Fue una mezcla efervescente entre las hormonas del verano, la cerveza y la imprevisión. Hace ya 25 años, la tarde del 22 de enero de 1999 se convirtió en una pesadilla para la actriz Pamela Anderson, quien estaba de visita de Punta del Este para una acción comercial y terminó atrapada entre una turba de cientos de jóvenes enceguecidos por las curvas de su belleza. Para llegar hasta ella, tiraron abajo un techo del parador de playa bikini, la tocaron, arañaron y hasta le rompieron parte de su vestuario mientras los guardias intentaban sacarla del lugar en una retirada donde no faltaron pedradas y lanzamiento de otros objetos.
En medio de un ataque de nervios, ya en la camioneta, la actriz sex symbol del momento que venía de sus años más éxitos con Baywatch, canceló todas sus actividades en Uruguay y se tomó de inmediato un avión privado. Juró no volver y ha cumplido.
Los titulares de la región y el mundo hablaban del “primitivismo” al que se había enfrentado y Anderson se ha referido a su pasaje por Uruguay como uno de los puntos más oscuros de su carrera. “Pensé por un momento que no me iba a escapar”, confesó en su biografía.
¿Qué fue lo que falló aquel bochornoso día en Punta del Este? Periodistas, testigos y dos de los cuatro guardias de seguridad que acompañaron a la artista aquella tarde cuentan su verdad a 25 años de uno de los hechos más vergonzosos de Punta del Este.
De acuerdo a la crónica de Sábado Show de aquel momento, el clima estaba enrarecido desde el comienzo. Había cierta predestinación hacia la tragedia a la luz de una escalonada sucesión de hechos desafortunados que rodearon a la visita.
En aquel verano de 1999, Pamela Anderson había sido convocada por dos marcas internacionales (una de cerveza y otra de bronceadores) para una serie de acciones comerciales en Punta del Este. Tenía 31 años y luego de su papel en Baywatch (1992 - 1997) y sus protagónicos en Playboy, encarnaba el símbolo sexual mundial de su tiempo.
Vino desde Buenos Aires y el primero de sus compromisos era una conferencia de prensa en las instalaciones del Hotel Conrad, que había sido inaugurado un año antes. La estrella platinada llegó con más de dos horas de atraso y a los organizadores se les ocurrió adelantar el brindis con cerveza para hacer más corta la espera.
Seguramente eso entonó a alguno de los periodistas, mayoritariamente argentinos, a formular preguntas que no le cayeron nada bien a Anderson. Le preguntaron por el video prohibido suyo que había circulado poco tiempo antes y cuánto cobraba por posar desnuda. Traductor mediante, la actriz respondía de mala gana y con evasivas. Hasta hubo risas en el auditorio cuando dijo que el público la seguía “más por su inteligencia que por su cuerpo”.
El siguiente compromiso de Pamela Anderson era una presentación, una “presencia”, como se diría hoy en la playa joven del momento: Playa Bikini, en Manantiales. El parador era pequeño, adentrado en la arena, con su estructura de madera embanderada en aquel entonces con la marca de cerveza en cuestión.
El periodista Leo Sarro, entonces corresponsal de Concierto FM y de Verano del..., recuerda que los medios seguían en caravana la camioneta en la que viajaba Anderson e informaban minuto a minuto a la audiencia del desplazamiento de la estrella erótica. Tenía el mismo seguimiento que una visita de un jefe de estado.
En la playa, la joven concurrencia cada vez más numerosa, más masculina y más nerviosa, aguardaba con cánticos la llegada de la rubia. “¡Pamelaaa! ¡Pamelaaa!” Rubia era también la cerveza que corría desde temprano.
A la tardanza se sumó otra “decepción”. Quizás por una radio descompuesta o porque era el plan inicial y finalmente se descartó, Pamela Anderson no estaba en bikini. Acaso cambió de idea luego de las preguntas “impertinentes” de la prensa rioplatense. Todos daban por hecho que en Playa Bikini se presentaría en bikini o mìnimo con su característica malla roja. Sin embargo, la “guardiana de la bahía” bajó de la camioneta con un short blanco y un top violeta.
Cuando dio el primer paso en la arena, los guardias que la acompañaban se dieron cuenta del peligro. Emir, el guardaespaldas que más cerca estaba de Anderson y era su interlocutor por el dominio del inglés, contó que nadie de la seguridad había inspeccionado el lugar, ni se previó un operativo. “Nos habían contratado la noche anterior. Cuando llegamos, nos dimos cuenta de que no existía el parador para trabajar. Eran cuatro tablas y una cuerda”, reveló.
