Jorge Bermúdez, el “Fogata”, llevaba en la mano un papel escrito a lapicera con el guion de lo que iba a decir en el polideportivo Sergio Matto de Canelones. Era viernes 24 de octubre y la asamblea general de la Federación Uruguaya de la Salud (FUS) se había reunido para votar el preacuerdo salarial pero además estaba sobre la mesa la actuación del histórico sindicalista de la salud privada. De campera y pantalón vaquero, se acercó lento y muy serio al micrófono, se tocó la nariz y cruzó los brazos mientras desde las tribunas —esas mismas que lo habían venerado tantas veces— bajaban gritos de rabia, insultos, chiflidos y estridentes cornetazos. “Compañeras, compañeros, hagamos silencio para escuchar a Jorge Bermúdez”, pidió un integrante del consejo central. Otro elevó la voz y acompañó: “Compañeros, compañeras, por favor… Los que quieran hablar tienen el micrófono y la posibilidad de anotarse”. Pero fue peor: cientos de enardecidos trabajadores de la salud gritaban más fuerte. En el lugar había cerca de 800 personas. “Compañeros, les pedimos silencio y respeto”, rogaron.
No hubo silencio ni respeto.
“¡Te quedaste con la plata de los trabajadores!”, gritó una mujer que logró hacer oír su reclamo por sobre los demás. Imperturbable, Bermúdez escuchaba callado y comprendió que no podría dar tranquilo su mensaje de defensa frente a las irregularidades detectadas en los manejos económicos de la federación de trabajadores de la salud privada.
En ese entonces ya se conocían los primeros resultados de la auditoría de CMC SFAI, una empresa dedicada al asesoramiento contable. Se sabía que entre mayo de 2024 y julio de 2025 Bermúdez no había justificado 613.627 pesos que había pedido para viáticos nacionales ni 127.794 pesos para viáticos en viajes internacionales: un total de 741.421 pesos sin documentación que respaldara los gastos. En ese mismo período se habían pagado 457.799 pesos en remise, para diferentes traslados de Bermúdez. Más hacia atrás en el tiempo, en 2020 se pagaron viáticos por 403.000 pesos a la secretaría general que él dirigía y en 2021 fueron 239.000 pesos. En ningún caso se presentó documentación para justificar los gastos, según dice la auditoría a la que accedió El País. Además, en octubre de 2021 la FUS pagó un pasaje a España por 1.004 dólares a la esposa de Jorge Bermúdez, entonces secretario general. Ella es empleada de una mutualista pero no integraba la dirección de la federación.
Bermúdez tomó el micrófono y se escuchó su característico vozarrón ronco:
—Buenos días.
Más gritos.
Pasaron tres o cuatro segundos.
—Buenos días… —repitió y después hizo señas a la mesa de que así era difícil.
“Compañeras y compañeros, permitamos los cinco minutos que tiene cada uno para hablar”, volvieron a pedir.
Más gritos.
Más cornetas.
—Le pido a las compañeras y los compañeros que están aquí, a los que nos quieren y a los que no nos quieren... —siguió el “Fogata” en medio del griterío, y otra vez se trancó. “Compañeros, por favor, dejemos hablar a... al compañero”, insistieron.
Bermúdez miró el papel y puso los brazos hacia atrás, ya notoriamente inquieto. Se balanceó. Una mujer le gritó “tomátela” y otro “que se vaya”. También “¡alcahuete, vendepatria, chorro!”.
Unos minutos después sería expulsado de la FUS —la federación que había dirigido las últimas tres décadas—, junto al dirigente Héctor dos Santos, quien era el secretario de finanzas. A la secretaria de organización, Rossana Lombardo, le suspenderían los derechos gremiales y pasarían su caso a la comisión de ética.
¿Cómo podía ser tratado de esa forma el hombre que gobernó a sus anchas por tanto tiempo la mayor federación sindical de Uruguay, que representa a unos 50.000 trabajadores?
