El País charló con Ken Follett sobre su nuevo libro: "No me hice escritor para ganar el Premio Nobel"

El superventas británico acaba de publicar "El círculo de los días", una novela imponente como es su costumbre, sobre la construcción de Stonehenge y de eso y otras cosas va este encuentro con El País

Ken Follett / Stonehenge
Ken Follett en Stonehenge.
Foto: Gareth Iwan Jones

Nadie vende 200 millones de libros, ni se mantiene 50 años siendo un best seller, ni escribe novelas de más de 700 páginas que siempre encuentran lectores —en tiempos tan apresurados como estos— para perderse en monumentales relatos históricos. En realidad sí hay alguien que lo hace: Ken Follett.

El autor de una de esas novelas que parece haber leído todo el mundo (Los pilares de la Tierra, publicada originalmente en 1989 y de la que se sigue hablando), tiene nuevo libro, El círculo de los días (Plaza & Janés, 763 páginas, 1.490 pesos) sobre la construcción de Stonehenge, el monumento de la Edad de Piedra, cuyo origen siempre ha estado rodeado de especulaciones y pocas certezas.

“Follett imagina una vez más las historias de gente corriente que hace cosas aparentemente imposibles para traernos la novela de un logro extraordinario, que se ha convertido en uno de los mayores misterios de todos los tiempos”, dice el comunicado oficial de su casa editorial. “Un libro que, aunque no pertenece a la serie, evoca el espíritu de Los pilares de la Tierra: las dos novelas centran su trama en las historias humanas que se esconden detrás de la épica construcción de una obra extraordinaria”.

Va de eso y de tres personajes (Seft, Neen y Joia), que participan de la construcción de Stonehenge, allá por el Neolítico.

Follett nació en Cardiff en 1949 y publicó su primera novela (que además fue su primer superventas) en 1978. Desde entonces, según cifras oficiales, ha vendido “más de 197 millones de ejemplares de sus 38 libros, que han sido publicados en más de 80 países y en 40 idiomas”. Pocos best sellers son tan best sellers.

Sobre contar una historia de hace 4.500 años, su fama y el mejor consejo que le dieron, Follett charló, vía Zoom, en exclusiva conEl País.

—¿Cómo Stonehenge terminó en una de sus novelas?

—Es un monumento que intriga. ¿Quién lo construyó? ¿Cómo? ¿Por qué? Me interesó eso y pensé que habría una buena historia en las dificultades para construirlo y en el impulso para hacer algo así.

—¿Cuánta libertad puede tener una novela histórica cuando no hay testimonios de su época?

—Es cierto que no había escritura ni lectura en la Edad de Piedra, así que no hay documentos ni registros y se sabe relativamente poco, pero toda novela histórica tiene una base factual y luego el autor imagina sobre eso. Con la Edad de Piedra, esa base factual es bastante pequeña, y por lo tanto el autor tiene que imaginar más. Pero la regla es que tiene estar conectado con lo que se sabe. El autor no puede imaginar cualquier cosa. No podría haber escrito un libro con dragones, hechizos mágicos y hadas y cosas así. Bueno, podría haberlo hecho, pero habría sido una fantasía.

—¿Y cómo transmite emociones de hace 4.500 años?

—Creo que aquellas emociones eran las mismas que las de hoy. Las cosas más importantes que nos preocupan probablemente fueran las mismas que preocupaban en la Edad de Piedra: el trabajo, el dinero, cómo alimentar a la familia, la violencia, el crimen, la guerra y los problemas del amor, el matrimonio y el sexo. Las mismas a lo largo de toda la civilización humana. Si no fuera así, no podríamos escribir novelas históricas, porque si la gente del pasado tuviera sentimientos y emociones completamente distintos de los nuestros, nunca podríamos identificarnos con ellos, ni interesarnos en sus historias de vida.

—Ha dicho que da mucha importancia a la primera línea de sus libros. Y el comienzo de El círculo de los días es interesante porque presenta a Seft, uno de los protagonistas, en apenas un párrafo corto. ¿Qué tan difícil es lograr algo así?

—Mi objetivo es atraer al lector a ese mundo imaginario que he inventado. Y cuanto más rápido lo haga, más probable es que tenga éxito. Si el primer párrafo aburre al lector, probablemente devolverá el libro al estante de la librería.

—Hace poco dijo también que nunca le darán el Premio Nobel de Literatura.

—Es verdad.

—¿Por qué? ¿Cómo convive con eso?

—No me hice escritor para ganar el Premio Nobel. Y para ganarlo, habría tenido que escribir un tipo de novela completamente distinto. Como le decía, mi meta es atraer al lector a los mundos imaginarios que creo y que se interese emocionalmente por los personajes de la historia. Muchos de los que ganan el Nobel no desean particularmente hacer eso. Ese tipo de literatura suele ser muy ingeniosa, a menudo muy bellamente escrita y suele explorar la psicología profunda de los seres humanos. Pero eso no es de lo que trata la ficción popular. Así que el Nobel se le otorga a cierto tipo de literatura que no resulta ser mi tipo de literatura. Y realmente no me importa.

