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Cómo el cine uruguayo se ganó el corazón de Biarritz

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Festival de cine de Biarritz
L'équipe du film "Compañeros" Chino Darin, , Alvaro Brechner et
Nicolas Mollo

Ahí Estuve

El festival francés dedicó su última edición a la producción nacional; así fue la fiesta

 Darín, Pérez Cruz, Brechner y la productora Mariana Secco de "La noche de 12 años"
El candombe puso banda de sonido al Festival de Cine de Biarritz
Una instantánea del Festival
Además de cine, en Biarritz, hubo música y arte uruguayo. Foto: Difusión
Una mesa redonda con varios protagonistas del cine uruguayo. Foto: Difusión

¿Cómo suena el candombe dentro del cine? Tocado en vivo, resulta la elección perfecta para ambientar la antesala de un estreno. Con su ola imparable de golpes, el ritmo popular crece minuto a minuto y acompaña esa expectativa que nace en el momento previo a que la única luz encendida sea la de la pantalla grande.

Ese encuentro, del candombe y cine, fue una de las confluencias culturales que tuvieron lugar en el último Festival Biarritz Amérique Latine, donde Uruguay fue el país invitado de honor.

Desde hace 27 años, el certamen francés es una puerta de exhibición para el cine producido en América Latina o de realizadores latinoamericanos.
Biarritz, con sus calles angostas y una arquitectura de espíritu aristocrático y oceánico, reúne el espíritu surfista de las playas deRocha aunque, su paisaje —está más cerca de la puntaesteña Gorlero.

Durante el evento se puede encontrar, por ejemplo, una feria instalada dentro de un lujoso casino frente al mar en el que se pueden comprar remeras estampadas con el rostro del Che; adornos con calaveras mexicanas y telares andinos. Es en los cines, sin embargo, donde se siente el cariño más genuino de Biarritz por lo latino.

Mientras que a unos 50 kilómetros el Festival de San Sebastián persigue el prestigio internacional al invitar a estrellas del cine estadounidense —este año: Bradley Cooper, Ryan Gosling, Claire Foy, Chris Hemsworth—, Biarritz apela a la diferencia y a destacar un cine que con Hollywood comparte continente, pero no opulencia.

Esta última semana de setiembre, con el verano despidiéndose, el foco de Biarritz estuvo puesto sobre Uruguay.

Por un lado, estuvo la exhibición en competencia de dos estrenos uruguayos: La noche de 12 años, de Álvaro Brechner, y el documental Locura al aire, de Alicia Cano y Leticia Cuba. Ambas películas ganaron el Premio de Público a mejor ficción y mejor documental, respectivamente.
El drama carcelario, distribuido en algunos países de Europa como Compañeros, fue el acto de apertura del Biarritz Amérique Latine. Desde su estreno, todo fue entusiasmo: ya en la apertura, cuando fue anunciada como la candidata uruguaya a los Oscar y los Goya, la película recibió reiterados aplausos. La presencia de Chino Darín y la cantante catalana Silvia Pérez Cruz —quien interpretó parte de la emotiva canción que suena en los créditos de la película— fue un golpe de gracia para conquistar espectadores.

Al igual que La noche de 12 años, Locura al aire —que ocurre en el Hospital Vilardebó y el proyecto Radio Vilardevoz— también tuvo proyecciones a sala llena y con un público interesado por conocer más sobre el emprendimiento llevado a cabo por los pacientes del histórico hospital psiquiátrico.

Fuera de la competencia, la presencia uruguaya se hizo sentir a través de una selección de diez películas nacionales que fueron exhibidas a lo largo de una semana en horarios variados.

Nicolás Azalbert, programador del Biarritz Amérique Latine, explicó a El País que la intención original de la muestra fue presentar una historia del cine uruguayo. El objetivo se volvió más engorroso de lo esperado para conseguir copias en buena calidad de las primeras películas nacionales, por lo que se decidió aprovechar el décimo aniversario de la creación del ICAU —hoy conocido como la Dirección del Cine y Audiovisual Nacional— y confeccionar una muestra retrospectiva más reciente.

