El edificio ubicado en Yacaré 1594, en pleno corazón de Ciudad Vieja, permaneció cerrado durante once años. Sus paredes de ladrillo, sus columnas de hierro y sus techos abovedados guardan historias, además de un anhelo artístico que logró reactivarse. Su actual dueño había comprado la propiedad para montar un espacio de tango y candombe que nunca prosperó. Pero este año revivió como Puerto Cultural, un centro impulsado por Lizzy Magariños y Jimena Ríos que combina talleres, espectáculos, una cafetería y la energía creativa de una comunidad.
La gran apertura fue el pasado 27 de setiembre, y tiraron la casa por la ventana con una fiesta inaugural que contó con artistas de lujo como Luciano Supervielle y Pedro Dalton.
Los vecinos agradecen que la casualidad haya hecho su magia para devolverle la vida a un sitio que daban por perdido. Todo sucedió sin una propuesta formal de por medio. El mismo día de febrero de 2025 en que Magariños se enteró de que debía mudar Salamandra —el espacio que fundó hace 19 años en la calle San Salvador— porque el local sería vendido, coincidió en un evento con el dueño del edificio de Yacaré.
Ya se conocían, pero en un trayecto en auto él le habló de este especial sitio. Magariños sintió una corazonada, lo fue a conocer y, apenas entró al edificio, pensó: “Tenía que suceder. Estaba la impronta de las paredes, tenía dos salas de teatro armadas. Y dije: ‘Esto tiene que ser un centro cultural’”, cuenta a El País.
Se embarcó entonces en la búsqueda de una aliada en gestión cultural y, después de entrevistar a varias personas, dio con Jimena Ríos. La conexión fue inmediata. Tuvieron su primera reunión sentadas en la escalera del lugar, y allí empezó a gestarse el proyecto, cuyo eje curatorial es transformar la vida de las personas a través del arte y demostrar que todos somos capaces de conectar con nuestra veta creativa.
“El primer paso fue entender el edificio como un todo, un proyecto global que pudiera transformarse y potenciarse como centro cultural”, explica Ríos. Hoy el espacio ofrece talleres de cerámica, orfebrería, serigrafía, pintura y dibujo con modelo vivo a cargo de distintos artistas que integraban Salamandra y se sumaron a esta nueva aventura.
A fines de noviembre se presentará Monólogo para actrices desempleadas, de Florencia Caballero, y la sala está abierta a recibir propuestas de artes escénicas y música para completar su agenda. También hay una terraza en el cuarto piso con una vista privilegiada al puerto, ideal para shows en verano.
A eso se suma Atípico Comedor, la cafetería en planta baja, que abre de martes a sábado de 11 a 19. Planean aprovechar el flujo turístico de la zona para sumar una tienda artística con piezas de cerámica, fotolibros y remeras con diseños originales. “Queremos que puedan llevarse un recuerdo genuino, hecho por artistas locales”, indica Ríos.
Cada dos jueves, a las 19:30, se realiza el ciclo Texto en bruto, una propuesta que invita a distintos dramaturgos a leer durante 15 minutos textos en proceso de escritura. Desde su estreno, el 9 de octubre, se ha convertido en un éxito. “Pasás del llanto a la risa. Se te pone la piel de gallina”, destaca Magariños.
Esta noche participarán Lucía Trentini, Dani Umpi, Estibalíz Solís y Maximiliano de la Puente. En tanto, el 4 de diciembre habrá una edición especial en el marco de La Noche de los Museos.
El ciclo tiene un bono colaboración de 300 pesos, destinado a cubrir los costos de producción, y forma parte de la estrategia de autogestión del centro, que busca sostenerse a través de los talleres y la recaudación por espectáculos.
De edificio abandonado a centro cultural
La presencia humana, la lavada de cara a la fachada, los carteles y la apertura de puertas fueron las primeras señales de que este edificio lleno de historias estaba por resurgir. El lugar deshabitado e inhóspito, con mugre que caía del techo y toneladas de tierra, dio paso a un espacio cargado de vida y creatividad que los artistas reconstruyeron juntos.
El barrio celebró esta nueva oportunidad. “Vinieron unas vecinas que lo conocían como conventillo y estaban asombradísimas”, recuerda Magariños, que al entrar por primera vez se cruzó con botoneras y contadores de luz tirados, vestigios de una época en que la finca funcionó como vivienda. Luego estuvo ocupada hasta que su actual dueño la compró en un remate judicial —según tienen entendido— y la reformó con un plan artístico que nunca concretó.
“Es un economista cordobés muy carismático. Se hace llamar Linyera porque, a pesar de tener una gran fortuna, vive de forma bohemia, sin lujos”, comenta la artista plástica.
El nombre no es casual: Puerto Cultural evoca ese espíritu de encuentro, de conexión entre mundos y emociones. “Todo el que entra acá sale sonriendo”, destaca.
Hoy, el edificio de Yacaré 1594 respira arte en todos sus rincones. Cada piso, como dice Ríos, es un universo distinto atravesado por la creatividad de quienes lo habitan. “No tenés que saber pintar para disfrutarlo; es sentirlo y vivirlo”, resume Magariños, sobre ese afán de hacer del arte algo cotidiano y cercano.
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