—Su prosa en inglés es muy precisa. ¿Cómo trabaja con las traducciones para asegurarse de que esa precisión no se pierda?

—No hay nada que el autor pueda hacer respecto a las traducciones. Solo hablo otro idioma —el francés— y no lo suficientemente bien como para juzgar si una oración o una traducción es buena. Si lo hiciera, supongo que podría revisar la traducción francesa de mi libro, pero me llevaría meses y no mejoraría mucho. Mis libros están traducidos a 35 o 40 idiomas, así que básicamente tienes que dejar que otra persona lo reescriba en otro idioma, y no hay nada que puedas hacer.Quizás cruzar los dedos.

—Comenzó como periodista. ¿Qué queda de usted como periodista en sus ficciones?

—Lo que me gustaba del periodismo era la posibilidad de satisfacer mi curiosidad. Entrevistaba a personas que me contaban gustosamente todo sobre sus vidas y su trabajo, y eso me resultaba muy interesante. Y esa misma curiosidad impulsa la investigación que hago para mis novelas. El estilo de escritura del periodismo fue algo que tuve que abandonar. Había que dar los hechos muy rápido y con concisión y eso no es lo que hay que hacer cuando escribes una novela. Así que en realidad, tuve que desaprender el estilo periodístico e inventar para mis novelas un nuevo estilo de escritura.

—¿Cómo son sus rutinas laborales?

—Me gusta levantarme temprano, así que normalmente empiezo a trabajar a las cinco o seis. Trabajo unas siete horas antes de almorzar. Luego, una siesta. Y después respondo correos y ese tipo de cosas.

—¿Hay algún período histórico sobre el que no se atreva a escribir?

—No, no creo que haya ninguno. Emplearía el mismo método, sin importar el período: investigaría, haría un esquema, consultaría historiadores. Lo de siempre.

—¿Cómo es la fama de un escritor como usted?

—Está bien. No es como estar en los Beatles que no podían ni caminar por la calle, pero nunca es así para los escritores, lo que me alegra. Si la gente se me acerca en la calle y me dice “¿Sos Ken Follett?”, me gusta, no me molesta. La fama intensa sí puede ser un problema, porque te puedes volver un prisionero. Las personas muy famosas están prisioneras pero ser un escritor famoso es algo bastante agradable.

—¿La gente le pide consejos sobre cómo escribir un éxito?

—Ocasionalmente. Cuando hablo en un teatro o en una librería, a veces me preguntan: “¿qué se necesita para escribir un éxito?”. Pero es porque muchos de los que asisten a esos eventos quieren ser novelistas y no me molesta hablar con ellos de eso en absoluto. Siempre me consultan cómo escribir un best seller, nunca sobre cómo conseguir novia.

—¿Y cuál fue el mejor consejo que usted recibió?

—El de un agente que me hizo centrar en la emoción. Siempre fui bastante bueno con las tramas, pero solo son interesantes si el lector está comprometido emocionalmente con los personajes. Así que el consejo que me dio fue: “no escribas solo sobre lo que ocurre, sino sobre cómo se sienten las personas con respecto a lo que ocurre”. Necesitaba aprender eso cuando era un escritor joven. También me dijeron: “Tu único problema como escritor es que no sos un alma torturada”. No sé si eso es un problema, pero me alegra no ser un alma torturada (se ríe).

—¿Y dónde aprendió los secretos para atrapar al lector?

—La manera que aprendí sobre literatura fue leyendo. Desde joven, desde los cuatro años, era lector. Y siempre he leído mucho. Y creo que la mayoría de nosotros aprendemos sobre literatura leyendo. Y luego, cuando llegamos a los 20 y empezamos a intentar escribir novelas nosotros mismos, empezamos a pensar sobre la escritura y todo eso. Pero ya hemos leído tantas novelas que sabemos mucho sobre el tema.

—Se habla mucho de que se lee menos, pero sus novelas siguen siendo monumentales. ¿Cambió algo en su literatura este nuevo entorno?

—No y no creo que quiera hacerlo. Tengo fe en que si escribo lo que considero un buen libro y atrapa al lector, entonces será un best seller. Mi primer libro exitoso se vendió muchísimo en Estados Unidos y no había estadounidenses en una historia que transcurría en Europa, mayormente en Inglaterra y Escocia, y no tenía nada de americano. Pero millones de estadounidenses amaron ese libro. Así que no creo que haya que pensar de esa manera sobre los lectores. Sí pienso, cuando escribo: “¿los lectores creerán que esto podría suceder?”. Esa es una pregunta muy importante. “¿Disfrutarán los lectores estar con estos personajes?” Y, lo más importante: “¿estarán pensando ‘Dios mío, qué pasará ahora’”. Pienso en los lectores de esa forma, pero no pienso si son jóvenes o viejos, hombres o mujeres, o cuál es su capacidad de atención. Los pilares de la Tierra tiene 375.000 palabras, lo que lo hace tan largo como tres novelas largas. Y he recibido cartas de lectores que dicen: “Me encantó ese libro, pero ojalá fuera más largo” (se ríe). Es que no se trata de la extensión, sino de cuánto te atrapa.

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