En abril de este año el gobierno francés creó la Agencia de Programas de Energía a Bajo Carbono con el fin de coordinar las investigaciones a nivel nacional vinculadas a la descarbonización de la energía. Su director es franco-uruguayo: se llama Alexandre Legris, es ingeniero y vive en Francia desde los 19 años de edad. Formó parte del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés) —el instituto científico más importante de ese país— y dio clases en la Universidad de Lille, donde también dirigió un laboratorio de ciencia de materiales.
“En los últimos años hubo una toma de consciencia muy importante en Francia respecto al cambio climático y el desarrollo sostenible, sobre todo porque batimos récords de calor año tras año y cada vez ocurren más frecuentemente eventos climáticos extremos como inundaciones e incendios forestales”, dijo Legris en diálogo con El País. Uno de los temas que más resuenan en Europa —comentó— es la transición energética y el abandono progresivo del uso del petróleo y sus derivados.
— ¿Toman como ejemplo la experiencia uruguaya?
— Poco; sin dudas, por una cuestión de tamaño. Se habla más de Chile porque tiene instalaciones solares fotovoltáicas en los Andes y litio para las baterías. Leí la hoja de ruta del hidrógeno verde que elaboró el Ministerio de Industria, Energía y Minería de Uruguay y me pareció una propuesta interesante y ambiciosa. De hecho, una de las limitaciones en el mundo para esta nueva industria es la disponibilidad de biomasa y de electricidad baja en carbono y barata, y Uruguay posee ambas. A pesar de ser uruguayo, no sabía que casi el 100% de la demanda eléctrica se cubre con energías renovables y cuando lo leí, me pareció fascinante. Creo que Uruguay tendría que publicitarse más porque está a la vanguardia.
— ¿De dónde viene su interés personal por estos temas?
— Me recibí de ingeniero por la Escuela Politécnica de París en 1989 y en 1993 defendí una tesis doctoral sobre la física de los materiales. Pero fue hace dos años, en Navidad, cuando tomé consciencia verdaderamente sobre la crisis climática y la importancia de la descarbonización. Me regalaron un cómic del ingeniero Jean-Marc Jancovici llamado ‘El mundo sin fin’ que habla sobre cómo el uso de la energía fósil ha llevado al mundo a un calentamiento global sin precedentes. Me impactó mucho y me inspiró para volver a dar clases en la universidad y desarrollar un curso sobre los materiales y la transición energética. Entonces, surgió la posibilidad de trabajar directamente en el asunto a través de la Agencia de Programas de Energía a Bajo Carbono.
— ¿Qué hace exactamente?
— Nos encargamos de hacer un censo de la actividad de investigación científica en Francia en todo lo que tiene que ver con la producción y utilización de energía a bajo carbono: hidrógeno verde, sistemas fotovoltáicos, baterías para los vehículos eléctricos, energía nuclear… Incluso estudiamos la aceptación social de los cambios generados por la transición energética, que implica modificaciones de comportamientos colectivos.
— Es un cambio de cultura, ¿no?
— Exactamente. En Francia, hace seis años, hubo protestas masivas porque se quiso subir el precio del litro de nafta en relación con la emisión de dióxido de carbono. El gobierno tuvo que retrotraerse porque si bien la disposición era buena desde el punto de vista científico y ambiental, era muy mala desde la percepción ciudadana.
— ¿Qué se puede hacer para que la ciudadanía acompañe las iniciativas hacia la descarbonización?
— Es la gran pregunta. En la agencia estamos poniéndonos en contacto con colegas de otras áreas como la sociología, la geografía y la economía porque necesitamos asociar la tecnología con las competencias en esos dominios. Suele pasar que uno se acuerda a último momento de integrar este tipo de saberes en las investigaciones y en realidad es importante invertir el orden en que hacemos las cosas e imaginar desde el inicio soluciones tecnológicas a partir de estudios que muestren cierta aceptabilidad o que indiquen cómo educar a la población para que los cambios puedan ser aceptados.
