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Qué hay detrás del suicidio de jóvenes y adolescentes: historias de soledad, dolor y pantallas

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Suicidio en jóvenes

DEPRESIÓN EN URUGUAY

Dos personas por día se suicidan en Uruguay. Josefina, Valeria, Federica y Camilo son jóvenes que intercambian experiencias en un grupo de Facebook. Aquí se relatan sus duras historias.

Puntadas en el pecho. Punzadas en los ojos. Un incesante dolor en la cabeza. Un llanto vehemente. Un llanto ahogado por almohadas y que nadie va a escuchar, del que nadie se va a enterar. Josefina (20 años) no puede dormir (su nombre, al igual que el del resto de los protagonistas de las historias mencionadas en este texto, fue cambiado para proteger su identidad) y, sin previo aviso, a las tres de la madrugada la invade un impetuoso sentimiento de tristeza. Durante 15 minutos su cuerpo se llena de miedos que la llevan a pensar en la vida como un agujero negro que no tiene salida. “Son dolores desgarradores”, dice. Sin embargo, así como llegan, todas las dolencias físicas desaparecen. Ahora el problema queda en la mente. Josefina permanece estática, mirando el techo y se pregunta: “¿Por qué a mí?”. Pasan las horas y, buscando una respuesta —imposible de encontrar—, se queda dormida.

En cuestión de dos horas se despierta. Está agotada. Tiene el cuerpo entumecido. Con mucho esfuerzo se levanta de la cama. Quiere seguir durmiendo, pero no puede, ya sabe que lo que vivió la noche anterior no es justificativo para darse un día libre. Con una fuerza sobrehumana se prepara para comenzar el día porque “a nadie le importa si estás deprimida y no te podés levantar”.

Valeria, en cambio, trabaja sin parar para reprimir su dolor. “Queda una hora”, piensa. No quiere llorar en la oficina. “Enfocate, Vale. Dale, vos podés”, se alienta. Lo está logrando, pero repentinamente se encuentra llorando. Todos la miran y le preguntan si necesita ayuda, si precisa algo. No, “son palabras vacías”, razona en su interior. Va al baño, se lava la cara y vuelve a ocupar su lugar. No logra concentrarse. Piensa en la mejor forma de acabar con su vida. ¿Ahorcarse? No sabe. También piensa qué dejar en su carta de despedida, a quién se la dedicaría, por qué. Está sumida en su fantasía cuando le avisan que ya es hora de retirarse.

Llega a su casa. Sola. Se lastima. Se corta las muñecas, pero no tiene el “valor suficiente” para ir más allá. Necesita hablar con alguien que la entienda. Abre su computadora pero no tiene que buscar: el grupo de Facebook ya está abierto (es uno de los varios que existen donde los usuarios, sobre todo jóvenes, intercambian experiencias). Escribe todo lo que pasó en su día, no se ahorra ningún detalle. Enviar. Listo, ahora espera las respuestas. Llega la primera: “Te entiendo, a mí me pasó casi lo mismo. Mandame un mensaje y te puedo ayudar”, le dicen. Valeria está mejor.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS),la depresión es un trastorno mentalque se caracteriza por un constante sentimiento de tristeza acompañado de la incapacidad para llevar a cabo las actividades diarias. No obstante, las 300 millones de personas que conviven con esta enfermedad en el mundo muchas veces no pueden evadir sus responsabilidades. “Está tan mal visto estar enfermo (con depresión) que tus razones nunca son suficientes para que la gente diga ‘está bien, cuidate’”, dice Josefina.

El psicoanalista Hebert Tenenbaum afirma que gran parte del sufrimiento que padecen estas personas es consecuencia del rechazo, la marginación y el desprecio social que tienen que soportar. De hecho, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) dice que la falta de apoyo a las personas con trastornos mentales les impide el acceso a una vida “saludable y productiva”.

Tenenbaum asegura que la depresión es un factor de riesgo importante para el suicidio, que es la causa de muerte de 800.000 personas al año.

