Vivienda
Nació como barrio, pero creció hasta convertirse en asentamiento. Tras 60 años de existencia, la Junta Departamental votó por unanimidad un millonario fideicomiso para realojarlo.
Alguna vez hubo en el Kennedy una piedra fundacional. Después un vecino la quitó, nadie recuerda bien por qué. Estaba en el corazón del poblado, que nació como un barrio obrero, inaugurado por el gobierno departamental el 15 de agosto de 1961 y luego creció desaforadamente hasta convertirse en un asentamiento, el más antiguo e icónico de Punta del Este. Junto a la piedra flameaban dos banderas, una de Uruguay y otra con un escudo de franjas amarillas, verdes y rojas. La mujer que la confeccionó se llamaba Mira. Cosió a mano cada una de las letras de tela azul que dicen “Barrio Pte Kennedy”.
En la década de 1960, Mira y su marido habían decidido irse de Montevideo en busca de trabajo. Llegaron a Punta del Este, la tierra prometida de los sueños de tantos uruguayos de ayer y de hoy. Pero, a falta de dinero terminaron construyendo una casita en uno de los terrenos que según se comentaba había donado el presidente norteamericano John F. Kennedy para los trabajadores. Delante de su hogar se erguía el glamuroso club de golf cuya construcción había motivado la mudanza de familias obreras hacia esa zona, pegada a las residencias más costosas del balneario. A espaldas de la vivienda, el monte de eucaliptus y espinillos empezaba a talarse para levantar ranchos.
En esa casa crio cuatro hijos. El más pequeño, Damián, tenía tanto apuro por nacer que Mira no llegó al hospital. Parió sobre el suelo de tierra. En la misma habitación en la que nació hace 46 años, ahora Damián atiende una especie de kiosco. Allí los vecinos recargan su celular, juegan a la tómbola y a la quiniela. En la sala está desplegada la bandera que hizo su madre. Él la atesora con el mismo orgullo hacia el barrio, a pesar de que con el tiempo se transformó en un imponente cantegril del que casi todos se quieren ir.
Él no.
Ahora que el intendente de Maldonado Enrique Antía anunció que está confirmado el largamente postergado realojo de las 600 familias que lo habitan, el Kennedy se volvió a llenar de sentimientos encontrados.
—Uf, hace tiempo que se habla de los realojos. Cuando hablan de eso, te lo digo sinceramente, me embronco. La gente dice qué bien la vivienda, van y firman cualquier cosa, y es gente que no tiene para comer, que revisa la volqueta pero no piensa que a la vivienda la van a tener que pagar. El que quiera que se vaya. Yo no me voy a ir de acá. No es así como así que pueden venir a sacarnos de nuestra casa —dice Damián.
Hay otros vecinos que piensan como él, pero son los menos. Desde la comuna dicen que más del 90% ya firmó el acuerdo de relocalización.
Damián está convencido de que estas tierras no son de dominio municipal como dicen los jerarcas, sino un regalo de Kennedy y que eso al fin y al cabo tendrá que ser respetado. Varios de los vecinos más viejos aseguran lo mismo. Incluso están los que dicen que existen documentos firmados por el embajador de la época. Pero el mandatario norteamericano no donó tierras: donó insumos.
En el invierno de 1961, cuando Ernesto “Che” Guevara visitó Punta del Este para participar del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, los “gringos” enviaron regalos para 30 familias del poblado: una sierra circular para cortar madera, cables para hacer instalaciones eléctricas y una bomba para generar agua potable.
Seis décadas después, los vecinos siguen sin resolver sus problemas con el agua y las autoridades departamentales no han podido desterrar el mito del obsequio presidencial. El tiempo pasó entre humedad, inundaciones, pozos negros desbordados, calles embarradas y ratas. El realojo siempre estuvo rondando, pero la magnitud del gasto de la operación por un lado, y la incomodidad de mudar un barrio obrero en lugar de regularizarlo por el otro, dilataron la promesa, gobierno tras gobierno.