Uno de los dramas de la descarbonización es que probablemente implique una disminución de la riqueza mundial porque seguramente haya que reducir el ritmo de crecimiento anual. El cómic que mencioné antes muestra que existe una correlación muy fuerte entre el crecimiento económico mundial y la utilización de energía. Y si queremos bajar la huella de carbono y la emisión de gases de efecto invernadero, uno de los caminos a explorar es la disminución del consumo energético. Hay que cambiar la matriz, pero también hay que consumir menos, con las consecuencias que eso tiene a nivel social. La clase media y clase media baja podría ver que sus ingresos disminuyen y eso podría generar inestabilidades sociales y políticas. Es un tema complejo y el esfuerzo tiene que ser colectivo.
— Una de las áreas que abarca la agencia es la de combustibles bajos en carbón. ¿En qué consiste la investigación?
— Se está pensando mucho en los combustibles de tercera generación que implican la utilización de desechos de biomasa o de dióxido de carbono con electricidad e hidrógeno y a partir de ahí construir metanol, amoníaco o biodiesel.
— ¿Se enfocan también en el hidrógeno verde?
— Totalmente. Para todo ese proceso se necesita una matriz eléctrica extremadamente baja en carbono y eso Uruguay y Francia lo tienen. Lo interesante es que los costos que anuncian acá son mucho mayores a los que pretende Uruguay en su hoja de ruta. Allá se anuncia alrededor de U$S 1,2 por kilo de hidrógeno producido y acá estamos hablando de cuatro veces eso.
¿Cuánto le cuesta producir hidrógeno verde a Uruguay?
El informe ‘Hoja de ruta del hidrógeno verde en Uruguay’ del Ministerio de Industria, Energía y Minería indica que “los costos de renovables permitirían que Uruguay, a 2030, alcance valores de producción de hidrógeno verde de entre 1,2 y 1,4 USD/kgH2 en la región oeste y de entre 1,3 y 1,5 USD/kgH2 en la región este”. A su vez, afirma que “estos costos de producción permitirían que Uruguay se posicione de manera competitiva entre exportadores netos, como Chile, Arabia Saudita, Omán, Namibia o Australia”. A los costos de producción es necesario agregar los logísticos —el transporte o transmisión de electricidad y el almacenamiento— que, según el informe, “están entre 0,3 y 0,5 USD/kgH2”.
— ¿Para cuándo cree que la industria del hidrógeno verde pueda ser una realidad?
— Las directivas europeas dicen que para el 2050 el 70% de los combustibles de aviación deben ser ecológicos. Hay proyectos grandes de investigación a nivel francés y europeo en ese dominio. La necesidad es clara.
— ¿Qué desafíos implica para Francia y el mundo esta nueva industria?
— Uno de los principales problemas es que somos muy dependientes de los electrolizadores, que producen el hidrógeno, y la mayoría son fabricados en China. Francia, entre otros países europeos, está tratando de desarrollar una nueva versión de esta tecnología para usar a alta temperatura, que tienen mejor rendimiento termodinámico. Es decir, Francia y los países de la región intentan ocupar un lugar más completo dentro de la cadena de producción y no tener que comprar todos los insumos. De hecho, este tema de los insumos no solo implica una dependencia económica, sino también geopolítica. Pasó hace poco con la utilización del gas ruso. Antes de la invasión a Ucrania, Alemania apostaba enormemente al gas ruso y ahora las cosas se han complicado.
Hay desafíos también con la utilización de las baterías de los vehículos eléctricos. Cómo hacer que duren más, que sean capaces de producir más electricidad con un peso menor, etcétera. Y hay mucha expectativa con respecto al reciclaje, a que se pueda recuperar la mayoría de los metales, que no son preciosos, pero serán cada vez más limitados.
El futuro del combustible en la aviación
La Unión Europea obligó a aeropuertos y proveedores de combustible a garantizar que a partir de 2025 al menos el 2% de los combustibles de aviación sean ecológicos. Ese porcentaje deberá aumentar cada cinco años: 6% en 2030, 20% en 2035, 34% en 2040, 42% en 2045 y 70% en 2050. Según las nuevas normas, el término ‘combustibles de aviación sostenibles’ incluye los combustibles sintéticos, determinados biocarburantes producidos a partir de residuos agrícolas o forestales, las algas, los biorresiduos, el aceite de cocina usado o determinadas grasas animales. También incluye el hidrógeno verde.
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