Dietas de hambre, cuentas imposibles de pagar y consumo de sustancias: el lado oscuro del boom del fitness

El fisicoculturismo dejó de ser un nicho de cuerpos gigantes y se volvió tendencia masiva. Pero detrás de los músculos hay una frontera difusa entre disciplina y consumo de sustancias riesgosas.

Franco Rissotto.
Franco Rissotto.
Foto: Leo Mainé.

Una fila de personas se agrupa en la entrada del Club Atlético Goes. Adentro, en la cancha, no hay básquet, ni pelotas que pican hasta el aro. En su lugar, el silbido del bronceador en aerosol y deportistas que, en un rincón, se inflan los músculos estirando bandas elásticas. ¿Cuánto es posible agrandarse? Hombros, espalda, bíceps y, si queda aire, también la sonrisa.

Lo que está ocurriendo aquí es un clasificatorio para el Sudamericano de fisicoculturismo, organizado por la AFFU (Asociación de Fisicoculturismo y Fitness del Uruguay), pero no por eso la escena deja de ser menos llamativa. Cuerpos aceitados, venas marcadas a las que se les intenta mandar la mayor circulación de sangre posible.

Ese cuerpo que hoy deslumbra bajo las luces pasó los últimos días ingiriendo cada vez menos agua, hasta vaciarse casi por completo. La piel bronceada y tensa esconde un proceso meticuloso de restricción: manipulación de sal, reducción de carbohidratos, deshidratación forzada. Lo que parece vitalidad es, en realidad, el resultado de llevar al cuerpo al límitepara que cada fibra se marque con nitidez quirúrgica.

María Noel Antoine.
María Noel Antoine.

Todo parece estar controlado, hasta que los sacrificios extremos, las dietas que rayan la inanición y la suplementación milimétrica superan al deportista.

La frontera entre lo natural y lo farmacológico se difumina y aparece la pregunta inevitable: ¿qué hay realmente detrás de esos cuerpos? ¿Cuánto se logra con disciplina y cuánto depende de la química?

Experimentar con el cuerpo

En este universo se mueve Franco Rissotto, referente del fisicoculturismo uruguayo actual, que sabe lo que significa moldear un cuerpo no solo para vivir en él, sino para exponerlo: para lucirlo.

Entra al gimnasio con un pantalón deportivo negro, buzo del mismo color y una bandana roja sujetándole el pelo rubio. Podría ser cualquiera a punto de entrenar por la mañana, hasta que uno baja la vista hacia su mano y ve que carga un bidón de seis litros de agua. Al bidón lo lleva como si fuera un accesorio. Son las once de la mañana y ya bebió la mitad.

No le fue fácil, pero Franco ocupa ahora la cima del podio. Es el campeón uruguayo y sudamericano de Men’s Physique, tras convertir a su cuerpo en un experimento de largo aliento.

Durante un año entero probó, mes a mes, distintas combinaciones de comidas idénticas seis veces al día: pollo con arroz, pollo con papa, pollo con avena, pollo con pan. “Era para entender cómo funciona cada carbohidrato con mi cuerpo”, cuenta. No consultó ni nutricionista ni manuales: solo llevó un registro obsesivo y la paciencia de quien sabe que cada detalle puede marcar la diferencia arriba del escenario.

La motivación de Franco nació, paradójicamente, de un portazo en la cara. “Me acerqué a un culturista y le dije que quería competir. Me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘¿Sabés qué? Dedicate a otra cosa’.” Esa sentencia, que pudo haberlo frenado, se volvió la chispa que lo empujó todavía más. “Me hizo muy mal, pero pude transformar esa energía”, dice.

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Franco Rissotto en competencia.

El resultado es un estilo de vida que no admite deslices. La última vez que probó una pizza o un chocolate fue en la cena de Navidad, o sea hace casi un año atrás. “No como afuera hace mucho tiempo”, admite, como si se tratara de una renuncia menor y no de un sacrificio cotidiano. Esa decisión también lo aisló de sus amigos más cercanos. Eran un grupo de catorce amigos de toda la vida, pero las salidas se apagaron cuando dejó de sentarse a la mesa y salir de fiesta.