El “Fogata” era la FUS.
Durante casi 30 años fue la única cara visible de los sindicatos de funcionarios de la salud privada. El que hablaba en todas las entrevistas, conferencias de prensa y negociaciones salariales. Tanto que ahora algunos empresarios temen que se pueda sentir su ausencia. “Con el Fogata siempre terminábamos acordando”, confesó preocupado el contador de una mutualista hace unos días, según pudo saber El País.
Bermúdez también fue referente de la corriente sindical comunista y uno de los principales dirigentes del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt en este siglo; en los últimos tiempos era secretario de relaciones internacionales. Ya no ocupa este último rol y tampoco sigue en la Junta Nacional Salud (Junasa).
—Buenos días —retomó el “Fogata” el viernes 24—. Yo creo que por encima de los gritos, una de las mejores demostraciones de unidad es que los dos informes puestos hoy a consideración plantean la firma del preacuerdo salarial.
Pocos lo escuchaban. Muchos se pusieron de espaldas.
—No tengo idea cuánto voy de intervención porque se corta, no te dejan hablar —protestó y comentó por lo bajo a otro dirigente: “No me voy de acá eh… Yo no me voy de acá”.
Luego lo dijo en el micrófono:
—Por las dudas les aviso que yo no me voy de acá hasta que hable mis siete minutos, así que griten lo que quieran... Lo que quieran... Lo que quieran —gritó él y volvió a mirar su papel. Dijo que “no escuchar al que piensa distinto no es democracia, es fascismo”.
“Dos minutos”, le avisaron.
Apenas había podido decir un par de conceptos. Abrió los brazos, hizo señas como que lo estaban matando, le estaban sacando tiempo. Entonces criticó al gobierno por la falta de aumento de salario real y por “un tímido progresismo”, cuando lo volvieron a cortar.
“Estás en tiempo, Jorge”.
—¿Te parece? ¿Te parece que estoy en tiempo? —se rio, irónico—. ¿Te parece que estoy en tiempo?
Y ahí llegó el abrupto final: le cayó una botella de plástico, que rebotó en el piso. Por poco no le pegó en la cabeza.
“No, no, no, compañeros”, lamentó el dirigente que moderaba. Vino otro, se llevó al “Fogata” y lo sentó por ahí en una silla de esas blancas de plástico. Él no se quería ir.
Tras un cuarto intermedio se votaría la expulsión definitiva de Bermúdez y Dos Santos, en medio de un clima de algarabía, “en virtud de su conducta incompatible con los principios y estatutos de la organización”. En clara minoría, quienes argumentaron en contra hablaron de una decisión “antiestatutaria” ya que la asamblea general de afiliados “no tiene potestades para expulsar a nadie” y “se debe dar lugar a la defensa” en la comisión de ética.
Bermúdez tomó su bolso y caminó rumbo a la entrada del gimnasio. Ladrón, le gritaban.
Ahora se supone que deberá volver a su trabajo en registros médicos de la mutualista Universal, ya que no puede seguir usufructuando licencia sindical. Además, el sindicato de base lo suspendió. Hace pocos días pidió licencia sin goce de sueldo, según supo El País por fuentes de la mutualista. Tiene edad para jubilarse: 63 años.
¿Pero cómo llegó hasta acá el “Fogata” Bermúdez? Repasemos la historia de este funcionario de la salud que acumuló mucho poder en el movimiento sindical, es un cuadro comunista y hasta se integró a la masonería.
"Una operación política"
“El día que quiera contar mi experiencia en el movimiento sindical escribo mi autobiografia”, respondió Jorge Bermúdez ante la consulta de El País para este artículo, y rechazó una entrevista. Sí dio notas recientes al semanario El Popular del Partido Comunista y al portal Uypress, donde dijo que detrás de su expulsión de la FUS hay “una operación política” de quienes “han conformado una nueva mayoría en el consejo central” de la federación. Esa mayoría ordenó una auditoría que solo entre mayo de 2024 y julio de 2025 detectó más de un millón de pesos de viáticos sin rendir cuentas.