En Uruguay las últimas cifras disponibles son de 2019, cuando la tasa de suicidios llegó a 20,55 cada 100.000 habitantes. En el MSP adelantan que las cifras de 2020 serán muy similares. Hay que ir hasta 2002, en plena crisis económica, para encontrar una tasa superior. Aquel año fue de 20,62 cada 100.000 habitantes.

Según el Ministerio de Salud Pública (MSP), el ahorcamiento es el método más utilizado: de un total de 723 personas que decidieron autoeliminarse en 2019, 462 ?(casi el 64%) usó esta técnica. El 36% restante optó por el disparo con armas de fuego, ahogamiento y envenenamiento, entre otros.

Uruguay aparece como un “punto rojo” en el mapa de salud mental elaborado por la OMS. Esto es consecuencia de la alta tasa de mortalidad por suicidio: dos casos diarios. El país está entre los diez con peores índices de suicidio a nivel mundial y en el segundo lugar de América Latina, según recordó el director nacional de Salud Mental Horacio Porciúncula, en una conferencia de prensa el 17 de julio.

Según datos de la OMS, la tasa promedio de América Latina es de 9,8 cada 100.000 habitantes y la mundial de 10,6. Uruguay comparte los primeros lugares de la región con Surinam y Guyana.

Y el suicidio del futbolista Santiago “Morro” García, que se conoció al mediodía del sábado 6 de febrero, volvió a poner el tema en la agenda y provocó una ola de llamadas a la Línea Vida (0800 0767) de ASSE ese mismo fin de semana.

0800 0767

Aumento de llamadas a la Línea Vida

El suicidio de Santiago “Morro” García provocó un aumento de llamadas a la Línea Vida (antisuicidios). El 0800 0767 y *0767 recibió 72 consultas el fin de semana: es el doble que el promedio que se venía registrando desde comienzos de año, según publicó El País. “Ante el anuncio de la autoeliminación de una figura”, opinó el sociólogo Víctor Hugo González, “se puede dar un aumento de las llamadas de pedido de ayuda”. Eso “obedece a una mayor difusión de las vías de comunicación”. Lo mismo sucede cada 17 de julio, día de prevención del suicidio, cuando las llamadas crecen porque se publicita el número.

Además, las llamadas a la Línea Vida muestran que hubo un “efecto pandemia” durante 2020. Desde que se confirmaron los primeros infectados de COVID-19 en Uruguay hasta el pasado 31 de enero hubo 3.970 llamadas a la línea antisuicidio, según las cifras oficiales. En el mismo período del año anterior habían sido menos de la mitad: 1.786. La línea es gratuita y está disponible las 24 horas del día para toda la población.

Federica (19 años) se dispone a contar su historia en el grupo de Facebook. Empieza a teclear: “Hola, sé que nunca hablé en el grupo, pero siempre los leo y me han ayudado. La vida me dio una segunda oportunidad. Pienso aprovecharla y apoyar a todos los que sufren lo mismo que sufrí yo”, dice. Luego cuenta sobre el día en el que casi no despierta. Había ido a una fiesta a la que no tenía ganas de ir pero, ya que estaba invitada, aprovechó. Se sentía mal. Intentó ahogar la tristeza en alcohol, pero eso no funcionó.
Decidió irse a su casa. Llegó con una angustia inconmensurable. Empezaba la rutina clásica de la noche. Primero ponerse el pijama, luego lavarse los dientes, tomar el remedio. “¿Y si tomo pastillas de más?”, pensó. Lo hizo pero no pasó nada. Bebió líquido de limpieza. Vomitó. Se durmió, esperando que fuera para siempre. No lo fue.

Está sentada escribiendo su historia y lo agradece: “Fue un momento horrible en mi vida, estaba peleada con mi familia, me veía mal, me sentía mal. Era pura oscuridad”. Son momentos. Pasan.

Josefina está de acuerdo: “Hay días que te sentís bien, hay días que te sentís muy neutro y hay días que te sentís mal”. En el libro 70 años de Suicidio en Uruguay, Alicia Canneti, especialista en psiquiatría general, plantea la idea de “continuo discontinuo”. Sostiene que la conducta suicida es un conjunto de comportamientos discontinuos y heterogéneos en los que se incluyen ideaciones autodestructivas, lesiones autoinflingidas y momentos de bienestar, entre otros. No es un proceso lineal.

