Venden ravioles para competir, no tienen apoyo estatal pero llegaron a semifinales en el mundial de hip hop

En Uruguay, bailar no es un deporte federado. Sin becas, reconocimiento oficial ni recursos, las danzas urbanas se sostienen por la voluntad de la comunidad, una realidad muy diferente a la del ballet estatal.

Grupo Ratsel en el campeonato mundial de Hip Hop Internacional.
Grupo Ratsel en el campeonato mundial de Hip Hop Internacional.
Foto: Grupo Ratsel.

Ravioles de verdura. Ravioles de jamón y queso. Calabaza y ricota. Ricota y nuez. Tallarines al huevo. Ñoquis frescos.

Cinco torres de cajas se apoyan contra el ventanal de vidrio. Bolsas de feria con estampados de frutas se acumulan en equilibrio dudoso sobre un mostrador. En el suelo hay otras tantas. Algunos entran, embolsan, cargan sus autos y se van. Desde afuera, parecería un centro logístico de pastas en plena zafra.

A excepción de la música.

A solo media cuadra de 18 de Julio, en el Centro de Montevideo, detrás del ventanal en el que se lee “Dance Studio” con letras violetas, varios jóvenes ensayan una coreografía de hip hop para una competencia internacional. Buzos tres talles más grandes, pantalones anchos, championes que chillan al frenar sobre el piso. La música rebota en las paredes y hace vibrar las cajas de pastas, acomodadas en cualquier hueco posible del monoambiente. Nadie se nota incómodo ni extrañado por la situación, parecería ser un sábado al mediodía en las condiciones de siempre.

Ensayo de Funk Up Dance Studio, academia en la calle Río Branco
Ensayo de Funk Up Dance Studio, academia en la calle Río Branco.
Foto: Estefanía Leal.

En Uruguay, bailar no es un deporte federado. Tampoco una disciplina reconocida institucionalmente por el Estado. No hay respaldo económico ni logístico ni técnico para quienes practican danzas urbanas. Viajar al mundial no depende de una federación ni de becas ni de apoyo oficial. Depende de vender ravioles.

“No hay ayuda de nadie más que de nosotros mismos y de nuestra familia”, dice Alina Hernández, bailarina y directora de la academia PowerFit de Ivanna Armario. “Vendemos rifas, hacemos ferias, venta de pizza, de ropa, venta de lo que te imagines”.

La semana pasada, dos equipos uruguayos viajaron a Phoenix, Arizona, para representar al país en el campeonato mundial Hip Hop International (HHI), una de las competencias más prestigiosas de la danza urbana a nivel global. Los grupos Lipstick, dirigido por Maga Páez, y Ratsel, liderados por Gabriel Mareco, compitieron en distintas categorías. Y uno de ellos logró lo impensado.

Ratsel, con una mini crew de tres integrantes, alcanzó el cuarto puesto en una de las etapas de clasificación, lo que les permitió pasar a semifinales. Se trata del resultado más alto en la historia de Uruguay desde que compite en este certamen (desde 2017, cuando Bit Bang viajó por primera vez al mundial). En un escenario donde se enfrentan a equipos de más de cien países, ese lugar sabe a podio. “El nivel de competencia y exigencia en el cual se encuentra hoy en día mi crew demanda que física y mentalmente estemos entrenados y preparados”, explica Mareco, quien comenzó a bailar en 2012 y hoy dirige también su propio estudio, Bounce Dance Complex.

Grupo Lipstick en el mundial de hip hop.
Grupo Lipstick en viaje al mundial de hip hop.
Foto: Grupo Lipstick.

La competencia para Uruguay se terminó cuando, en la semifinal, la mini crew de Ratsel quedó en el puesto doce, siendo únicamente los primeros ocho quienes pasan a la última ronda para competir por ser medallistas mundiales.

Llegar hasta ahí, sin embargo, no fue producto del azar ni del respaldo estatal. “En el 90% de los viajes la financiación ha sido pura y exclusivamente por parte del bolsillo de cada competidor”, cuenta Mareco, que ha competido en Latinoamérica y Estados Unidos sin haber recibido nunca un subsidio o apoyo institucional. “Todavía estamos lejos de ser reconocidos y valorados como quisiéramos serlo”.

