¿Y si Uruguay fuera uno de los países más ricos del mundo? Para el ingeniero suizo Mathis Wackernagel, cofundador de Global Footprint Network, esa ya es la realidad. La riqueza —sostiene— no debe medirse en términos de ingreso, sino de capacidad para regenerar los recursos ecológicos que, a fin de cuentas, sostienen la vida en el planeta.
El ingeniero fue el principal ponente en la Cumbre de Municipios frente a la Crisis Climática el pasado jueves 29 de agosto en el Hotel Enjoy de Punta del Este y conversó con El País acerca de cómo aprovechar el contexto actual para sumar valor y, al mismo tiempo, cuidar el medioambiente.
— ¿De dónde viene su interés por la sostenibilidad?
— Crecí en Suiza, un país que tuvo la suerte de no estar involucrado directamente en la Segunda Guerra Mundial, pero que igualmente estaba rodeado de países en conflicto y no tenía suficientes recursos. Había siete meses de comida y tenían que racionar eso para todo el año. Esa experiencia fue muy fuerte para mis abuelos y mis papás y desde chico me preguntaba cómo era posible que tuviéramos tanta riqueza financiera en Suiza, pero no recursos. Además, de niño pasaba muchas vacaciones en una finca y me preguntaba por qué los campesinos trabajaban tanto para dar comida a las ciudades y esas mismas ciudades no devolvían mucho. También, cuando tenía 11 años, fue la primera crisis petrolera, en 1973, y Suiza reaccionó orgullosamente, decretando tres días sin autos. Para nosotros, los niños, era fascinante, porque podíamos ir por todos lados en bicicleta. Y eso nos hizo pensar que tendríamos un futuro sin energía fósil… Entonces, la idea de tener otro tipo de vida y cuidar los recursos siempre me interesó y, de hecho, empecé a estudiar ingeniería porque pensaba que la energía renovable sería muy importante. Pero no imaginé que el cambio sería tan lento.
— ¿Era algo que interesara a los niños en general en esa época o era más bien personal?
— Mi generación entró a la universidad con esa preocupación. Era una época de muchos cambios; por ejemplo, con el fin de la Unión Soviética y todo lo que implicó. Pero las instituciones no estaban listas y la educación era muy tradicional. Aún así, todos mis amigos de ingeniería, los cinco más queridos de ese tiempo, siguieron caminos vinculados a la sostenibilidad. Nos influenciamos mutuamente o quizás, justamente, nos acercamos porque teníamos ese interés.
— Trabaja con estos temas desde hace más de 30 años. ¿Hemos mejorado en algo?
— En realidad, no. Llegué a Uruguay desde California en un vuelo que cuesta 1,2 toneladas de dióxido de carbono y en el avión nos dieron comida en una bolsa de papel que dice algo así como ‘sustentabilidad: necesario para nosotros’. No sé si es cínico o es bonito. Hace 30 años se creía que el concepto de sostenibilidad era demasiado complicado y que la gente nunca lo entendería y hoy es una palabra común, pero, de todas formas, no hemos cambiado mucho. Sí, es cierto, en países como Uruguay se ha cambiado la matriz eléctrica, pero a nivel mundial seguimos con mucha dependencia del petróleo. Mi hijo tiene 23 años y de toda la energía fósil que se utilizó en la historia de la humanidad, el 45% se quemó durante su vida. El 89% durante la mía. Y vivimos en la ilusión de que eso es normal.
— Entonces, todo lo que oímos sobre sostenibilidad, ¿es más una moda y no un compromiso real?
— El desarrollo sostenible es inevitable. El sobregiro ecológico es real y los recursos se acabarán. Entonces, no se trata de si queremos o no ser sostenibles; entraremos en ese camino por elección o por desastre.
¿Quién es Mathis Wackernagel?