“Es una enfermedad que me crio como persona”, reflexiona Josefina y agrega: “Mi manera de reaccionar, de actuar, de comportarme, de hablar, qué digo y qué no digo. Estoy pensando constantemente”.

Es sábado por la noche. Josefina está en su cama. Toma el celular, abre Instagram y ve una foto de sus amigas. Una vez más se juntaron sin ella. ¿Por qué? No tiene idea. Quiere que le expliquen, pero no puede darse el lujo de preguntar, sabe que si molesta se va a quedar más sola de lo que está. La noche se hace eterna. “¿Quién me quiere?”, se cuestiona y también se encarga de responder: “Nadie”. En la mesa de luz reposa el blíster de un remedio que le recetaron para el insomnio y su cabeza, insaciable, le pide que lo tome entero. No es más que una idea, pero Josefina admite que “si no hubiera ido al psiquiatra en los momentos más bajos capaz que la quedaba”. Y dice: “Tenía pila de gente para culpar… una lista de gente para culpar”.

Suicidio en los jóvenes
La última cifra disponible en Uruguay es de 2019, cuando la tasa de suicidios llegó a 20,55 cada 100.000 habitantes; el peor registro desde 2002.

También en 70 años de Suicidio en Uruguay, la psicóloga Cristina Larrobla afirma que “el adolescente necesita contar con apoyos que den la sensación de interés por él”. Si el respaldo proporcionado por la familia resulta insuficiente, los grupos informales de amigos adquieren mayor relevancia, pudiendo influir positiva o negativamente en su desarrollo y en las conductas que implementa.

—¿Qué tal mis cortes? —pregunta Andrés y publica una foto en el grupo de Facebook. Pretende la aprobación de sus amigos virtuales.

—Hacelos bien —contesta Gabriel y agrega un emoji de risa.

—¿Así? —dice Tiago y se suma a la conversación.

—Sí, algo así. Mejor si lo hacés en vertical —dice Gabriel.

No quieren fallarle a su instructor. Andrés y Tiago vuelven a lastimarse y postean otra foto. Obtienen lo que querían: “Ahora sí”, les dice Gabriel.

El sociólogo Pablo Hein sostiene que “en las condiciones de depresión individuales puede haber condicionantes sociales”. Alicia Canetti, especialista en psiquiatría, destaca algunos factores que enaltecen la ideación del suicidio: perdida de familiares o seres allegados y antecedentes de problemas psíquicos, especialmente la depresión.

Hein agrega que “si estos coexisten con ciertos factores precipitantes como la impulsividad, desesperanza, acceso a mecanismos letales, consumo de sustancias o procesos de imitación (por suicidio de conocidos o referentes), habrá mayores posibilidades”.

Otro día más.

Liceo, merienda, gimnasio, estudio... Un día promedio en la vida de Josefina. Suena el celular. Una llamada corta, tan corta que no entran explicaciones.

—Me van a internar —sentencia Fernanda.

—¿Cómo que te van a internar? ¿Te pasó algo, mamá? —pregunta Josefina, desesperada.

La respuesta la obtiene horas después, cuando habla con su padre: fue internada por intento de autoeliminación. La frase resuena en su cabeza a medida que la angustia se apodera de su cuerpo. Esta vez el llanto no es suficiente para liberarla del dolor. Busca alternativas. Empieza a golpear lo que la rodea, primero a las almohadas; pero, de nuevo, no siente nada. Sigue por la pared. El dolor del pecho se traslada a los brazos, a las manos, a los nudillos. Se siente mejor.

“Las autolesiones son muy comunes entre los adolescentes”, sostiene el psicoanalista Tenenbaum. Estas suelen suceder por la imposibilidad de dirigir la agresividad hacia afuera.

Josefina se encarga de hablar con la familia, “gente que no la chequea hace años”, afirma.

—¿Precisan ayuda? ?pregunta su tío.

—No —responde Josefina sin ganas.

—Sabés que va a estar mejor, ¿no? —insiste el tío.

—Sí —dice y no quiere hablar más.

