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ENTREVISTA

Nacho, el jugador que renació: la vida tras Gran Hermano y su historia con Uruguay y Peñarol

Fue el primero en entrar a "Gran Hermano 2022" y salió como vicecampeón. Aprendió a andar en bici en la Rambla uruguaya y de eso y más charló con Sábado Show.

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Por Belén Fourment
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Desde hace dos semanas, la vida de Nacho Castañares es una vorágine de ruidos y fotos y notas y poses y saludos y cariños que hoy, que es martes y está en El País para una entrevista con Sábado Show, solo puede resumir una y otra vez de la misma manera. Cuando se le pide que intente explicar qué le pasó en la noche que abandonó Gran Hermano Argentina 2022 como vicecampeón, cuando se le pregunta por la reacción de la gente o por cómo le cambió la vida, Nacho —20 años, ojos azul pálido y a veces turquesa, pelo rubio, sonrisa inevitable— dice, siempre, esto: “Una locura”.

El lunes 27 de marzo, tras haber pasado 162 días en una casa gigante y aislada en el barrio de Martínez, tras haber convivido con 19 desconocidos, tras haber recibido visitas familiares y haber sido parte de una boda y haber comenzado un romance con Lucila “Tora” Villar, Nacho Castañares empezó a descubrir un mundo nuevo.

Antes de Gran Hermano estuvo a punto de ser futbolista profesional; perdió su madre, que falleció en mayo de 2021 por una enfermedad rápida y terminal; y fue anónimo aunque creía, con fe ciega, en la máxima que le había enseñado su padre, el actor uruguayo de acento español Rodolfo Castañares: “Creer, crear”.

Después de Gran Hermano y del podio compartido con Marcos Ginocchio y Julieta Poggio, Nacho es conocido y es —o está— famoso, y la vida es “una locura” que se demuestra cuando entra a un edificio para dar una entrevista, los empleados de un piso de abajo lo ven pasar, le gritan “¡Nacho!” y estiran la “o” como en una tribuna, lo aplauden como se aplaude a un campeón, lo esperan al final de la escalera, lo besan, lo abrazan, le piden fotos.

Nacho reacciona y responde, aunque en el fondo solo parece flotar.

“No teníamos dimensión de todo lo que está pasando”, cuenta después a Sábado Show. “Salir y ver todo el cariño, eso fue lo que más me shockeó. Para bien”.

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Nacho Castañares, vicecampeón de "Gran Hermano Argentina".
Foto: Florencia Cruz

El impacto, el shock, lo sintió por primera vez el día de la final. La noche anterior, el conductor Santiago Del Moro había entrado a la casa que en Uruguay se pudo seguir por Canal 10, y le había presentado a los tres finalistas un video que les daría la primera idea del impacto del reality en, digamos, el mundo real.

Veinticuatro horas después, los tres lo experimentaron en carne propia cuando, cada uno a su tiempo, salieron de la casa y llegaron al estudio de GH, cubierto —afuera y adentro— de una multitud de fanáticos llenos de carteles y de euforia.

“Es muy loco porque era una sorpresa lo que iba a pasar afuera”, dice Nacho. “Yo le había dicho a los chicos: ‘Ojalá venga alguien así nos sacamos fotos’, y ver la cantidad de gente que había afuera, la cantidad de gente que había dentro del estudio, los gritos, todo, era realmente shockeante porque te hace tomar dimensión del lugar en el que estás en el instante en que salís. Porque con todas las cosas que pasan, vos vas tomando dimensión a medida que van pasando. Acá tomás dimensión cuando se terminan, realmente, y fue muy loco. Una marea de cosas”.

De la semana de aislamiento que mantuvieron los tres finalistas en el hotel una vez cerrado el programa, dice que estuvo “buena” porque les ayudó a entender que el mundo que habían abandonado cuando entraron a la reality había dejado de existir. De la gente que se le acerca, dice que el hate u odio es muy poco y que está contento porque, hasta ahora, pudo tomarse una foto con cada una de las personas que se lo pidió. De la casa, de los cinco meses y medio que pasó adentro de ese experimento social y televisivo que pone a convivir, bajo decenas de cámaras y de micrófonos, a un grupo de desconocidos que serán filmados las 24 horas del día, lo que puede decir es esto.

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Fue el primer participante en entrar a Gran Hermano 2022-2023, cuatro días antes de cumplir 20 años. Integró el grupo de “Los Monitos” que era, más bien, el de los villanos: Tomás Holder y Martina Stewart, los dos primeros eliminados, y Juan Reverdito, el cuarto en salir de la casa. Todos sus vínculos más estrechos —Mora Jabornisky, “Cata” Álvarez, Juliana “Tini” Díaz, Lucila “Tora” Villar (con quien más adelante iniciaría un romance)— abandonaron el show en el primer período, uno detrás de otro. Y Nacho, nada.

“Y era como, no puede ser que me esté pasando esto. ¿A cuántas personas más tengo que despedir?”, dice ahora. Entonces él, que había entrado con la idea de convivir y luego se plegó a una fallida estrategia de generar polémica y “partir” la casa, frenó y empezó de nuevo. Dice que nunca actuó como mala persona y que todo lo que ocurrió en el reality es, solamente, cosa de un reality.