Otro sacrificio está en el bolsillo. Tener el cuerpo como el de un superhéroe es costoso: entre alimentación, suplementación, entrenador, masajista deportivo y gastos asociados, el culturismo le significa alrededor de 1.000 dólares por mes. “Es un deporte muy caro”, resume.

La disciplina, además de ser una cuestión física y económica, es un compromiso mental. En el pizarrón de su cuarto, Franco anotó una frase que repite como mantra: “La ansiedad te potencia”. Lo dice convencido de que gran parte del éxito en este deporte pasa por saber distinguir cuándo se come por hambre y cuándo por emoción: festejar comiendo, entristecerse comiendo, aburrirse comiendo.

Ese control se lleva al extremo en la llamada semana de puesta a punto, la previa a una competencia. Franco describe el proceso con naturalidad: una hiperhidratación que llega a los diez litros de agua diarios, seguida de un vaciado brusco para que cada fibra muscular aparezca definida como si estuviera esculpida. La práctica celebrada en los escenarios es un castigo para el cuerpo, pero una satisfacción para el deportista que lo elige.

Las estrategias extremas no son inocuas. La nutricionista Lorena Balerio advierte que pueden afectar al sistema renal y provocar arritmias, con riesgo incluso para la salud cardiovascular.

El médico deportólogo Mateo Gamarra coincide en que el entrenamiento intenso sin supervisión profesional multiplica los peligros: desde infartos de miocardio hasta lesiones por sobreúso y fatiga crónica. En definitiva, como subraya Balerio, el fisicoculturismo competitivo es una práctica extrema que exige un control profesional riguroso, “y no es para cualquiera”, cierra.

Fitness para todos

El músculo dejó de ser un rincón excéntrico del deporte más bien de pocos, y pasó a ser una obsesiva disciplina en tendencia. Lo que antes parecía reservado a un puñado de cuerpos untados en aceite, sobre tarimas iluminadas, hoy respira en la mayoría de los gimnasios de barrio, se multiplica en Instagram y se cuela en la conversación cotidiana, se comparte en redes sociales. De repente, todos tienen una rutina para recomendar, una proteína para vender o una frase motivacional para alentar.

Fisicoculturista María Noel Antoine.
Fisicoculturista María Noel Antoine.

Y cada vez son más los que se animan a competir. Pero si antes en estas implacables pasarelas veíamos a cuerpos al estilo Arnold Schwarzenegger, ahora el paisaje es más variado. El competitivo mundo del fisiculturismo tuvo que transformarse para renacer, y para eso achicó su exigencia. La llave para atraer a un público fresco fue incorporar una nueva categoría en el final de la pirámide. Proponer un cuerpo musculado al que no fuera tan difícil llegar: el del fitness.

“Sin duda, cada vez es mayor la participación, sobre todo después que se habilitaron categorías fitness”, confirma Inés Ramírez, presidenta de AFFU. En las competencias, se reciben más postulantes que nunca y de un perfil variado: jóvenes que debutan con apenas veinte años, mujeres que compiten después de la maternidad, veteranos que entrenan hace décadas y no piensan bajarse del escenario.

A los ojos de Inés, “Uruguay está bien posicionado en el deporte en el ámbito internacional. Somos pocos, pero buenos”. Verónica González, técnica deportiva y excompetidora, explica que la lógica es simple: el músculo se diversificó. “Lo que pasa es que en el culturismo la gente va creciendo de tamaño y se van creando categorías nuevas para tratar de armonizar que siempre haya cabida para cuerpos que son más delicados”. Ahora hay divisiones para premiar la fuerza, la estética, la simetría y la resistencia.

Pero la expansión no se entiende sin el espejo de las redes sociales. Basta abrir TikTok o Instagram para que aparezca, como si el algoritmo nos conociera mejor que nosotros mismos, la receta del batido “rico en proteínas”, el reel con la sentadilla “con más resultados” o el recordatorio de que “no hay excusas, vos podés”.