—¿Vos cómo estás? —pregunta el tío y procura una respuesta elaborada.

—Bien —remata ella.

Detrás de esos monosílabos hay rabia: “No te acerques, te cago a trompadas si pisás el hospital”, traduce Josefina y confiesa que se muerde la lengua para no decirlo. No quiere generar más problemas. Lo resuelve a su manera, en su cuarto, con su pared.

En el artículo “El estigma de los trastornos mentales: discriminación y exclusión social”, el psicólogo social español Alejandro Magallanes Sanjuán afirma que la gente con enfermedades mentales suele sufrir problemas muy graves en el ámbito social y familiar. “Este hecho se debe tanto a los efectos de la misma enfermedad, como a la falta de apoyo y comprensión que reciben de los demás”, aclara Magallanes Sanjuán.

¿Es más grave el panorama en los jóvenes que a nivel general? El sociólogo Hein recuerda que en Uruguay la tasa de suicidios en adolescentes —hasta los 19 años— no llega a 10 cada 100.000 habitantes y la tasa general de la población es 20,55 cada 100.000. En términos numéricos, entonces, no es un problema. No obstante, para Hein la valoración en el tema de la juventud no es numérica sino moral. Se trata de pensar “qué estamos produciendo en los jóvenes”, dice.

Como sociedad no les estamos dando la oportunidad de expresarse en la vida, afirma Hein. “La depresión, en realidad, nosotros la entendemos en gran medida en una forma sanitaria, médica o psiquiátrica, pero la depresión también tiene su componente social”, concluye.

Cuando se sueña despierto.

Josefina está cerca de hundirse en un pozo profundo del cual podría ser imposible salir. Justo antes de tocar fondo, su imaginación la salva. Está sentada en la cama de su cuarto, es consciente de esto y, sin embargo, se ve en otro lugar. Fruto de su fantasía, se traslada a una habitación con tres de sus artistas favoritos. Habla. Hace gestos. Se ríe. Llora. Vive una realidad distinta, comparable a un sueño lúcido. Durante media hora se siente querida, en su imaginación pero querida al fin. Encuentra un motivo por el que vivir.

“Cuando estás solo es cuando te empezás a ahogar en tu propio agujerito de oscuridad”, dice Josefina. En los momentos en los que sueña despierta está en una montañita de luz.

Según Magallanes Sanjuán, las personas aquejadas de un trastorno mental pueden tener alteradas las capacidades de razonamiento y hallar dificultades para reconocer la realidad.

“Lo único que me mantiene vivo es mi imaginación”, comparte Camilo en la red. Cierra los ojos y se encuentra en un mundo que lo llena de felicidad. Ya no siente que es “una boca más que alimentar”. Está con el amor que siempre ha deseado. Tiene amigos que se preocupan por él. Se siente amado por la familia. Sin previo aviso, vuelve al mundo real: “Tanto a mí como a muchos de ustedes solo nos toca imaginarlo”. Miserable, así se siente. “Te da igual lo que te pase, dejás de valorar tu vida”, dice y no tiene consuelo. No hay palabras que lo ayuden. Sólo los minutos de fantasía que le regala el subconsciente.

La adolescencia y la juventud son etapas en las cuales “se complejizan las relaciones interpersonales y la vida social”, subraya la psicóloga Larrobla en 70 años de Suicidio en Uruguay.

Cuando los adolescentes y jóvenes se suicidan, interpelan a una sociedad que resulta incapaz de sostenerlos en un proyecto de desarrollo personal. Canetti identifica algunas características comunes a la mayoría de las víctimas, dado que es “una forma de resolver un problema o una crisis que produce sufrimiento intenso”. En muchas oportunidades el suicidio se asocia con necesidades no satisfechas, sentimientos de desesperanza y pesimismo, sensaciones de supervivencia más que vivencia y estrés intolerable.

Germán (20 años) ya no tiene esperanza. Intenta encontrar un motivo para seguir viviendo. Perdió a sus amigos y a su familia. Está solo y no puede evitar llenarse de negatividad. Son las cuatro de la madrugada. Escribe en el grupo de WhatsApp que comparte con otras personas con problema de depresión.