Jorge Bermúdez, comunista y del Buceo
De madre maestra y padre empleado de UTE, Bermúdez es del Buceo (aunque ahora vive en El Pinar) y estudió en el colegio Kennedy de Malvín. De aquellos años —y no de su época sindical, como muchos podrían suponer— viene el apodo de Fogata. “Siempre fui muy calentón, cobraba a menudo y quedó para toda la vida. Capaz el temperamento no ayuda”, contó en una entrevista en el semanario Voces. Estudió sociología e historia. Justamente, en la Facultad de Humanidades empezó su acercamiento al Partido Comunista y se encariñó con la revolución nicaragüense cuando entró al Frente Unitario Estudiantil Augusto César Sandino. “Resulta que los comunistas eran los tipos más divertidos, tenían las chiquilinas más lindas y además hacían planteos concretos. Allí empecé a juntarme en largas conversaciones en el bar La Tortuguita con compañeros de la juventud comunista”, contó en Voces.
Al regreso de la democracia empezó a trabajar en Universal y se sindicalizó. Al consejo central de la FUS ingresaría en 1994; en aquel momento él integraba la lista que perdió en el congreso, acompañado entre otros por unos jóvenes Enrique Pintado y Graciela Villar, quienes también habían comenzado su militancia en la juventud comunista.
A diferencia de Pintado y Villar, Bermúdez nunca dejó el Partido Comunista. Y eso que tuvo cuestionamientos en la interna, nunca ocupó lugares demasiado relevantes en la estructura: “Él no era muy visible; más bien se hizo omnipotente en lo sindical”, dice una fuente. Cuentan que una vez desde Cuba pidieron: “A Bermúdez por favor no lo manden más a ninguna actividad”. Su carácter le jugaba en contra.
Un dirigente de larga trayectoria en el Pit-Cnt y en el Frente relata que Bermúdez muchas veces coqueteó con la posibilidad de abandonar la corriente comunista e irse a Articulación, la línea más moderada de la central obrera: “Desde que lo conozco, estaba siempre a un paso de irse, sobre todo cuando venía un congreso del Pit”, relata este dirigente afín a Articulación. “Mil veces hizo esa jugada. Nuestra barra siempre le creía, y mágicamente al empezar el congreso el partido lo bancaba”. Si Bermúdez dejaba de ser comunista, se llevaba a Articulación las decenas de delegados que la FUS tenía en el congreso de la central.
En 1998 se convirtió en secretario general de la FUS, cargo que no abandonaría hasta el congreso de abril de 2024, ayudado por una forma de elección indirecta (votan los delegados y no todos los afiliados). Se destacó rápido como hábil negociador, mordaz orador, se hizo querer, entendió la psicología de los trabajadores y se posicionó como “un tipo que siempre resolvía los problemas”. No había muchas figuras así en la FUS. En 30 años “paró cientos de despidos”, estima un sindicalista. “El Fogata hacía y deshacía”, cuenta otro.
Entre los delegados de la federación durante muchos años hubo una amplia mayoría “pro Fogata”: allí estaban todos los comunistas, pero también gente de Articulación y otras corrientes; “todos lo puteaban pero siempre terminaban con él, es un caso muy especial”, cuentan. Y había algunos “anti Fogata”, una minoría que fue creciendo lentamente sobre todo en algunos sindicatos de base, como el del Casmu y el de Médica Uruguaya.