Stephanie Galliazzi, entrenadora y especialista en cultura corporal, lo resume así: “Si en los ‘90 el ideal era el de las supermodelos extremadamente delgadas, hoy el canon hegemónico está asociado a cuerpos magros y musculados”.

Ese cambio cultural caló hondo. Los gimnasios dejaron de ser espacios intimidantes para transformarse en centros sociales de autosuperación. A la par, los influencers fitness convirtieron cada repetición en un producto vendible: planes de entrenamiento, asesorías online, rutinas “milagro”. Lo aspiracional dejó de estar en las revistas y pasó al feed diario.

Y, como todo lo que promete resultados inmediatos, el fitness masivo también es un arma de doble filo. Una vidriera que inspira y motiva, pero que al mismo tiempo puede empujar hacia modelos imposibles de alcanzar de forma natural. El mismo escenario que celebra la diversidad de cuerpos es el que instala la vara cada vez más alto: ¿qué precio hay que pagar por esa perfección de mármol?

Radiante, pero débil

En el imaginario popular, el fisicoculturismo suele presentarse como un deporte individualista, competitivo hasta la hostilidad. Sin embargo, hay quienes recuerdan otra cosa. María Noel Antoine piensa en la mano tendida de una rival que le enseñó a posar minutos antes de subirse al escenario. “Hay un compañerismo que de repente en otros deportes no encontrás”, dice.

María Noel es otra referente de este ambiente. A sus 48 años de edad, participó en una incontable cantidad de competencias, inclusive el Olympia en España, logrando un segundo y cuarto puesto en la categoría Women’s Physique. Ahora es dueña de un gimnasio y allí está, entrenando, cuando responde qué métodos sigue ella.

“No sé si lo que yo hago está bien”, lanza dubitativa, advirtiendo que muchos de sus colegas optan por otros más radicales que los suyos. Su objetivo es entrenar gente de forma que sean capaces de “ponerse la panza cuando quieran y sacarse la panza cuando quieran” a través de la alimentación y el entrenamiento. A diferencia de lo que se hace en el ambiente local, donde abundan las dietas bajas en carbohidratos que rozaban la inanición, ella opta por un camino distinto: la dieta cetogénica, también conocida como keto.

Se trata de un plan alimenticio que restringe drásticamente el consumo de hidratos de carbono —fuentes como pan, arroz o pasta desaparecen del plato— para obligar al cuerpo a usar la grasa como principal combustible. En contrapartida, la ingesta de proteínas y, sobre todo, de grasas aumenta, buscando mantener la energía estable y evitar la pérdida de músculo. Según su experiencia, esta estrategia le permitió competir con más vitalidad y mejor humor.

María Noel Antoine.
María Noel Antoine.
Foto: Ignacio Sánchez.

Sin embargo, ir “a contramano” de sus colegas no le resulta incuestionable. Mientras otros culturistas comen religiosamente cada tres horas, ella prefiere tres o cuatro comidas al día, bajo lo que llama una dieta “antiinflamatoria”. No hay lugar para panes ni harinas y apuesta a lo orgánico y lo natural como contrapeso al estrés constante que implica esta disciplina. La creatina sigue siendo, para ella, el único suplemento realmente confiable, al punto de recomendarlo no solo para el rendimiento físico, sino también como protección del cerebro y de la masa ósea.

Durante mucho tiempo, María Noel dejó crecer este sentimiento culposo de ser una excepción en el ambiente. Hasta que pisó el extranjero. Allí, en una competencia, vio a una atleta tomando agua antes de subir al escenario. Y a ninguno de los presentes esto le parecía un signo de debilidad o algo prohibido.

María Noel cuenta sus historias de grandeza pero cierto pudor o vergüenza la van tomando, su cuerpo se encoge cuando habla, se dobla sobre sí mismo. Una imagen que contrasta con la María Noel que se ve en la gigantografía que cuelga de la pared de su gimnasio, que la muestra en el apogeo de una competencia, con los brazos abiertos y las piernas desplegadas en una pose que parece inspirada en un águila pronta para atacar.