—¿Alguien para hablar? —pregunta—. Necesito ayuda

Nadie responde, posiblemente están todos dormidos. Una hora después vuelve a insistir. Manda un emoji. Nada. Se revuelca en la cama. Se angustia. Ni sus nuevas amistades —que sufren lo mismo que él— le prestan atención. No aguanta más y mira los retos que un integrante del grupo había mandado unos días atrás. “Prefiero cortarme para enfocar mi pensamiento en que arde la piel y no en que duele el corazón o el alma”, así empieza el mensaje. Germán no tiene nada que perder. Lo hace. Se saca una foto y la manda al grupo. Pero el chat se convierte en un monólogo. Son las seis de la mañana y aún no hay respuestas. Bloquea el celular. Intenta dormir pero no puede. La frustración es gigante. Toma una decisión, pero primero avisa en el grupo: “Y se marchó, y a su barco le llamó la libertad”.

Esa frase de la canción “Un velero llamado libertad” de José Luis Perales fue su último mensaje.

INFORMACIÓN ÚTIL

Línea Vida: 0800 0767

Es gratuita y está disponible las 24 horas del día para toda la población.

El caso del "Morro" García
¿Cómo se trata la salud mental en el fútbol?
Santiago Morro Garcia festejando el gol de Godoy Cruz

El cuerpo de Santiago “Morro” García apareció sin vida en su apartamento de Mendoza el sábado 6 de febrero. El jugador, de 30 años y goleador histórico de Godoy Cruz en la Primera División argentina, estaba bajo tratamiento psiquiátrico por depresión. En 2019 había declarado en una entrevista con Radio Nihuil de Mendoza: “Los jugadores no somos robots. No estamos hechos de acero, nos pasan cosas y eso hace que el rendimiento dentro del campo de juego no sea el óptimo”.

En el fútbol profesional cada vez se le da más relevancia a la salud mental, incluso en los empobrecidos clubes uruguayos. De hecho, muchos equipos profesionales cuentan con ayuda psicológica. Sin embargo, no todos pueden brindar este servicio porque “vivimos en un fútbol que a veces es carente de recursos”, dice Matías Pérez, exvicepresidente de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales (MUFP) y actual integrante del Comité Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF).

El trabajo de esos especialistas consiste principalmente en entrenar las habilidades psicológicas que puedan mejorar el rendimiento individual de los futbolistas y, en consecuencia, el colectivo, explica el psicólogo deportivo Gonzalo Manassi. Se trabaja sobre la concentración, el control y manejo de la ansiedad, la motivación, la activación y la autoconfianza, cuenta Manassi.

Así, también se encuentran factores emocionales perjudiciales para los jugadores: la baja autoestima, la pérdida de interés, la falta de concentración, la sensación de cansancio y las alteraciones del sueño o del apetito, entre otras. “Detectar esto a tiempo favorecerá a pensar un plan de acción y hacer un acompañamiento más personalizado con estos deportistas”, sostiene el psicólogo.

Pérez, de la AUF, manifiesta que en la actualidad los deportistas están muy expuestos a “la crítica fácil en una red social”, por lo que cree fundamental contar con un soporte técnico de ayuda psicológica.

Y dice que el mayor problema es cuando se pasa de la crítica deportiva a los insultos, tanto hacia la persona como hacia su familia. Siguiendo esta línea, Manassi opina que el uso responsable de las redes sociales es un tema que debe trabajarse desde las formativas: “Es esencial resaltar la importancia de leer noticias de fuentes confiables, en momentos oportunos y no siempre estar pendiente de todo lo que publican y dicen sobre uno”.

Los psicólogos también trabajan con los deportistas que están por terminar su carrera. “El futbolista suele tener una rutina que consiste en entrenar todos los días, viajar para competir, ser ovacionado por los hinchas y estar en las noticias de forma semanal; por eso, al ‘colgar los botines’ puede llegar a sentir que va desapareciendo”, advierte Manassi. Para evitar eso, se propone trabajar desde la prevención y acompañar para que el proceso de inserción en su vida fuera del deporte de alto rendimiento sea satisfactorio.

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