La presencia en Chicago de un elenco teatral argentino haciendo "Pagar el Pato", obra de uno de los más importantes dramaturgos contemporáneos del Uruguay, ha sido un aporte más que interesante a la escena local. El teatro en español está creciendo en esta ciudad, con algunos grupos dedicados al repertorio hispanoamericano, y esporádicas visitas de grupos de América Latina, casi siempre bajo los auspicios del International Latino Cultural Center, anteriormente llamado Chicago Latino Film Festival, y ahora más abarcador en su nuevo carácter. Junto con el espacio que van ganando los grupos locales, como Teatro Aguijón y Teatro Luna, éstas irrupciones de compañías provenientes de Latinoamérica ayudan y estimulan, permiten comparar y ofrecen la posibilidad de que teatristas y público se pongan al día con lo que se hace en el continente.
El teatro rioplatense es una vertiente con un carácter muy propio dentro del teatro latinoamericano.
Argentina y Uruguay no solamente comparten un lenguaje común, una música común (el tango), sino también una historia teatral muy prolongada y de raíces comunes.
El multi premiado dramaturgo uruguayo Dino Armas se inscribe con toda naturalidad en la tradición del grotesco rioplatense. Un género que se nutre por igual de antecedentes españoles e italianos, y que vivió una época de auge hacia los años 20.
En un comienzo el grotesco rioplatense sirvió para exponer la dureza de la vida inmigrante a comienzos del siglo XX, y las convulsiones que vivían esas sociedades en transformación.
Por ello es perfectamente natural que dramaturgos uruguayos -comenzando por el gran Florencio Sánchez- sean representados por elencos argentinos y viceversa.
Hoy, Dino Armas utiliza ese estilo tan nuestro para plantear una crítica feroz a ciertas excrecencias de la vida urbana, globalizada y miserable, que a comienzos del siglo XXI afloran en ambas capitales platenses con extrema crueldad.
Tanto Buenos Aires como Montevideo ostentaron orgullosas momentos de esplendor, donde ambas ciudades eran de las más prósperas del mundo, como lo atestiguan sus bellezas edilicias y la intensa vida nocturna y cultural que allí tuvo lugar, hasta que, a comienzos de los 60, los viejos lustres comenzaron a degradarse de manera dramática. Todo se agravó con las dictaduras de los años 70, y hoy se vive en situaciones de caos económico totalmente inconcebibles para sus propias víctimas, en ambas márgenes del Río de la Plata.
En ese marco es que Dino Armas instala su historia, no por grotesca menos verosímil, en la cual un individuo compra a una mujer con la cara marcada por la cicatriz para ponerla a mendigar en los autobuses públicos.
Omar, este "vivo criollo, es una especie de empresario en el mundo de la economía informal. A la postre, sabremos que dirige toda una red de deformes, ciegos, rengos y minusválidos de todo tipo, de verdad y también truchos.
Roma, es una joven mujer marginal, de una "villa" de Buenos Aires o un "cantegril" de Montevideo. Además de ser muy ingenua, una enorme cicatriz, adquirida en la infancia, marca la mitad izquierda de su rostro.
El juego fonético con los nombres de los personajes, Omar y Roma, que son la mismas letras de amor, es bastante típico en Dino Armas. También puede querer decirnos que en el fondo son las dos caras de una misma moneda. O que la moneda tiene una sola cara. Tanto Omar como Roma son seres desfigurados por la miseria, a veces violentos, a veces tiernos, casi siempre patéticos. Literariamente están emparentados con todas las "cortes de los milagros", como las de Víctor Hugo, Dickens, Mark Twain o Bertoldt Brecht.
A través de esas creaturas, Armas va dibujando, con ritmo espasmódico, una parábola de imposición y seducción y de subrepticia lucha por el poder dentro de esta pareja que funciona en extraña simbiosis. Omar comienza en una posición de dominio absoluto, comprando a Roma y secuestrándola dormida. Pero a medida que esa simbiosis entre ambos avanza, los límites entre opresor y oprimido irán borrándose, incluso subvirtiéndose, hasta un final que los equipara hasta en el estigma de esa cicatriz en el rostro. Para mayor simetría, Omar terminara llevando la suya en la mitad derecha de su semblante.
Las directoras argentinas Patricia Pisani y Graciela Balletti, responsables por la puesta, incorporaron la idea de dos "almas" (Yasmín Barrera y Alejandro Giménez), muy plásticos ambos, y moviéndose felinamente al ritmo de los tangos interpretados por el fantástico Rodolfo Mederos desde la banda sonora.
Estas "almas", que funcionan un poco a la manera de los ángeles de Wim Wenders en "Las alas del deseo", agilitan la acción, al practicar los cambios de utilería, pero además anticipan sutilmente y hasta conducen los hilos de la trama. Además, al darle un contrapunto de belleza y equilibrio a la fealdad de los personajes "reales", intensifican su efecto y, al mismo tiempo, le conceden al espectador momentos de bienvenido alivio.
Hay que decir que las directoras manejan con guante de seda este riesgoso mundo de grotesco y claroscuros, hasta un final que en las funciones de Chicago embargó de lágrimas a más de un espectador. También hay que establecer que sin una pareja actoral del calibre de la que componen Fernando Armani como Omar y Vivían El Jaber como Roma, ni la obra ni la puesta podrían empinarse hasta donde lo hacen. El teatro de Dino Armas tiene la particularidad, yo diría la virtud, de ser un teatro de y para actores. Sus personajes demandan intensamente, pero también dan mucho si quien está en su piel es un actor o actriz de fuste, como éstos.
No en vano la puesta de esta misma obra en Uruguay, dirigida por Helena Zuasti, le deparó un Florencio (máximo premio teatral) a la soberbia Gabriela Irribarren.
Luego de esta temporada chicaguense la obra vuelve a la cartelera porteña, donde ha cosechado comentarios tan laudatorios como los que supo despertar en esta urbe a orillas del desmesurado lago Michigan. En suma, el paso de "Pagar el Pato" por Chicago quedará como un primer acercamiento a esta ciudad de una de las vertientes más ilustres del teatro latinoamericano en un altísimo nivel. Cabe aplaudir la iniciativa del International Latino Cultural Center y estar atentos a lo que el incansable Pepe Vargas tiene programado para el resto del año. Las felicitaciones deben hacer extensivas a la uruguaya Sylvana Toscano, que participo en la producción de la obra e hizo el puente para que este tango para dos (y sus almas), llegara hasta tan al norte.
Por Elbio Rodríguez Barilari
barilari@laraza.com