Y así la desconfianza se afianzó en el Kennedy. Hay pobladores que dicen que fueron censados cuatro veces. Diez días atrás la Junta Departamental aprobó por unanimidad un fideicomiso por 35 millones de dólares que financiará la relocalización, que se desarrollará en etapas, en tres años y medio. Ya tienen fecha de mudanza, pero los vecinos aún no lo creen.
—Eso no va a pasar. Se va a ir este intendente, va a venir otro y vamos a seguir así. ¿Sabe cuándo pedí vivienda yo? Desde el año 2000, la pido —dice Rosaura.
En el frente de su casa están su hija y sus dos nietas. Dentro, desde la única ventana, en una de las dos piezas que tiene la finca se asoman un hijo, su marido y su yerno, que también viven allí. Por la calle llega Luis, otro hijo.
Del otro lado de la vereda, Luis armó una especie de mini parque de juegos para sus sobrinas. Hay una hamaca herrumbrada y una casita hecha en madera.
—Yo me siento re bien acá, pero en vez de arreglar el barrio nos quieren mudar. ¿Por qué nos quieren sacar? Doña, mire dónde estamos parados —dice y comienza a señalar los distintos puntos cardinales—, para allá está el aeropuerto, ahí el parque Jagüel, el Centro de Convenciones; estamos a cinco minutos de La Barra y a cinco de Punta del Este. Este pedacito de tierra en el que estamos ahora parados, en los papeles debe valer unos 10.000 dólares. Entonces, doña, ¿por qué le parece que nos quieren sacar?
El Kennedy por dentro.
El padrón del Kennedy está tasado en 10 millones de dólares. Ocupa 35 hectáreas. Son unas 10 manzanas de edificaciones precarias en las que hoy habitan unas 600 familias, es decir unas 2.500 personas. Vinieron de todos los rincones del país. Los más ancianos llevan más de 50, 40 o 30 años allí. La última tanda llegó durante la pandemia; dicen los vecinos que muchos de los nuevos son “caras feas”, “delincuentes escapados de la ley”.
En los últimos años, la inseguridad infectó el barrio. Hay por lo menos ocho bocas; la Policía entra poco, dicen. Alejarse del tráfico, de los consumidores de pasta base, de “los rastrillos que roban lo que sea por un chasqui” y el recurrente ruido de disparos en las noches —según el relato de varios vecinos—, es la principal causa que algunos esgrimen a favor de la relocalización.
Sienten que el Kennedy arrastra una mala fama que los complica para conseguir trabajo. Unos días atrás los antiguos patrones de Margot la recomendaron para hacer limpiezas en un chalet. “El hombre me dice, yo sé que usted es del Kennedy así que mándeme una foto de su cédula de identidad. Se la mandé y por supuesto que nunca me volvió a llamar”, cuenta. Para revolverse, abrió un puesto de venta de milanesas.
Irse les permitirá quizás un nuevo comienzo, pero a los vecinos también les preocupa a dónde, ¿a qué tipo de casa? Es que dentro del Kennedy hay diversas realidades. Hay casas sólidas, arboladas, con autos estacionados en la entrada. Hay diferentes comercios, algunos prósperos. Y también abundan los ranchos con paredes de chapa y puertas de tela.
—Acá nadie va a salir parejo, no hay manera de que suceda, pero para la gente que vive muy mal el cambio los va a favorecer y eso es lo que importa, no podemos ser egoístas —dice Gustavo, propietario de un negocio de comida.
Cinco años atrás, por esta propiedad pagó 100.000 pesos. En plena hora pico, los clientes hacen fila a la espera de una milanesa o un chivito. Sin embargo, cuenta que para que se animaran a entrar, estuvo tres días en la puerta del local tomando mate, a la vista de los transeúntes: obreros de distintas construcciones cercanas y distribuidores de mercaderías que van y vienen por la zona, convertida en un punto neurálgico de la ciudad.