Según Azalbert, tanto en la programación como en la competencia oficial (ver recuadro) el objetivo del festival fue lograr que se saliera de una “cierta representación” que en Europa se tiene sobre los países de América Latina con películas que tienen un punto de vista “sensacionalistas sobre temas como la violencia o el narcotráfico”.

“No queríamos pasar otra vez 25 Watts y Whisky, las más famosas que la gente ya vio”, aclaró por su parte Azalbert, quien también integra el equipo responsable de la célebre revista cinéfila francesa, Cahiers du Cinema, sobre la muestra uruguaya.

El resultado fue un panorama que incluyó a las películas El círculo (José Pedro Charlo y Aldo Garay, 2008); El hombre nuevo (Garay, 2015); Hiroshima (Pablo Stoll, 2010); Jamás leí a Onetti (Pablo Dotta, 2010); Las flores de mi familia (Juan Ignacio Fernández Hoppe, 2012); La vida útil (Federico Veiroj, 2012); Los Modernos (Mauro Sarser y Marcela Matta, 2016); Mal día para pescar (Brechner, 2009); Mundialito (Sebastián Bednarik, 2010) y Solo (Guillermo Rocamora, 2013).

“Las películas hablan muy bien entre ellas”, opinó Azalbert. “En un sentido temático y estético. En casi todas hay una temática sobre la emancipación de los personajes. Las personas intentan salir de su cotidiano, volverse otro, superarse o liberarse. Más allá de la diversidad en ellas, había muchas cosas en común”.

La mayoría de los realizadores uruguayos responsables de los títulos de la muestra fueron invitados a presentar sus películas y varios coincidieron en un rasgo particular del festival de Biarritz: la presencia de un público fiel. Con funciones programadas a partir de las 10.00 de la mañana y hasta la noche, rara vez las películas uruguayas no fueron vistas por una sala repleta por un público formado por adultos mayores y oleadas intermitentes de estudiantes. Nada mal para un festival que no es gratuito.

Fuera de las celebraciones —que también incluyeron un homenaje a Juan Carlos Onetti, un recital de Luciano Supervielle y una muestra del Centro de Fotografía de Montevideo—, también hubo instancias para la reflexión sobre el estado de situación del cine uruguayo. Particularmente, a través una mesa redonda en la que participaron Brechner, Charlo, Fernández Hoppe, Marcela Matta,  Rocamora, Sarser, Andrés Varela y Veiroj.

Los realizadores coincidieron que la retrospectiva uruguaya en Biarritz mostraba puntos en común entre los títulos (”Es como un padre que tiene mellizos. Son los demás que pueden indicar las semejanzas”, indicó Sarser, codirector de Los Modernos) pero también buscaron remarcar una mayor amplitud reciente en el cine nacional, hacia el género con historias más disímiles entre sí, en comparación con la primera oleada de producciones en la primera década de 2000.

Durante la ponencia, Varela, director, productor y fundador Coral Cine, señaló que las producciones nacionales están empezando a responder a las nuevas generaciones, de público y cineastas, con “nuevas visiones que cambian nuestra narrativa y mitos”.

Si bien algunas problemáticas de discusión frecuente en la industria volvieron a surgir, como la dependencia de los fondos gubernamentales para la producción local y la distribución problemática en los complejos de cine privados, el panel también señaló que se debe trabajar más en que las carreras de los nuevos realizadores no se detengan en sus óperas primas.
Del otro lado, el público europeo se mantuvo atento e interesado por escuchar a un grupo de artistas desentramar lo que enfrentan durante el proceso de concebir, construir y difundir una historia.

Ese público, el de Biarritz, fue el mismo que durante el festival se vio atraído por la oferta uruguaya y logró pequeños momentos de orgullo para sus realizadores, como cuando la comedia Los Modernos tuvo que verse en dos salas en simultáneo para cumplir con la demanda; o como cuando algunos espectadores pidieron fervientemente silencio para disfrutar de la odisea casi muda que Stoll plantea en Hiroshima. Fueron momentos anecdóticos pero ilustrativos de un pequeño gran festival que le brindó al cine uruguayo una casa en el extranjero.

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