios guiños a la película original y una declaración de amor para recordar por mucho tiempo.

En el centro de todo está Zellweger, graciosa, acertada y precisa en cada una de sus decisiones. La sensación colectiva de que hay una nueva película a la que volver cuando todo se sienta gris. Y Bridget Jones, que sigue eligiendo ver la vida color de rosa, aunque ahora sea perfectamente consciente de los matices.

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