Tal y como lo ve Gustavo, a pesar del ruido que generó en la capital la noticia del realojo, en el Kennedy “nadie le da bola a las noticias”. Están “desinformados”. En la recorrida que hizo El País, ninguno de los entrevistados supo decir quién lidera la comisión vecinal, ni siquiera si hay una constituida. Salvo Rosaura, el resto dijo que no participa de las reuniones. Y ninguno visitó el terreno donde serán mudados: no fueron aunque está a menos de un kilómetro y parte de las obras ya están encaminadas.
En cambio, los vecinos plantean su preocupación por que las casas nuevas sean de las prefabricadas; temen que las paredes sean muy finas, que no los dejen llevar a sus mascotas y perder “privacidad”. A su vez, dicen no conocer cómo será el proceso. En los últimos meses 45 familias fueron realojadas. Todos los vecinos repiten que, entre ellas, había recién llegados al barrio. Esto generó una gran molestia. No entienden cuál es el criterio para priorizar a unas sobre otras y sospechan que detrás de su elección hay clientelismo político.
Desde la intendencia, el director General de Vivienda, Alejandro Lussich asegura que la selección responde únicamente a criterios técnicos, considerando la vulnerabilidad habitacional y social de las familias.
Nuevo hogar.
A lo largo de su historia, el Kennedy ya había sido realojado en tres ocasiones. Sin embargo, volvían a ocuparse las viviendas que quedaban vacías, se agrandaban las que ya existían para alojar a parientes, e incluso hubo vecinos que vendieron la casa nueva y regresaron al barrio. Quienes se criaron entre sus calles dicen que es como un alien porque se reproduce solo.
Durante las primeras décadas, los vecinos trabajaban en el club de golf como caddies y cuidando coches, también en los comercios y chalets del balneario, pero pronto la armonía entre los dos mundos se rompió. Los propietarios de las residencias linderas vieron cómo sus propiedades se convertían en fincas “invendibles” y colocaron plantas altas “para no verlos” —cuentan—, y la relación con el club se deterioró y derivó en un intrincado juicio laboral.
Enclavado en medio de los barrios residenciales mejor cotizados de Punta del Este —lo rodean San Rafael, El Golf y Beverly Hills— la permanencia del Kennedy se volvió cada vez más incómoda. A su vez, el plan de ordenamiento territorial diseñado en 2012 por el gobierno del frenteamplista Óscar de los Santos, proyectaba cambios en el eje Aparicio Saravia, una área clave para localizar distintas actividades económicas dinamizadoras del desarrollo local. Además, según describen fuentes que participaron del plan, había una gran presión de inversionistas con tierra libre en la zona.
Durante los dos gobiernos frenteamplistas (2005 al 2015) se apostó por el realojo, pero conservando una mínima expresión de los pobladores con más años en el lugar.
A mediados de 2015, cuando asumió Antía (el segundo de los tres mandatos), la comuna realizó un censo en el Kennedy. Con esa información, definió dónde ubicaría el nuevo alojamiento, en un polígono ubicado a un kilómetro de distancia, con una extensión de 40 hectáreas. Allí serían realojados primero los vecinos del asentamiento El Placer —un poblado de pescadores, con 240 familias que se asentaron cerca del puente de La Barra— y después, cuando se obtuviera el financiamiento, los del Kennedy.
Expropiar las tierras escogidas insumió un acuerdo político y una negociación con privados. El abogado Mauricio Fioroni fue el representante de los dos propietarios argentinos de estos predios, que con el crecimiento de la ciudad revalorizaron su valor al convertirse en suelo urbano. Además, los desarrolladores del proyecto residencial Los caracoles, que se ubicaría próximo a la nueva casa de los del Kennedy, también se alarmaron por la noticia: tenían previsto —tienen— crear un barrio premium.
Finalmente, se acordó con la intendencia un canje de tierras y una compensación. Todos quedaron conformes. La operación que logró destrabar el conflicto le costó a la intendencia unos 3 millones de dólares, estima el abogado. En la Junta, Antía acordó con el entonces dirigente frenteamplista Darío Pérez, en aquel momento candidato a la intendencia, su apoyo para lograr la expropiación, entendiendo que el del Kennedy era un tema prioritario para el departamento.