Wackernagel creó la Huella Ecológica con el profesor William Rees en la Universidad de Columbia con el fin de comparar la demanda humana con la regeneración de ecosistemas planetarios o regionales. Esta herramienta permite a los investigadores rastrear el exceso global y el déficit ecológico de los países. Además, obtuvo el Premio Mundial a la Sostenibilidad en 2018 y el Premio IAIA de Medio Ambiente Global en 2015 y fue nombrado miembro del Salón de la Fama de la Sostenibilidad ISSP en 2014, entre otros reconocimientos.
Ha trabajado en sostenibilidad con gobiernos, corporaciones y ONG internacionales en seis continentes y ha dado conferencias en más de cien universidades. Ha escrito libros sobre sostenibilidad que se centran en aceptar los límites de los recursos y desarrollar métricas para la sostenibilidad, entre ellos ‘Nuestra huella ecológica: reducir el impacto humano en la Tierra’, ‘Compartir el interés de la naturaleza’ y ‘Huella ecológica: gestión de nuestro presupuesto de biocapacidad’.
— ¿Qué es lo primero, lo más urgente, en materia de sostenibilidad?
— Reconocer el problema, pero de verdad. Es como con las bolsas de papel en el avión, en un viaje que emite todas esas toneladas de dióxido de carbono… ¿Estamos reconociendo realmente el problema o es solo un efecto placebo que nos impide entender lo que importa? No lo sé. Creo que la mejor forma de saber si los países reconocen este problema es ver si en sus reportes, documentos y estrategias los recursos son o no un aspecto central. Si no lo son, están destinados a fallar.
— ¿En Europa se reconoce?
— No.
— ¿Y en Uruguay?
— Han hecho cosas, pero no lo veo como central.
— ¿Algún país lo hace?
— Sí: China. No es ejemplo de sostenibilidad, pero al menos reconoce la importancia de los recursos. Si todos los países lo entendieran, el valor económico de los recursos sería mucho más elevado. Ahora vivimos agotando los recursos y pensamos que eso es normal… Lo veo como la tragedia de Sudamérica. Se habla mucho del ‘derecho al desarrollo’ como algo que justifica la utilización y el agotamiento de los recursos para producir dinero. Quieren ser como Suiza: tener mucho dinero y cero recursos. Parecería que ese es el modelo ideal. Pero es absurdo. Es al revés: en un mundo en el que los recursos se acaban cada vez con mayor rapidez, éstos serán cada vez más importantes. Sudamérica tiene un gran poder ecológico y no lo está reconociendo.
— ¿El crecimiento económico ilimitado es compatible con el desarrollo sostenible?
— El error está en pensar solamente en el crecimiento económico. Tenemos que pensar en producir valor. El ingreso es lo que se produce cada año y el capital es lo que se acumula; entonces, si generamos ingreso liquidando el capital, nos hacemos cada vez más pobres. Parece que hay dinero, pero no estamos avanzando realmente.
Valor no es solamente dinero; es capacidad para comer, vivir, moverse… Y si esa capacidad depende de recursos que dejarán de existir, perderemos valor. Todos los países piensan que es normal tener cada vez menos reservas o que el déficit aumente. Pero no lo es. El mito más destructivo es pensar que si nadie cambia, entonces uno tampoco. Y en realidad, es al revés: si los demás no se preparan para el futuro —un futuro previsible, de cambio climático y escasez de recursos—, el riesgo es más alto y mi preparación como ciudad, empresa o país es aún más importante.
— Entonces, ‘desarrollo sostenible’ es un desarrollo distinto al que estamos acostumbrados, ¿no?
— Es un desarrollo real. El desarrollo que conocemos vive del agotamiento de los recursos y construye una estructura que no tiene base porque depende de cosas que en un futuro no tendremos. Uruguay es un país muy dichoso; para mí, de los más ricos, porque tiene una capacidad regenerativa superior al promedio global y además utiliza solo un tercio de ella. Pero, como el resto del mundo, sigue una idea de desarrollo que a largo plazo no es sana.
