El periodismo, alguien lo ha dicho, es el mejor trabajo del mundo. Permite, por ejemplo, pasar un rato de una mañana con la artista plástica Margaret Whyte en su taller céntrico. Antes allí, apropiadamente, fue una casa de telas y el recién llegado tiene la sensación de estar en las entrañas de una de las obras de Whyte. Hay que moverse con cuidado.
En ese ambiente mágico, Whyte recibe a un maravillado periodista de El País. A la artista la acompaña Patricia Bentancur, la curadora de Antifrágil, el proyecto que Whyte montará en el Pabellón de Uruguay en la 61 Exposición Internacional de Arte, el prestigioso evento conocido como la Bienal de Venecia, en 2026.
De acuerdo a la información oficial Antifrágil (el título remite a un libro del libanés Nassim Nicholas Taleb) fue seleccionada por la Comisión Nacional de Artes Visuales, por “su capacidad de situar y amplificar la obra de Whyte, subrayando la dimensión política de su práctica textil y su sólida trayectoria”. Estos elementos, se afirma, la convierten “en una propuesta especialmente idónea para representar a Uruguay”.
Es, en todo caso, una consagración para uno de los grandes nombres del arte contemporáneo nacional.
Nacida en 1936, Whyte estudió entre 1972 y 1976 en el Círculo de Bellas Artes, con Clarel Neme, Amalia Nieto y Rimer Cardillo. Participó en el taller de Hugo Longa y fue parte de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC).Su primera exposición individual fue en 1978 y ha recibido innumerables reconocimientos incluyendo el Premio Figari en 2014. En 2020, el 59º Premio Nacional de Artes Visuales llevó su nombre
En 2012, la crítica Alicia Haber tituló un artículo sobre ella como “La bisabuela irreverente y subversiva creadora de arte joven”. Y es un gran título.
Allí, Haber decía que Whyte “prosigue con creatividad, impulso y sin fatiga, explorando nuevos lenguajes y nuevas técnicas. Es todo un ejemplo. Y es joven en todo sentido, porque su espíritu es muy juvenil y apuesta a la creatividad desde una zona de riesgo, audacia, irreverencia”. La definición sigue aplicando 13 años después.
Su producción tiene un fuerte pie en lo textil, con el uso de telas, tejidos, costuras, que representan lo femenino, la memoria a través de los desechos y todas las lecturas que puede abarcar una obra tan rica. Ha hecho, pintura, escultura, intervenciones, demostrando poco miedo al riesgo y al desafío. Su obra, como su taller, revelan una inquietud y una vitalidad, mantienen al llegar a los 90 años, sí, una inquietud juvenil. Whyte siempre ha hablado de nuestro presente.
Este es un resumen de su charla con El País.
—¿Cómo recuerda el Círculo de Bellas Artes?
—Fui como cinco años. Me recibió Alceu Ribeiro. Luego estudié con Clarel Neme que era muy exigente: con él no se podía, por ejemplo, salirse del color. Aprendí muchísimo allí, porque lo académico es necesario para poder hacer las cosas a tu manera. Después, Amalia Nieto me dio libertad total. Ahí empecé a usar lo que me había enseñado Neme y con Amalia fue el despegue. Luego fui con Rimer Cardillo pero al mes se fue a Estados Unidos. Aprendía grabado con él, pero no era lo mío, así que no me importó no seguir.
—Y fue con Hugo Longa...
—Era increíble, un maestro total, muy risueño, con humor. Enseñaba pero respetaba tu manera. Siempre con una mirada, un aporte para que uno haga el resto.
—¿Longa fue quien le trajo el color a su obra?
—Ya era lo mío porque yo también era un poco expresionista. Y me gustaba lo inmediato. Tenía la idea primaria, la elaboraba, pero al llegar a la tela me olvidaba de lo planificado que igual quedaba en lo inconsciente.
—¿Qué encontró en la FAC?
—Intercambio de ideas. Fernando López Lage es siempre tan puntual y sincero; sus opiniones me sirvieron mucho. Es un maestro en el arte contemporáneo y sus clases son magistrales. Tenía un lugar muy pequeño ya no me entraba más la obra, y no tuve más remedio que irme.
—¿Qué marcos teóricos le aportaron todos esas experiencias?
—Mis reflexiones fueron siempre muy propias: nunca me guié por reflexiones ajenas. Analicé mis ideas y las practiqué. No quería opiniones de afuera, yo quería descubrir lo que realmente era. Aunque, claro, escuchaba y leía mucho.
—¿Y cómo es ese acercamiento propio?
—Lo más importante es ser auténtico y expresar lo que uno siente. El concepto es fundamental para iniciar una obra, sea textil, una instalación o pintura. Y cada concepto tiene su camino; descubrirlo es otro riesgo y otro desafío. A mí siempre me gustó el riesgo, lo desconocido, abrir un camino.Siempre he seguido esa línea.
—¿Qué papel juega la memoria en su obra?
—Trabajo con lo que existió y lo aplico en mi obra. Por ejemplo, en los cascos en los que trabajo están el lujo y lo pobre, Me gusta el contraste.
—¿Cómo llega a lo textil?
—Yo era artista visual y elegí el arte textil y empecé de la nada, sin mirar libros porque quería sacar todo de mi interior y aprender de los errores. Los errores fortalecen y dan experiencia. A veces sirven para variar la idea, porque muestran que ese camino no era el verdadero. Es un proceso difícil pero fantástico. Y siempre con reflexión para hacer que lo que hago esté vigente.Siempre mirando el presente y el futuro. Espero seguir trabajando mientras pueda: es fantástico estar acá en el taller.
—¿Cómo es su relación con su curadora, Patricia Bentancur?
—Ha sido mi curadora preferida. Me conoce muchísimo y se adapta a mis conceptos, aunque es muy distinta. El curador debe ser objetivo y ella sabe expresar la parte teórica, que es fundamental. Yo soy contundente en el trabajo, y ella aporta la teoría.
—¿Cuáles son sus rutinas de artista?
—No tengo horario fijo. En mi casa tengo que hacer todo, así que me dosifico. Necesito tres o cuatro horas, porque si no, no sirve. Entrar en la burbuja artística cuesta, para una vez adentro, poder concentrarte.
—¿Cómo tomó lo de Venecia?
—Fue una sorpresa. Fue gracias a Patricia que me estimuló a presentarme. Yo trabajo, pero no me ocupo de esas gestiones. Y me encanta Venecia, saber de los artistas.
—¿De dónde le llegó al concepto de Antifrágil?
—Me encontré al autor libanés, Nassim Nicholas Taleb, que también es matemático que escribió un libro, Antifrágil, subtitulado “Las cosas que se benefician con el desorden”. Me identifiqué mucho.Es sobre el caos, el riesgo, la incertidumbre. Yo trabajo con eso.
—¿Cómo recibe tanto reconocimiento?
—Con orgullo, porque yo trabajo sin pensar en esas cosas. En el taller, somos la obra y yo, nada más.