Y así se hizo.
El martes pasado, en el nuevo barrio que va tomando forma, el bar “Carlitos” está vacío. Su dueño es un hombre simpático, realojado de El Placer, que dice estar feliz con la vivienda pero lamenta haber perdido a los clientes que tenía en La Barra. En ese sentido, la llegada de las familias del Kennedy le da esperanzas.
Próximo al bar, hay un solar en obras. Albañiles, retroexcavadoras y material de construcción están a la vista por doquier. Según anuncia Lussich, próximamente otras 10 familias serán trasladadas. En tanto, para construir el grueso de las viviendas que faltan —unas 500— se prepara un llamado público. “Se prevé cotizar modelos prefabricados pero con solidez asegurada”, dice. ¿Cuánto va a costarles a los vecinos? Todavía no está acordado, pero en otros realojos no superó las dos Unidades Reajustables por mes (2.862 pesos), por 10 años.
Los vecinos que tengan comercios, podrán mudarlos. Además, se trasladará la biblioteca popular (que montó el escritor Damián González Bertolino), la capilla y los dos merenderos que hoy funcionan.
Plan: venden lotes con servicios subsidiados
La proliferación de asentamientos es un problema grave que enfrenta el intendente Enrique Antía, por eso concretar el realojo del Kennedy es un alivio, “se está cumpliendo con el programa de gobierno, y la confianza es esencial para la democracia”, dice. Además, al norte del Cerro Pelado, la comuna vende lotes con los servicios subsidiados, cuyo costo ronda los 5 mil pesos mensuales: una forma de desestimular la creación de asentamientos. Ya vendieron 430 lotes y van por más.
Por otro lado, en el lugar ya está activa una escuela, mientras que el Instituto del Niño y Adolescente comenzará la construcción de un CAIF y ASSE edificará una policlínica. Las canchas deportivas están en etapa de proyecto y el centro comunal, ya edificado, actualmente es el centro de operaciones.
Hacia allí se dirige una comitiva que pasa por delante del bar “Carlitos” y deja tras de sí una polvareda. El intendente Antía conduce uno de los autos. Lo acompaña el prosecretario Álvaro Villegas —figura fundamental para lograr la unanimidad en la votación, según dicen dos ediles de la oposición—. Detrás, los siguen los directores de la Corporación Andina de Fomento: la pieza clave para saldar la eterna deuda del Kennedy.
El acuerdo.
En las últimas semanas, la votación de las Juntas Departamentales de Montevideo, Canelones y Maldonado sobre distintos fideicomisos sacudieron el escenario político, sin embargo la que habilitó el realojo del Kennedy por unanimidad quedó un tanto relegada, lamentan los jerarcas fernandinos.
El Partido Nacional ya contaba con los 21 votos necesarios para avanzar, es cierto. Pero, de todas formas es curioso el desenlace político detrás de la votación y los factores que incidieron para que la oposición apoyara la apuesta más importante de la administración de Antía, junto con el de la creación de una zona franca.
“Ya teníamos los votos, pero fuimos a buscar más amplitud, más mayoría para lograr la unanimidad del respaldo político del departamento”, dice el intendente. El presupuesto total de la obra es de 43 millones de dólares (sin contar el costo que insumió la adquisición de la tierra). De este monto, 35 millones se financian a través de un fideicomiso (de los cuales 27 millones los aporta el CAF y 7 millones el Banco República), y el resto con aportes de la comuna y una contribución del Ministerio de Vivienda, que según aclara Lussich, aún no está cuantificada.
Los ediles frenteamplistas Jorge Pieri y Joaquín Garlo reconocen que no fue “sencillo” definir el respaldo. “Fue complejo y arduo, porque con el realojo total se va a borrar una parte de la historia del departamento, pero los factores tienen que ver con esta pata más social que queríamos garantizar y el énfasis que hacemos en el mientras tanto, porque la gente se queja de que más allá de la relocalización hoy en día se quedan sin agua y no pasan ómnibus por el barrio”, justifican a dos voces.