Hay también una hilera de trofeos dorados con la silueta de mujeres fornidas, otra pared entera empapelada con fotos de competencias en las que se la ve con los músculos exultantes y una sonrisa que resplandece como los cristales que lleva en el bikini que usó para competir en el Olympia, el Mundial del culturismo en el que cada vez más uruguayos sueñan competir. Para María Noel, esa malla es una reliquia.

—¿Querés verla? La tengo acá —dice.

Va hasta un casillero típico de un gimnasio, abre el candado y deja a la vista un estante que únicamente tiene esto: un bikini color bordeaux con cristales blancos que forman una llamarada blanca.

—Pero tocalo, dale —insiste y coloca la pieza diminuta en mis manos—. ¿Ves todo esto? Todo esto es Swarovski.

El culturismo es una disciplina que depende de la estética y para sostenerlo no alcanza con voluntad. Da hambre y mal humor. “Querés matar al de al lado, llegás a casa y no soportás a tus hijos, a tu esposo, a quien se te acerque”, recuerda sobre los días de dieta extrema. En invierno, el frío se sentía más: uñas quebradizas, caída del pelo. “No podés pensar. Es como una niebla mental. Estás mal, mal.”

Sustancias dañinas

¿Las mujeres mayores se inyectan más?

En el ambiente del culturismo circula una observación incómoda: las mujeres mayores son, muchas veces, las que más se inyectan anabólicos. El argumento es que, al pasar la etapa reproductiva, el miedo a alterar la fertilidad desaparece y los cambios hormonales se asumen con otra disposición. En competencias internacionales abundan las atletas veteranas en las categorías más musculadas, donde el uso de fármacos se vuelve casi moneda corriente.

La apuesta no está exenta de las consecuencias ya expuestas anteriormente: voz más grave por el engrosamiento de las cuerdas vocales, acné, caída de cabello con patrón masculino, crecimiento de vello en zonas inusuales, agrandamiento del clítoris y alteraciones menstruales que pueden interrumpir el ciclo por años.

Para algunas, estas transformaciones representan un costo demasiado alto y se bajan del escenario. Para otras, en cambio, son un precio calculado: una decisión consciente, comparable a los tratamientos antiaging, asumida para seguir compitiendo, brillando y prolongando el personaje que se enciende bajo las luces de la tarima.

Lo que para el espectador es una puesta a punto, para la nutricionista Balerio es un cóctel de riesgos. “Genera calambres, mareos, arritmias y desequilibrios electrolíticos severos”. “Es extremo, no es para cualquiera”, insiste. Y María Noel coincide desde la experiencia: “El culturismo no va mucho de la mano con la salud. Siempre estás estresando al cuerpo”. El sacrificio se vuelve rutina, y el límite entre disciplina y castigo queda cada vez más difuso.

—Si es tan cansador, ¿por qué te gusta subirte a un escenario a competir?

—Porque ahí yo me siento radiante.

El atajo peligroso

En el escenario, los cuerpos parecen de mármol. Pero la verdad incómoda es que ninguno llega ahí solo con pollo, arroz y voluntad. “Los cuerpos de los fisicoculturistas, el 100% son alcanzados de manera farmacológica. No tienen ninguna prueba de dopaje en sus competencias, hasta donde yo sé”, dice el médico deportólogo Mateo Gamarra.

El tema sigue siendo tabú incluso dentro del propio ambiente. Desde la AFFU, su presidenta asegura que no apoyan el consumo de anabólicos, que existen controles y que a nivel internacional están afiliados a la WADA (agencia mundial antidopaje). Pero en el gimnasio, la versión es otra. Entre las sustancias más consumidas está la testosterona, incluso un análogo sintético llamado trembolona que es de uso animal: se las inyectan a los caballos para inflar sus músculos.

Deportista.
Deportista.

Los médicos advierten que las consecuencias de este consumo rara vez son reversibles. Leonardo Sande, intensivista especializado en nutrición y obesidad, plantea que el uso de anabólicos en adolescentes puede comprometer el desarrollo sexual y osteoarticular, y que en adultos aumenta el riesgo de problemas cardíacos, irritabilidad, caída del cabello y alteraciones en la sangre. Pero, aun así, reconoce que “es de conocimiento público” que se consiguen sin control.