Dice: “Por suerte pude renacer”.

En la casa, Nacho compartió una historia que, para la mirada externa, lo convirtió en representante de una nueva masculinidad (sensible y abierta, lejos de una apariencia rústica, fría y dura) y de un nuevo modelo de familia, fuera del esquema tradicional liderado por pareja heterosexual.

Se ha contado muchas veces. Rodo Castañares, uruguayo, vivía en Madrid cuando se reencontró con Mariana, argentina, un amor de la adolescencia. En 2002 nació Nacho y en 2004 la pareja se separó: Rodo, bisexual, se había enamorado de Jesús, español. El niño empezó a viajar solo en avión cuando tenía apenas cuatro, cinco años. Todo el dolor que había entre sus padres biológicos quedaba de lado cuando en el medio estaba él: podían estar enojados, furiosos, heridos, pero si estaban frente a Nacho, parecían quererse como siempre.

En su video de presentación de Gran Hermano, Nacho dijo que su madre había fallecido y que tenía “dos papás”. Jesús lo sorprendió en una visita en la casa que fue de los momentos más emotivos de todo el ciclo. Rodo pasó 15 días en el programa y generó todo tipo de reacciones.

“Me llena de orgullo que digan que represento eso porque me mostré como soy, realmente. Son mis papás, somos así como nos mostramos, soy una persona hipercariñosa”, dice Nacho. “Todos deberíamos poder mostrar los sentimientos sin pensar en qué nos van a decir. Creo que desde chico lo adopté y me gustó mostrarme como era, sin ocultarme o guardarme nada. Lo mismo hice en la casa y que se reconozca me enorgullece”, asegura el exparticipante del reality.

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De Uruguay, la tierra de su padre y su familia, a la que saludó y agradeció en la previa de cada una de sus nominaciones, en la cámara que está justo a la entrada del confesionario de la casa de Gran Hermano, Nacho Castañares guarda algunas de las fotos fundamentales de su infancia.

Acá, dice, aprendió a andar en bicicleta, en las mañanas en la Rambla. Acá disfrutó de Pocitos, su playa, del Parque Rodó, y de acá se quedó con asuntos tan fundamentales para la idiosincrasia como el mate.

“El mate es de los dos, las otras cosas las podemos discutir”, dice y evita extender la polémica al terreno del dulce de leche o los alfajores. “Pero prefiero el mate uruguayo. La yerba uruguaya me gusta mucho más, la forma. Ahora en Argentina se está usando un montón, pero me acuerdo desde que era chico que mi padre armaba la montañita, y la prefiero”.

Futbolero, fanático de Independiente de Avellaneda y simpatizante de Peñarol de Montevideo, dice que sufrió con cada una de las lesiones del Cebolla Rodríguez en el Rojo y que el último uruguayo que lo entusiasmó en serio en su club fue Sebastián Sosa, “un arquerazo, mal”.

En Peñarol, en tanto, encuentra particularmente apasionante la relación de la hinchada con la institución, con el equipo, el amor incondicional. Sus amigos también: cuando armaron un plantel para jugar en canchas de fútbol 11, se hicieron camisetas idénticas a las del Aurinegro.

El martes conoció el Estadio Campeón del Siglo y todo fue así, “hermoso, increíble”, como su vida hoy.

Del futuro, Nacho espera seguir haciendo stream, una práctica que desarrollaba antes de Gran Hermano y a la que volvió, ahora, con un promedio de 20.000 espectadores por emisión. Quiere eso y quiere la televisión: se ve como panelista, columnista, comentarista. Quiere todo.

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Para Nacho, que a la final hayan llegado tres chicos de una misma generación, tan parecidos entre sí, tan parejos, “habla muy bien de la juventud de hoy, de que pibes tan jóvenes pueden tener buenos valores, buena educación, ser sinceros y leales, todo en el marco de un juego”.

Dice que el público, en esta edición de Gran Hermano, eligió la bondad y la calma de Marcos Ginocchio sobre las estrategias polémicas y las jugadas agresivas de otros años porque “dar sin recibir nada a cambio es lo mejor de todo, y después de las situaciones vividas, la pandemia, la situación actual de los países, la gente no quería prender la televisión y ver más pelea, más odio, más bronca, más puteada. Quería ver cómo se podía convivir en armonía, con tranquilidad, con discusiones, con miles de conflictos que a la media hora se podían arreglar”. Que “insultar e irse a las manos ya no iba más”.

Y al final de la nota, antes de que su padre se pare y lo bese y le diga que estuvo muy bien, que lo hizo todo muy bien, Nacho dice que hay niños que lo abrazan como si fuera un superhéroe y adultos que lo abrazan como si todos fueran sus abuelos, y que eso, hoy, es lo mejor de todo. Ganar o no ganar era una anécdota.

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Nacho Castañares, vicecampeón de "Gran Hermano 2022-2023".
Foto: Estefanía Leal

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