La escena pinta el momento a la perfección. Cristiano Ronaldo llega en bóxer, con las medias del Real Madrid rebajadas y de inmediato tiene a un vestuario entero rodeándolo. Marcelo Meli, el futbolista que hoy está en Liverpoolbajo las órdenes de Jorge Bava, lo espera afuera, alejado en el pasillo.
Es 14 de setiembre, corre el año 2016, y el Sporting de Portugal acaba de perder con el Madrid en la fase de grupos de la Champions. El argentino es un espectador de lujo: mira todo el partido desde el banco de los suplentes y ve cómo el hombre que clava un golazo de tiro libre y le pide disculpas a su exequipo horas después se arrima a conversar con algunos de sus compañeros. Es la oportunidad perfecta para pedirle una foto, piensa.
—Ya que estaba ahí, algo le tenía que sacar. Pero adelante de todos me daba vergüenza pedirle algo. Por allá venía caminando y yo dije “le pido las medias, el bóxer no se lo voy a pedir” y cuando se acercó le dije: “¿No me regalás tus medias?”. “No, no”, me dijo. “Ahora te traigo el pantalón”. Se fue y yo dije “este no viene más”. Esperé un ratito y, como no venía, me metí por el pasillo para sacarme una foto en la cancha. Cuando iba bajando las escaleras, escuché que venía: “No, no, este pantalón es para el argentino”. ¿Cómo me conocía? No sé. ¿Y cómo sabía que era argentino? Ni idea.
Como un fanático privilegiado, Meli todavía recuerda el “cosquilleo” que le vibraba cada vez que sentía la música de la Champions y veía a los jugadores del Real Madrid moviéndose como “muñequitos”. Eran los mismos que meses atrás él miraba por tele y usaba en el PlayStation como jugador de Boca, solo que allí estaban en vivo, frente a sus narices, corriendo y moviendo la pelota de un lado a otro.
Cuando el partido terminó y el Sporting sacó un resultado digno (derrota 2-1), todo volvió a la normalidad en Lisboa, donde él y Sebastián Coates, poco a poco, se volvieron compinches par de asados mediante.
—Discutíamos mucho porque él me decía que el asado es uruguayo, el dulce de leche y el mate eran mejores que los de Argentina. Siempre nos juntábamos a comer asado y hasta íbamos a entrenar juntos. Me pasaba a buscar e íbamos con el mate. Es muy buena gente Seba. Desde que yo llegué al Sporting, me trató muy bien y empezamos a llevarnos de maravilla.
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Meli quería minutos. Quería jugar, volver a sentirse con confianza. Y entonces priorizó lo deportivo. Las vueltas de la carrera lo llevaron de nuevo para Argentina, donde se fue a jugar a Racing.
De la magia de la Champions pasó a la pasión copera de la Libertadores y al frenesí de las hinchadas argentinas. Como no podía ser de otra forma, regresaron las tardes de pesca, los fútbol cinco informales con amigos y las visitas a casa de sus padres (se iba siempre los viernes o sábado en la tarde a Salto, su “pueblo”, ubicado a unos 189 kilómetros de Buenos Aires, capital).
Hasta que un día, el club decidió cederlo a Brasil y los ánimos cambiaron. Un paso frustrado por Vitória le sirvió para mejorar su portugués, pero a la vez dio curso a una crisis personal que se desataría años más tarde.
No solo eso, sino que también comenzó una disputa judicial que continúa hasta hoy a causa de una supuesta falta de pagos por parte del equipo brasileño.
No llegué a decir 'abandono el fútbol', pero sí al punto de irme a mi casa y pensar 'no vuelvo más'
—Estuve seis meses. Me quedaba un tiempo más (del préstamo) y ellos dejaron de pagarme. Después de un tiempo les hice juicio por los meses que había trabajado y no los cobré y así sigo hasta hoy por la deuda que tienen conmigo.
La novela de Meli y Racing no terminó ahí. Hubo una seguidilla de préstamos más -incluido uno a Israel- que no convencieron para que se asentara en el primer equipo.
Pasaron cuatro años y el hombre por el que la Academia había pagado US$ 2,1 millones apenas tenía 33 partidos en la Primera División argentina a falta de seis meses para que se le venciera el contrato. Fue entonces cuando se desató el escándalo que desembocó en su salida definitiva.
—Le respondí a Racing que no iba a renovar porque ellos me querían mandar a préstamo a otro club. Me concentraban, me llevaban al banco y no me ponían; no querían que me muestre porque en diciembre me iba libre. Paraban los dos equipos en la semana y a mí me mandaban a entrenar solo, me hacían la vida imposible.
—¿En los entrenamientos?
—Sí. Tengo muchos jugadores de testigo que veían todo lo que me hacían. No llegué a decir “abandono el fútbol”, pero sí al punto de irme a mi casa y pensar “no vuelvo más”.
Meli cumplió con su palabra. Una tarde de domingo, desolado, sentado sobre la vereda, quebró en llanto frente a los ojos de su padre y le confió todo lo que sentía. Decidió que no volvería a Racing. “Hacé lo que tengas que hacer, no me importa”, le dijo a su representante, y se quedó tres meses en paz, alejado del fútbol.
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De paso por Europa, tuvo una experiencia extravagante en Israel, cuando el país era sacudido por la guerra que tenía con Gaza. Primero tenía que entender lo que estaba pasando y luego introducirse en el hebreo para captar algún mensaje. Nada de eso había hecho antes de irse.
La situación era tan atípica que hasta normalizó volver por la ruta viendo cómo pasaban infinidad de camiones con tanques de guerra. También hombres y mujeres de entre 19 y 20 años uniformados, con armas por las calles, como parte de la rutina dictada por el servicio militar obligatorio. Lo más “loco” de todo fue que al día siguiente en que jugó un partido cayeron misiles en la zona donde estaba ubicada la cancha. Pero, sacando todas esas complejidades extradeportivas, le fue bien -jugó 37 partidos, debutó en la Europa League- y recuperó la confianza.
Como aprendizaje, le quedó un consejo que recibió en el Sporting que aplica para todos aquellos que se van a jugar al fútbol al exterior: “Si no entendés el idioma, nunca te pongas primero (en los entrenamientos). Andá atrás imitando al de adelante”. También aplica para el supermercado y la vida en general, sostiene.
El presente en Liverpool con Jorge Bava como DT
El presente de Marcelo Meli (31) dista bastante de aquellos años turbulentos en Racing así como de las canchas en perfecto estado que veía en la Champions. También está lejos del mundo Boca, ese club que lo enamoró de chico y como jugador lo hacía volver a esas épocas: “Pensar que yo antes lo miraba de afuera”. Hoy está en Liverpool, un club del barrio Belvedere al que lo ve “fuerte” y con margen para seguir creciendo. “Vine porque Jorge (Bava) me llamó y estoy muy contento por el presente que estoy teniendo. Si vas a Argentina, en infraestructura están muy bien los equipos y a Liverpool le faltan algunas cosas, pero lo bueno es que el presidente quiere hacer”. Es agradecido por la oportunidad y no piensa en el mañana.