Lipstick, que compitió en categoría mini crew y mega crew, también avanzó con excelentes puntuaciones en sus respectivas instancias. Pasó a la semifinal en el puesto 19, donde posteriormente también fue eliminado.

Maga Páez, bailarina de waacking y directora de Funk Up, viaja al exterior al menos tres veces al año y confirma la situación actual de la disciplina: “La mayoría de las veces me lo banqué yo. Al principio te ayudan tus padres o tu familia, en otra hacés una rifa”. Además, resalta la importancia de viajar a conocer el ambiente de afuera porque “en Uruguay es todo muy chico, no hay tanta visibilidad, y en esos torneos podés ver en qué nivel estás en relación con el mundo”.

Aun así, para acceder a competencias regionales o globales, los bailarines tienen que convertirse en gestores, vendedores, community managers y hasta organizadores de eventos.

En este microcosmos, la danza urbana se vive como resistencia: con frecuencia el escenario es el asfalto y la ovación nace del golpe colectivo que resuena de cada pie que golpea el suelo.

Entre espejos y chapas.

“Una persona que entrena todos los días, que se lesiona, que dedica su vida a esto, que planifica su alimentación y sus horarios como un deportista profesional... ¿no merece ser reconocida como tal?”, se pregunta Erika Mastomauro, psicóloga especializada en alto rendimiento deportivo. Ella trabajó con equipos federados y selecciones uruguayas en repetidas ocasiones y afirma: “La diferencia está en que, si sos jugador de handball, podés decir que representás al país. Podés justificar por qué pedís plata en el semáforo. Pero si sos bailarín, te sentís obligado a explicar por qué hacés lo que hacés. Y eso te deja solo”.

Grupo Ratsel.
Grupo Ratsel.
Foto: Grupo Ratsel.

La falta de reconocimiento empuja a la superficie una cadena de pensamientos y sensaciones negativas que afectan al deportista. Una cadena que Mastomauro intenta detener cada día como parte de su labor profesional: “Aparece la desmotivación, la frustración y un sentimiento de vergüenza que es lo peor de todo”.

Y es que, ¿cómo sostener una carrera si el sistema ni siquiera reconoce que existe?

En 2020 se inauguró en Montevideo la plaza Las Pioneras, un espacio urbano donde confluyen skaters, ciclistas y, sobre todo, bailarines. Entre estructuras metálicas, asfalto liso, una pared de espejos un poco irregulares y un parlante inalámbrico, grupos de diferentes estilos practican, se graban para Instagram, corrigen el torso y afinan el golpe de cadera. El sol se filtra entre las vigas y les da en la cara, un niño se les atraviesa en el medio, las rodillas sufren ante cada movimiento que requiera un mínimo contacto con el piso.

Marcela Souto, bailarina de danzas urbanas desde hace siete años e integrante de diferentes grupos campeones internacionalmente como Dreckig y Legacy, entiende que la comunidad de bailarines es un pilar fundamental de la disciplina hoy en día: “Somos nosotros quienes nos reconocemos y apoyamos, porque entendemos realmente el esfuerzo que implica todo, desde crear una coreografía, ensayarla y coordinar a un grupo, hasta editar la música por horas”.

Desde un punto de vista psicológico, Erika Mastomauro nota que “en Uruguay el deporte es muy amateur, incluso para muchas disciplinas que sí están federadas”. Y explica: “Cuando no hay instituciones que te respalden, te apoyás en tu comunidad y la danza urbana en Uruguay creó un sistema de contención entre iguales”.

Es una red espontánea pero poderosa. Lo que no hace el Estado, lo hacen ellos. Con parlantes en plazas, coreografías bajo techo de chapa, talleres autogestionados y una identidad colectiva que parece lejos de acabar.

Algoritmo con ritmo.

El bailarín vende rifas, organiza ferias, ensaya. Después edita el video de la coreografía, responde mensajes, comparte historias. Luego vuelve a ensayar. Recién ahí, quizá, consigue un seguidor más o una inscripción nueva para su clase. La danza depende del esfuerzo personal.