Para muchos es una incógnita cómo acumuló tanto poder y prefieren callar. Para otros está claro. Rosalba Hunter, presidenta del sindicato de Médica Uruguaya y referente de la lista 2, la histórica minoría de la FUS, habla del “reinado del Fogata, una conducción cuasi monárquica, un estilo estalinista” y dice que “los sindicatos o los representantes que no votaban como la mayoría quería, eran perseguidos”. Que se sembraba el miedo. “A nosotros nos suspendieron e intervinieron en las elecciones internas del sindicato”, asegura.
Eso lo sabe Valeria Ripoll, exsindicalista de Adeom y con pasado comunista. Le han contado que Bermúdez “amenazaba gente, hacía echar o suspendía a los que estaban en contra de él”. Y que “tenía un aparato siniestro para anular a la oposición”. El caso de Médica Uruguaya es un ejemplo: lo conoce bien porque su hermana trabaja allí.
Rafael Fernández, histórico sindicalista bancario y dirigente del trotskista Partido de los Trabajadores, contó en una columna publicada en la web de esa agrupación que Bermúdez “se ha caracterizado por el aparateo sistemático contra las minorías que le hicieron oposición”, que cuestionaban “su dirección despótica así como su utilización de los fondos sindicales”.
Para dar una idea del lugar que tenía Bermúdez en la FUS, Hunter recuerda que en el consejo central él siempre se sentaba en la cabecera de la mesa pero además nadie podía ocupar su silla. “Las reuniones nunca empezaban hasta que él llegara. Y él llegaba más de una hora tarde, eso me fastidiaba, era una falta de respeto”, recuerda.
¿Cómo se mantuvo tantos años? “Mucha plata de por medio”, dice Ripoll. “Es la federación sindical que más recauda. No estaban con él por amor. En cada mutualista tenía sus representantes”. No anda con vueltas y asegura que Bermúdez “siempre tuvo una actitud mafiosa, patotera, se sentía poderoso”. Ella no tenía una buena relación con el Fogata: “Es el ser más despreciable del movimiento sindical. Lo detesto, me alegra que esté pasando esto”, se sincera. Y relata que él le hizo “la guerra” cuando ella se fue del Partido Comunista y tuvieron discusiones muy fuertes en el Secretariado del Pit-Cnt.
“Ahora se abre una caja de pandora. El Fogata siempre tuvo un nivel de vida alto, gastos. Viajaba al exterior y cuentan que hacía una vida de millonario”, dice Ripoll.
Una perlita: Bermúdez es masón, según cuenta Fernando Amado en su libro La masonería uruguaya. Allí relata que lo fueron a buscar, para tener un representante de los sindicalistas de la salud. “Fue un plan pensado (…) Se llevó adelante ese ablande por varias vías a través de masones que lo conocían”, relata Amado. Y, aunque costó ya que la masonería es visto como un “lugar burgués”, al final lo consiguieron: el sindicalista de la salud es masón desde hace ya una década. Integra la logia Misterio y Honor N°164 de la Gran Logia de la Masonería. Se trata de una logia prestigiosa e histórica, con más de 100 años de antigüedad. Es maestro masón, el grado máximo en el llamado simbolismo.
¿Hay chances de que Bermúdez sea expulsado de la logia? Amado está averiguando eso para un nuevo libro que prepara pero aclara: “Para él puede ser un problema si esto escala en lo judicial y hay una condena”.
La caída de Jorge Bermúdez
Hace al menos una década que una minoría en la FUS le venía haciendo la guerra al “Fogata” Bermúdez. Pedían auditorías y más controles, sin suerte. Querían ver los balances y no los dejaban. Incluso los sindicatos de base de Médica Uruguaya y de Casmu dejaron de cotizar a la federación en 2018 (ver recuadro más abajo).
La cuestión es que las tensiones internas crecieron hasta que en 2024 se realizó el congreso en el cual Bermúdez dio un paso al costado en la secretaría general, 26 años después. Dejó en su lugar a Marcos Franco, quien era algo así como su lugarteniente, el mismo que tiempo después le soltaría la mano. El “Fogata” quedó como secretario de formación.
