Lo viejo funciona: "Fórmula 1. La película" es un despliegue técnico y un show ideal para ver en cines

Es una aventura durante una temporada de Fórmula 1 con Brad Pitt, Javier Bardem y un montón de estrellas de la categoría más importante del automovilismo mundial

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Brad Pitt en F1

Con la profundidad de un cuento escrito por un niño y la pericia de un publicista muy inspirado, F1. La película, cuya llegada a las salas viene siendo celebrada tanto en festivales de cine como en circuitos de grandes premios, es lo que quiere ser: si vale la fácil ocurrencia, pura fórmula.

Manejar en territorios conocidos y enchularlos es parte del atractivo de su director, Joseph Kosinski, quien claramente es lo que antes solía llamarse un artesano, una denominación de viejos críticos que ya no tiene aquel tono peyorativo. Es funcional e imaginativo cuando se enfrenta a una idea.

Eso quedó más que evidente en Top Gun: Maverick, con la que revitalizó una marca en una aventura moderna, eficaz y publicitaria al servicio del Tom Cruise más comprometido. Se incluían escenas de acción aeronáutica retratadas en su justa intensidad.

Consigue lo mismo en F1, cuyo despliegue técnico y tecnológico es la mayor gracia de todo este invento.

De la inversión participa la propia Federación Internacional del Automóvil (la FIA), organización que gestiona la categoría. Lewis Hamilton, quien ganó siete temporadas y es una de las grandes figuras del rubro, aparece como productor de la película y tiene un papel en el duelo final.

Todas las estrellas de la categoría hacen acto de presencia, como certificando el compromiso con la causa. Los conocedores identificarán a un montón de ellos ya que por ahí andan, dicen, Fernando Alonso, Sergio Pérez, Max Verstappen y casi toda la grilla de largada.

Esa causa a la que suscriben sería la expansión de la marca (como Mattel hizo con Barbie, se ha apuntado y es así), que ya tiene alcance global y un público cautivo que sigue las competencias en directo y en las redes, consume su farándula y su merchandising. En los últimos tiempos ha crecido su red de interesados en públicos más juveniles.

La FIA aportó a la película su star system, su logo y sus circuitos. La película fue filmada durante una temporada de grandes premios aprovechando la llegada del circo a Hungaroring, Spa-Francorchamps, Monza, Zandvoort, Suzuka, Las Vegas y Abu Dabi.

Son las escalas que tiene la historia lo que la acerca a Meteoro (la subestimada película de las hermanas Wachowski), que era tan anfetamínica como F1 resulta corporativa.

Las “películas de carreras de autos” tienen, desde la segunda mitad del siglo pasado hasta ahora, por lo menos dos clásicos.

Uno es Grand Prix, de John Frankenheimer, que es de 1967 con James Garner e Yves Montand recorriendo Europa en el cockpit de esos autos que se ven tan frágiles para nuestra moderna aprehensión cobardona. Igual que ahora, aparecían un montón de estrellas del automovilismo de su tiempo incluyendo a Juan Manuel Fangio.

Espectadores ganados en años recordarán también Las 24 horas de Le Mans con Steve McQueen y de 1971, pero el otro clásico del género es más reciente: Contra lo imposible es la mejor película de James Mangold y reflejaba el vértigo empresarial y de los héroes del volante que representaban Matt Damon y Christian Bale entre escenas de velocidad bien construida.

La historia en F1 es de lo más tradicional que se consigue en el mercado. Sonny Hayes (el personaje al que Brad Pitt aporta una envidiable percha sexagenaria) es un héroe a la usanza tradicional, uno más en la senda de Alan Ladd en El desconocido, por ejemplo.

Es de los que llegan a un lugar y hacen lo suyo (impartir justicia, vencer al mal, recuperarle la dignidad a una escudería de Fórmula 1) para luego seguir su camino. Eso lo cumple, le es inexorable, a rajatabla.

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F1. La película

La llegada de Sonny a los boxes de APXGP —el equipo que lo contrató faltando nueve fechas, no ha tenido una alegría en un par de años y está 350 millones de dólares en rojo— es en cámara lenta y desde la profundidad de campo para señalar su carácter épico. Y hacer lucir a la estrella.

Sonny terminó ahí después de que el dueño de la escudería, que porta el españolísimo nombre de Ricardo Cervantes (Javier Bardem), lo encontró en el medio de la nada en uno de los reposos de guerrero. Uno termina enterándose que supo ser una promesa en ascenso en la mayor categoría del automovilismo y que un accidente espectacular le truncó la carrera, lo dejó con pesadillas recurrente y una lesión en la columna que atraviesa su espalda como una herida de guerra.

La convocatoria de Cervantes le da la oportunidad de hacer el bien y, encima, sacarse el capricho de volver a correr en Fórmula 1 y demostrarle al mundo lo bueno que hubiera sido. No hay ninguna profundidad más allá del estereotipo.

En APXGP conoce a su compañero de escudería, el novato Joshua Pearce (Damon Idris), quien tiene community manager y una antipatía hacia el recién llegado, quien se le presenta como un renegado y con unos métodos y una estrategias temerarias y dañinas de carrocerías durante la carrera. Es que Sonny, quien ha pasado todo este tiempo como piloto freelance, apostador profesional y hasta taxista en Nueva York, solo encuentra su felicidad en la pista a la que enfrenta con un deleite infantil y una concentración tirando a inhumana.

La película básicamente va sorteando todas las estaciones tradicionales de inconvenientes y soluciones propias de la fórmula. Espoilear el final es una redundancia ante el destino manifiesto de una película de su clase, un melodrama varonil con autos a todo lo que da. Y que se alinea con ese slogan moderno de “lo viejo sirve”, incluso en un mundo supertecnificado como por lo visto como es de la Fórmula 1.

Dicho todo esto, F1 no disimula en ningún momento su carácter propagandístico y está en todo su derecho. Eso permite escenas de espectacularidad en las carreras, con una paleta de colores que recuerda al cine así de los 80. Entre los productores figura Jerry Bruckheimer, quien entre sus méritos tiene la creación de Top Gun y que ya visitó el universo del automovilismo en Días de trueno, que tenía a Tom Cruise y que a nivel de la pericia técnica, imaginación, excelencia y presupuesto, es de la misma clase que esta F1.

Lo que es un poco molesto son los relatores gritones que acompañan las carreras en un recurso no diegético que busca transmitir una emoción televisiva que no precisa. Confía más en la FIA que en el cine.

F1 aprovecha al máximo la tecnología y la técnica de la fotografía, la edición y el sonido, rubros que cubre con una solvencia imprescindible en esta clase de proyecto. Kosinski, el director, impone su ritmo que es el de un espectáculo colorido, ruidoso, con estrellas como Pitt y Bardem y con referencias para entendidos.

Un buen plan para una noche de cine, con la compañía ideal compartiendo un pop y dos refrescos. Que para eso se hacen películas así. El resto son disquisiciones de cínico.

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