O de la voluntad de alguien como Rafael Grande.

En 2018, después de pasar por varias academias como alumno y detectar la falta de herramientas de comunicación, creó Dancers, una plataforma web que hoy reúne 181 academias, con información sobre cada una y un calendario de competencias anuales.

“Las academias no manejaban la información básica. A veces no encontrabas ni la dirección, ni los horarios”, dice Grande, quien detectó una ausencia clave en este ecosistema de esfuerzos multiplicados. Él no es bailarín. Es “márketer digital” desde 2008 y en 2015 empezó a tomar clases de danza. Bajó 20 kilos, encontró un nuevo círculo social y se aferró a una certeza: “Bailar puede cambiar vidas”.

Ensayo de Funk Up Dance Studio, academia en la calle Río Branco
Ensayo de Funk Up Dance Studio, academia en la calle Río Branco.
Foto: Estefanía Leal.

En el calendario se registran alrededor de 40 competencias por año. Rafael Grande y su equipo ofrecen una cobertura mediática y filman las presentaciones con calidad profesional porque “antes no había material digno”. Todo era filmado “con celular, borroso y con gritos de fondo”.

La paradoja es evidente. Mientras que en otras disciplinas existen asociaciones formales que regulan y financian las competencias, en las danzas urbanas es una web gratuita. “¿Cuál es el problema? Que no es una danza, ni un estilo, ni una academia la que debería federarse. Es una cultura entera”, dice, y deja la puerta abierta para pensar en cómo el Estado podría involucrar lo que ya existe (y funciona) con lo independiente.

Sobre la alfombra roja.

Mientras las academias apilan ravioles y ensayan coreografías entre cajas, el Ballet Nacional del Sodre (BNS) ensaya en salones a escala real del escenario del auditorio, con un pianista en vivo y escenografías meticulosamente delimitadas en el espacio.

De lunes a viernes, los bailarines comienzan la jornada a las 9:00 con un calentamiento y clase técnica hasta 10:15, cortan 10 minutos, se reanuda el ensayo hasta 12:45, cortan 45 minutos para almorzar y no se vuelven a detener hasta las 16:30. Cuando hay funciones, trabajan también de noche, maquillados, vestidos y bajo la mirada del público.

Grupo Ratsel.
Grupo Ratsel.
Foto: Grupo Ratsel.

Es la única compañía profesional de danza en Uruguay donde los bailarines reciben un salario fijo y viven de esto. Hoy la compañía cuenta con 66 integrantes, casi mitad uruguayos, mitad extranjeros, que ingresan a través de audiciones internacionales. Se evalúa formación técnica y artística, y si son seleccionados, se les ofrece un contrato de trabajo, cuenta una fuente del Sodre consultada para esta nota.

Ese contrato está respaldado por una institución estatal. El Sodre tiene asignado un presupuesto anual por parte del Ministerio de Economía, y aunque este monto disminuyó en los últimos años, el BNS sigue operando como un engranaje aceitado dentro del aparato cultural del país.

Cada temporada incluye en promedio cuatro títulos y una gira nacional. Todo lo que implica el trabajo de la compañía, desde los botones del vestuario hasta el departamento de fisioterapia, debe salir del presupuesto asignado. Además del dinero público, el BNS cuenta con patrocinadores privados que fortalecen la financiación.

Pero no todo se trata de privilegios. También hay planificación, exigencia y una lógica que bien podría replicarse en otras áreas de la danza si existiera voluntad política. Pero esa es una posibilidad que, por ahora, no tiene planes de concretarse.

Qué implica estar federado: requisitos y apoyo oficial

La Secretaría Nacional del Deporte (SND) reconoce oficialmente 65 federaciones deportivas. Ninguna de estas corresponde a la danza en cualquiera de sus expresiones, ya sea clásica, contemporánea o urbana. Para que una disciplina sea reconocida como federada por la SND, debe cumplir con varios requisitos formales como constituirse como personería jurídica ante el Ministerio de Educación y Cultura, entre otros. La SND se encarga de coordinar y apoyar a estas federaciones, brindar acceso a recursos, programas de formación y respaldo para competencias internacionales.

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