Un tema largamente discutido: el año pasado la FUS acordó abrir personería jurídica. Eso les permitía tener una cuenta bancaria a nombre de la federación y no de dirigentes, como pasaba hasta aquel momento. “El Fogata se había negado toda la vida a tener la personería”, recuerda Ripoll.
En 2025 todo se precipitó. El 30 de julio, por decisión mayoritaria del consejo, se ordenó la auditoría de los últimos cinco años de gestión ante indicios de falta de control: había miles de pesos en viáticos que se retiraban y no se rendían. Hoy Rosalba Hunter dice que nada de lo que se supo le sorprende: “Nadie puede fingir demencia, esto no es una novedad. ¿Qué pasó para que salte ahora y no antes? Hubo un quiebre entre ellos, evidentemente”, dice en relación a la lista mayoritaria.
Allí empezó lo que Bermúdez entiende fue “un ataque político”, según declaró al semanario El Popular del Partido Comunista, que lo entrevistó dos veces en dos meses. No hay indicios por ahora de pérdida de respaldo comunista al “Fogata”.
La lista 1, encabezada históricamente por Bermúdez, tenía 13 miembros en el consejo. Y la minoritaria lista 2 contaba solo con dos cargos. Pero seis de los 13 miembros de la 1 cambiaron por aquellos días “a la otra corriente” y conformaron una nueva mayoría, según el análisis que hizo Bermúdez en El Popular. Algunos en el movimiento sindical dicen que los que hasta un tiempo antes hacían “la vista gorda” ante evidentes irregularidades, por alguna razón cambiaron de postura.
Ya en agosto, la FUS intimó a Bermúdez a devolver dinero que se encontraba en una cuenta personal de Scotiabank. Él explicó entonces que, como la federación no tenía personería jurídica propia, siempre se usaba una cuenta a su nombre y del secretario de finanzas para recibir fondos de formación sindical. En teoría algunas empresas no se habían actualizado al nuevo número de cuenta del sindicato, que era del Banco República.
Bermúdez y Dos Santos transfirieron 1.200.000 pesos a la FUS, según dijo Marcos Franco en una entrevista en el programa Desayunos Informales de canal 12.
El 30 de setiembre se conocieron los primeros datos de la auditoría, que aún no ha finalizado.
Miles y miles de pesos en almuerzos
Hay datos curiosos de la auditoría que se está haciendo en la FUS. Por ejemplo, solo entre mayo de 2024 y julio de 2025 se gastaron 2.847.041 pesos en la confitería 25 de mayo y 1.039.044 pesos en almuerzos (cerca de 70.000 pesos al mes) en el Bar Palacio, El Sabor de lo Casero y la parrillada La Marañada.
Franco, el actual secretario general, rechazó una entrevista con El País para este informe por estar “muy complicado” y “enfocado para finalizar un año muy intenso con una auditoría por resolver”. Pero el 3 de octubre, en entrevista con Desayunos Informales, declaró que hay que “ser muy cuidadosos con el dinero de los trabajadores” y que, cuando se retira plata, “hay que justificarlo y rendirlo”.
—¿Hablaron con Bermúdez para pedirle explicaciones? —le preguntaron.
—No. Nosotros desde la resolución del 30 de julio no hemos tenido comunicación personal con el compañero.
—Bermúdez habló de operación política. ¿Faltan los comprobantes o además los gastos parecen ser inverosímiles?
—No hay operación política ninguna. La auditoría arrojó importantes cifras no justificadas y otras que tienen boleta, resguardo. Pero no podemos seguir con servicio de remise por 460.000 pesos en 15 meses, cuando la FUS tiene auto y chofer.
Cuando la auditoría termine, se elevará toda la información a la Fiscalía.
