Filmó a su madre y construyó una cruda película uruguaya que rescata lo esencial: el valor de una buena historia

Aunque se la presenta como “una historia de amor entre un judío y una alemana en el nazismo”, La mitad de mi familia es bastante más que eso. Quizás por cómo el psicoanalisis la atraviesa, la película, que llegó este mes a las salas, es un entramado que dispara hacia distintas direcciones, según de dónde se lo mire. Puede ser, así, un diálogo sobre salud mental, una memoria sobre la guerra, una mirada sobre el ser mujer, un abordaje al vínculo madre - hija y un ensayo sobre cómo las heridas que nos anteceden también son parte de nuestro permanente equipaje.

Pero es, sobre todo, una historia de linaje. De qué hacemos —qué podemos hacer— con todo ese linaje.

Primer largometraje del uruguayo Ariel Wolf —egresado de la Escuela de Cine, realizador de cortometrajes y también camarógrafo de televisión—, es la mirada del propio Ariel a su madre, Doris Hajer, en el confinamiento pandémico. El encierro fue el terreno propicio para que Hajer se sentara frente la cámara y, sin romanticismo alguno, hablara.

Es, también, una película sobre la contradicción.

La mitad de mi familia se basa en el libro homónimo de Hajer. Reconocida psicoanalista, docente universitaria que incluso trabajó en Viena, escritora de varios libros y además madre del director, en 2019 publicó unas memorias en las que ordenaba la historia de su familia, compuesta de nazis y también de judíos. En algún momento una voz en off del propio Wolf dice algo así: que no es fácil entender que una mitad de su familia mató a la otra mitad de su familia.

La madre de Hajer, hija de una cristiana y un protestante, se convirtió al judaísmo cuando se enamoró. Su padre, entonces, la dio por muerta: mientras ella se fugaba con su marido a París, ante el advenimiento del nacionalsocialismo, ese padre se convertía en un importante ingeniero nazi.

Todo eso se puede ver en Cinemateca Uruguaya, donde tiene funciones diarias, y hoy y el domingo en Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.

El documental, que dura 96 minutos e incluye fragmentos de canciones de Buenos Muchachos, Ojos del Cielo, Daniel Yafalian y un luminoso final con la inevitable “Milonga del moro judío” de Jorge Drexler, es sencillo, doméstico.

Se limita a planos fijos de entrevistas varias a Hajer, más algunos registros de la vida familiar, fotos de archivo y el tránsito de Ariel Wolf por algunas calles de Montevideo. Sus caminatas y una expedición a una sinagoga en Barrio Reus acompañan algunas reflexiones respecto a su propio rol en esta historia, y a cómo aquella herida de hace 80 años impactó en su personalidad, su vida y la construcción de su familia.

Y quizás no necesita más. A medida que Doris Hajer empieza a abrir las capas de personalidad de su madre y a alumbrar sin rodeos los rincones más oscuros, emergen la tensión, el drama, el espanto, pero también el humor.

Los relatos más terribles no están enclavados en el azote del nazismo, sino en la historia mínima que sostiene a la película. Hay más de un giro inesperado que consigue un efecto inmediato en el público, como quedó claro en una de las varias premieres que ya tuvo La mitad de mi familia, este martes en Sala Zitarrosa, en una noche que abrió la banda Filo y cerraron Ana Prada y Alejandro Ferradás haciendo, juntos, “Milonga del moro judío”.

“Estuve como 15 años o más, 20, escribiendo guiones y no logrando conseguir fondos y sin encontrar la manera de llevar adelante esas cosas. Y cuando se dio este proyecto fue esa cosa que vengo pensando: que de repente, con una cosa muy chiquita, podés hacer algo muy grande”, contó Wolf en diálogo con José Miguel Onaindia, director de la Comedia Nacional, para el ciclo La conversación de Radiomundo. “Con la camarita, mi computadora y demás, algo que arranqué solo y con pocos recursos se transformó en algo importante”.

La película intenta abarcar mucho —información, vida, incluso un análisis sobre cómo toda relación es un duelo entre oprimido y opresor—, y algunos momentos funcionan mejor que otros. Pero la fortaleza de La mitad de mi familia no está en la información, en el ensayo ni en la memoria. Está en cómo, desde la simpleza y lo minúsculo, logra rescatar el valor de una buena historia.

Foto: Difusión