Por eso, junto a la organización CC35 —Ciudades Capitales de las Américas frente al Cambio Climático—, pensamos en la OBEC, la Organización de Países Exportadores de Biocapacidad, en contraposición a la OPEP, que agrupa a los países exportadores de petróleo. Uruguay podría convertirse en la sede de esta nueva organización.
— ¿De qué se trata?
— La biocapacidad es la capacidad de los ecosistemas para regenerar biomasa. Todas las cadenas de valor empiezan con la regeneración porque, primero que nada, no podemos vivir sin comer y no podemos comer sin biocapacidad. También la infraestructura electrónica necesita energía que depende de la biocapacidad y así con todas las cosas.
La OPEP controla la mayor parte de las reservas de petróleo e influye sobre su precio aumentando o reduciendo su producción. Esto mismo es necesario para la biocapacidad, que es el recurso más central y más limitante para las economías. De hecho, limita el uso del petróleo, porque aunque haya muchas reservas, no podemos quemarlo todo sin antes dañar la biosfera por completo. Lo mismo con la minería: hay mucho bajo tierra, pero ¿cuánto más daño podemos hacer para sacar los recursos minerales?
A nivel global usamos el equivalente a 1,7 planetas Tierra, cuando ese número, para vivir de forma estable, debería ser 0,5. Podemos aducir esa diferencia a una falla de mercado; a un mercado que sobre-utiliza. Entonces, la pregunta es: ¿Qué tanto más cara tendría que ser la biocapacidad para que la demanda disminuya? El precio sería mucho más elevado y eso muestra la pérdida económica que tienen los países que podrían formar parte de la OBEC, como Uruguay.
— Es lo que decía de sumar valor a los recursos, ¿no?
— Sí, y no solo sería bueno para los países que tienen esos recursos, sino también para todo el mundo, porque todos dependemos de la biocapacidad. Ahora, absurdamente, son los centros urbanos que no tienen los recursos quienes dictan su precio. Por eso, necesitamos la unión de los que sí tienen esta biocapacidad. Hay gente que criticaba la idea de OBEC diciendo que es un cartel (acuerdo formal entre empresas del mismo sector cuyo fin es reducir o eliminar la competencia en un mercado)... En todo caso, hoy estamos en el cartel de la destrucción del mundo y este es el cartel de cuidar el mundo. ¿En qué cartel queremos estar?
El sobregiro de La Tierra y la oportunidad para las empresas
El mundo agotó el presupuesto anual de la naturaleza el pasado 1° de agosto. Esto significa que, desde ese día y hasta fin de año, mantenemos nuestro déficit ecológico reduciendo las reservas de recursos locales y acumulando dióxido de carbono en la atmósfera. Hablamos del Día de Sobregiro de la Tierra, una fecha promovida por Global Footprint Network que se calcula dividiendo la biocapacidad del planeta (cantidad de recursos ecológicos que es capaz de generar ese año) entre la huella ecológica de la humanidad (la demanda de consumo para ese año) y multiplicando el resultado por 365. El año pasado fue el 2 de agosto y, de hecho, la tendencia muestra que cada vez ocurre más temprano.
Para Wackernagel, “el sobregiro no es mala noticia, es contexto. Simplemente es, no podemos negarlo, pero sí podemos pensar en cuáles son las oportunidades”. Global Footprint Network tiene una plataforma de datos abiertos que muestra qué países tienen reservas de biocapacidad (el primero es Guayana Francesa con 4.900% y Uruguay ocupa el 8° lugar con 380%) y cuáles tienen déficit (lidera la lista Nauru, en Oceanía, con -46.000%).
Lo mismo sucede en el marco empresarial: “La clave está en entender dónde está el valor para los inversores”. ¿Qué tendrá valor en un futuro marcado por el cambio climático y la escasez de recursos? Aquello que “reduzca la presión sobre el mundo”; por ejemplo, “el reciclaje”. La plataforma Power of Possibility —el poder de la posibilidad, en español—, de Global Footprint Network, destaca maneras en las que podemos mejorar nuestra seguridad de recursos en cinco áreas clave (planeta, ciudades, energía, alimentos y población saludables).