Los ediles visitaron el barrio. En base a lo relevado, la bancada propuso conformar una comisión de seguimiento que incluya representantes de los vecinos, y una comisión técnica para evaluar el sistema constructivo de las viviendas; actualizar el censo (para integrar a unas 60 familias); mantener una parte de los pobladores tradicionales en el padrón del Kennedy; que la estructura del pago de las viviendas mantenga lo acordado en un decreto anterior, contemplando la subvención si el núcleo no tiene ingresos.
Además, plantearon que durante el proceso de realojo, se prevea ubicar en viviendas en mejores condiciones, que queden desocupadas, a familias que estén en fincas de peores condiciones.
En cuanto a la financiación, propusieron que la fiduciaria sea quien enajene el bien y que la ganancia que genere se utilice para amortizar la deuda, financiada en 15 años. “El próximo gobierno, sea quien sea, va a estar muy comprometido. A esta deuda se le suma el fideicomiso votado el año pasado, por 93 millones de dólares, para “licuar” la deuda estructural de la intendencia”, argumenta Garlo. En tanto, le recriminan al Ministerio de Vivienda no haber contribuido con una cifra mayor al realojamiento, como sí se hizo con El Placer, cuando el gobierno nacional cubrió 50% del costo, durante la administración frenteamplista (coincidiendo en el gobierno nacional y departamental).
Villegas, el prosecretario de la comuna, dice que hubo buena recepción a estos planteos (y también hacia otros que presentaron los ediles colorados). Descartaron la permanencia en el padrón de algunos pobladores y, en cuanto a la constitución de la comisión de seguimiento, no incluyeron a los vecinos aunque se garantizará su participación. El resto se incorporó al acuerdo final.
Así, tras 60 años el Kennedy se irá desmantelando manzana por manzana. No se sabe aún qué se montará en ese espacio, aunque Antía presume que será un proyecto residencial. Quedarán las raíces de las casas de antaño, protagonistas de una historia que inspiró obras literarias y hasta un documental, en un intento por desentrañar la siempre llamativa convivencia de dos mundos opuestos. Pero, más allá de los relatos de miseria, en la memoria de los hijos, nietos y bisnietos del Kennedy perdurarán miles de buenos recuerdos. Eso dicen sus pobladores.
Después de todo, cuántos asentamientos nacieron como un barrio, celebran el aniversario de su fundación, tienen una bandera con escudo propio y defienden la leyenda de ocupar tierras obsequiadas por el más famoso de los presidentes norteamericanos, un mito que, cuando todo esto pase, ¿quién querrá desmentirlo?
Con la mudanza, ¿se podrá cortar con la inseguridad?
Una preocupación recurrente en la charla con los vecinos del Kennedy, es si la mudanza podrá sanear el problema de la inseguridad. Parte de El Placer fue realojado en viviendas verticales (tipo edificios) y los relatos dicen que allí se instalaron bocas, los consumidores fuman en las escaleras y algunas “bandas” les cobran “peaje” a los habitantes. El intendente Enrique Antía dice que antes en El Placer había nueve bocas y que en el nuevo lugar se fue “depurando” el barrio, pero reconoce que los vecinos denunciaron esta situación, en la que se está trabajando. Confía en que no se repetirá en el resto del barrio, donde las viviendas son individuales. “Los que han sido realojados hace más de un año y medio están muy felices”, señala. Y agrega: “La experiencia que tenemos es que cuando se reordena un barrio, se va reorganizando la parte social y la seguridad también”. Alejandro Lussich, director de Vivienda de la comuna fernandina, aporta que, sin perjuicio de la competencia del Ministerio del Interior en el tema, “en conversación con la CAF está previsto implementar programas de contención y recuperación de adicciones, y asimismo otros con perspectiva de género”.