Mientras la cúpula de la FUS pasa por su mayor crisis, algunos trabajadores están felices. El sindicato de Médica Uruguaya tiene un canal de streaming, En La Guardia TV, y el jueves 30 de octubre dedicó un programa entero a la salida del “Fogata”. Para eso, Hunter recibió en un clima de fiesta a exfuncionarias que integraban la lista opositora a Bermúdez.
—¿Qué sintieron cuando expulsaron al Fogata? —preguntó la anfitriona.
—La satisfacción de que el Fogata cayera —respondió Stella Ibáñez, histórica de la lista 2—. Me hubiera gustado que hubiera sido por un tema de su conducción sindical. Pero, como todos los poderosos, cayó por la parte económica.
—Cuando me enteré, me vinieron muchas ganas de estar ahí. Era el deseo de vivirlo, sentir seguramente lo que sintieron muchos que habían sufrido la fuerza de la impunidad, el poder y el dinero —dijo Soraya Marta, exempleada de Casmu—. Se le derrumbó todo como una casa de naipes, 30 años tuvimos que esperar.
—Fogata era el representante sindical más detestado. Si nadie lo quería, ¿por qué estuvo casi 30 años?
—Logró convencer a la gente que él era el único capaz de negociar, de llevar adelante la federación —especuló Ibáñez.
—Nosotros nunca le votamos un balance, jamás.
—Fuimos catalogados de derechistas por pedir auditorías —siguió Ibáñez.
Y, en medio de una carcajada, Soraya Marta recordó:
—¡Agente de la CIA nos llegaron a decir!
La minoría de la FUS advertía hace muchos años
En 2018 los sindicatos de base de Médica Uruguaya y del Casmu dejaron de cotizar a la Federación Uruguaya de la Salud (FUS), o sea suspendieron el dinero que enviaban, porque no les respondían qué pasaba con el balance ni con el padrón de la FUS. Los de Médica estuvieron dos años en esa postura, los del Casmu menos.
Fue una guerra “por aire mar y tierra”, recuerda Rosalba Hunter, del sindicato de Médica Uruguaya. “Los balances eran oscuros, no nos daban garantías. Una vez les dijimos: año tras año tenés el mismo ingreso, eso no es posible porque hay aumentos salariales. Nunca nos explicaron”, cuenta hoy.
Después de ese incidente, la dirección recortó la información y “nunca más presentaron los balances de aquella forma”, dice la sindicalista.
Por esa época también hubo un problema serio cuando Jorge Bermúdez negoció con La Española la compra de una casona en la calle Luis Sambucetti en Parque Batlle, donde funcionaba el Seguro de Enfermedad de los Trabajadores de la Salud (SETS), que en parte era financiado por el sindicato de esa y otras instituciones. En aquel entonces una lista “anti Fogata” de la asociación de funcionarios de La Española se opuso a la venta porque entendían que Bermúdez ofrecía poco dinero. “La casa había sido tasada en más de un millón de dólares pero se terminó vendiendo en cómodas cuotas a la FUS por 400.000 dólares”, recuerda Cristina de Sierra, exsindicalista y funcionaria de esa mutualista. “Entre gallos y medianoche, en una reunión de la directiva del sindicato, se resolvió vender la casa a la FUS, sin pasar el tema por asamblea”. El grupo que se opuso a la venta presentó entonces una moción que decía: “Es un orgullo que la FUS tenga su propia casa donde impartir cursos de formación sindical, ¿pero a qué costo? (…) ¿Se ha consultado a la masa de trabajadores si quieren resignar 600.000 dólares?”.
De Sierra dice hoy que “nadie otorga un regalo como ese si no se dan cosas a cambio” y que desde ese momento se acentuó la persecución a la minoría del sindicato de La Española con sanciones, expulsiones del gremio y hasta cambios en condiciones laborales y despidos. “El sistema de corrupción que se destapó no comienza ni termina con el Fogata. Están involucrados la mayoría de los componentes de las mesas sindicales que lo han sostenido todos estos años”, opina la exsindicalista.