“Se te engrosan las cuerdas vocales, se te agranda el clítoris, te sale acné, pelo por todos lados y empezás a quedar calva al estilo masculino”, cuenta Antoine, la culturista.

En paralelo, mientras el consumo abusivo de sustancias para potenciar el tamaño, la fuerza y la potencia se niega, se minimiza o se camufla, hay otro universo que florece : el de los suplementos. Ahí la palabra clave es moda. “Antes había muy poca cosa en Uruguay, ahora explota la variedad”, cuenta González, técnica deportiva y excompetidora. Proteínas en polvo, aminoácidos, polivitamínicos, creatina, glutamina: la lista crece como si fueran estampitas de colección.

El problema es que la moda arrasa más rápido que la información. “La gente se auto-suplementa como se automedica. Compra creatina o colágeno porque lo escuchó en TikTok, sin saber si lo necesita ni si le sirve”, advierte.

Diferenciar un cuerpo “natural” de uno esculpido con ayuda farmacológica no es tan simple como parece. La clave está en la velocidad con que los músculos crecen. Un cuerpo natural se cocina a fuego lento; uno farmacológico se infla como levadura. Y cuando la transformación es demasiado rápida para ser creíble, el secreto suele estar escondido en un frasco, no en la fuerza de voluntad.

A veces, entre pasillos, corren rumores de que tal o cual atleta “creció” demasiado rápido. Y ahí empiezan las sospechas del consumo de anabólicos; el peligroso atajo hacia el cuerpo deseado. Ese que se construye, se moldea, se lo desafía para ponerlo en un escenario, y entonces untarlo, decorarlo, presumirlo con una sonrisa esplendorosa, radiante: como los cristales de Swarovski.

Un experimento para llegar al cuerpo deseado

El camino de Franco Rissotto hacia el físico de competencia no se apoyó en manuales ni en asesorías médicas, sino en un experimento personal que rozó la obsesión. Durante un año, repitió seis comidas idénticas al día y solo variaba el carbohidrato: arroz, papa, avena, pan. Así buscaba descifrar cómo respondía su cuerpo a cada alimento. Esa meticulosidad lo llevó a mantener un porcentaje de grasa por debajo del 10% a los 19 años.

La exigencia se multiplica en la previa de cada torneo, en la llamada puesta a punto. En esa etapa, Franco hiperhidrata su cuerpo con hasta diez litros de agua diarios, mientras reduce los carbohidratos al mínimo. Luego revierte el proceso: casi nada de agua y un shock de carbohidratos para que los músculos aparezcan definidos como en 3D bajo las luces.

Reconoce el riesgo: aspirar a menos del 6% de grasa corporal puede llevar al fallo de órganos. Otros atletas repiten la misma lógica de sacrificio que los hace lucir “pegados al hueso” y que, a veces, los convierte en blanco de críticas mientras luchan contra la dismorfia.

Un reciente trabajo de grado de psicología de la Universidad Cooperativa de Colombia Campus Popayán, que investiga las afectaciones a la salud mental en mujeres fisicoculturistas, incluyó una entrevista a Mariana Guayara Murcia. Ella, con la autoridad que le da su título de campeona suramericana del Mr. Olympia femenino, expresó: “El culturismo no es salud… es obsesión, pasión, amor, pero no es saludable”.

A esto se suma la frontera difusa de lo farmacológico. El médico Leonardo Sande, intensivista, diplomado en obesidad y trastornos alimenticios, alerta sobre los efectos de los anabólicos: crecimiento muscular desproporcionado, acné, engrosamiento de la voz, infertilidad, alteraciones hormonales y riesgo cardiovascular severo.

Sin embargo, ese abuso genera un cuerpo aplaudido en el escenario, pero construido a fuerza de sacrificios extremos que comprometen tanto la salud física como la mental, empujados por un estándar estético que roza lo imposible.

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