Javier “Gitano” Fornaro, uno de los guardias de seguridad más destacados de la actualidad, fue también parte del equipo de guardaespaldas aquella fatídica tarde de enero. Para él, la falla principal se debió a la imprevisión de la producción, que no contempló las características del sitio, de la estrella que traían y de la concurrencia. Al bajar de la camioneta, Pamela Anderson debía caminar 150 metros por la arena hasta el parador. Acompañada solo por cuatro guardias, eso la dejaba en una “isla” y podía ser “atacada” en círculo por la turba enardecida de testosterona, sin posibilidad de escape.
Una vez en el parador, lo único que podía salvar la presentación era la compostura de la concurrencia. A eso apostaron... a un milagro. “Una vez que estábamos ahí, avisamos que era riesgoso pero ya estábamos en el baile”, asegura Emir.
Leo Sarro se acuerda que en el comienzo, Anderson sonreía y saludaba, posaba para las fotos (las cámaras eran a rollo en aquel momento). Pero luego, el clima fue levantando temperatura: la gente se iba acercando, pechando, empujando y vulnerando las cuerdas con las que se había asegurado la zona “vip”. Algunos se treparon al techo de madera donde estaba la actriz.
“Le fue cambiando el rostro”, se acuerda el periodista. Un video del programa Versus, del canal argentino Telefé, da cuenta de esta involución en el semblante de Anderson. Todavía está disponible en You Tube.
“Se trató de resolver como se pudo. Me acuerdo que empezaron a caer maderas. Cuando miré, había más gente arriba del techo que en la playa”, relata Emir. Para el momento en que cae el techo, ella había expresado su urgencia de retirarse del lugar.
“Damos la voz de retirarnos. Pero nos desbordaba la situación”, continúa Emir. La salida intempestiva fue lo más caótico. La crónica de Sábado Show cuenta que la gente se tiraba en paloma con intenciones de tocar a Anderson como trofeo de guerra. Muchos lo lograron en el camino y la actriz se llevó arañazos y ropa desgarrada. “Algunos salían diciendo “le toqué el c... a Pamela”, escribió el enviado de la revista.
Los que estaban en la retaguardia lanzaron piedras o trozos de madera resultantes del colapso del parador. Anderson ha declarado que fue impactada por una piedra. “Se me rompió la blusa y me pegaron en la cabeza con una piedra”, declaró.
“Fue un desastre. Eran 200 o 300 personas que estaban en la playa y avanzaron en malón queriendo abrazarla y tocarla. En el momento hubo que sacarle la gente de encima a la artista. Fue un desastre de verdad, terminó toda arañada y en un estado de histeria total. Una locura”, recuerda Gitano Fornaro.
Para él, aquella tarde implicó una lección en materia de seguridad. “Para nosotros fue terrible porque no se previó que podía pasar eso; manejaron una seguridad muy light. La producción nunca nos dijo que habían 150 metros de distancia desde donde se bajaba ella hasta donde tenía que ir. Después de aquella vez, no volví a hacer absolutamente nada basado en lo que me diga la producción de un evento, sino que yo intento aconsejar a los productores”.
Leo Sarro se acuerda que la concurrencia de aquella tarde en Playa Bikini no era precisamente de los quintiles más desfavorecidos económicamente o de bajo nivel cultural. “A Punta del Este en aquellos años y más a Manantiales iban los jóvenes de los mejores colegios. También muchos argentinos”, rememora.
También se vivía un momento muy explosivo para lo carnal. En todas las playas había desfiles de chicas en bikini y se elegía reina de cada parador y de cada marca. Sarro recuerda que ese mismo verano 1999, la vedette argentina Alejandra Pradón había tenido un problema de manoseo similar en una playa de Portezuelo.
El traslado de Pamela Anderson del parador hasta la camioneta habrá llevado tres o cuatro minutos, los más largos para la actriz, pero todo un logro para los guardias, dadas las circunstancias. Si bien reconocen el “desastre”, pudo haber sido mucho peor si no fuera por la protección de los cuatro guardaespaldas orientales.
La actriz, que hoy tiene 56 años, ha mantenido su promesa de no volver a tocar suelo uruguayo. En 2011 fue parte del Bailando por un sueño en Buenos Aires y en ese marco fue invitada a un evento en Punta del Este, ofrecimiento que declinó.