Sin su fuerza de voluntad, probablemente su regreso a Uruguay se hubiese estancado. Hoy Luciano Boggio está feliz en Nacional, el presente futbolístico lo acompaña, pero también su ojo crítico para observar errores. Reconoce que la pelota tiene su “jeito” y que habló del tema con el vicepresidente Flavio Perchman.
-Tu salida de Lanús fue complicada. ¿Se dilató más de lo que pensabas?
-Todo fue una locura. Yo estuve esperando varios días para venir, varado, sin saber qué hacer, porque ya le había comunicado al entrenador y a la gente del club mi posición, pero al mismo tiempo entrenaba a un costado. Era medio incómodo.
-¿Entrenabas aparte?
-Sí, lo que me pasó fue que en la primera fecha entré en los últimos 30 minutos, no nos fue bien, y en la segunda nos tocó Rosario Central en Arroyito, yo iba a jugar y hablé con el entrenador. Le dije que tenía una gran oportunidad, que quería cambiar de aires y él y las personas que trabajaban con él reaccionaron muy bien. Flavio Perchman hizo gestiones y estaba difícil salir, pero yo desde mi lugar también tuve que hacer algo porque el club no tenía la intención de que me fuera. Me peleé con el presidente y al entrenador le dije “mirá, no sé con qué cara decírtelo, porque tenemos buena relación, pero yo tengo que tomar una decisión. Mi decisión es seguir viniendo y entrenar, pero quiero que esto se aclare”. No le dije “no cuentes conmigo”, pero sí que la situación se aclarara para un lado u otro. Jugar con la cabeza en cualquier otro lado no me servía a mí ni a nadie. A partir de ahí, empecé a entrenar medio apartado.
-¿Fue un antes y un después Argentina en tu vida?
-Sí, tres años fue un montón de tiempo. Maduré un montón estando allá. Pasé momentos muy lindos y, como se da en esta carrera, momentos no tan lindos.
-¿Sufriste algún apriete de la barra?
-Tuve un par, sí. En Lanús está todo muy organizado y no suelen pasar esas cosas, pero cuando recién llegué el equipo estaba mal y, volviendo de un partido, nos estaban esperando en la sede. Después remontamos un poco y se calmó todo. Y en 2023 también hubo un momento en el que, después de un partido con Defensa y Justicia que perdimos, se picó porque no veníamos muy bien. Había bastantes socios esperándonos afuera. Por suerte, no pasó a mayores.
-Ahora vivís con tu novia en Montevideo, pero durante mucho tiempo estuvieron a distancia. ¿Cómo hiciste?
-Ella es bailarina profesional y cuando la conocí estaba terminando sus estudios de danza en España. Arrancamos la relación, a ella le faltaban dos años y venía cada un estimado de cuatro meses. Era duro, pero nosotros siempre decíamos que si estaba la predisposición, se podía. Tenés que saber que quizás llegás a tu casa y no está ahí para darte un abrazo, charlar o lo que sea. Pero hablábamos todos los días. Cuando ella terminó, dijo “me tranquilizo un poco”, se mudó conmigo a Argentina y fue cuando más coincidimos. Teniendo la chance de salir a buscar un trabajo, se quedó para no continuar a distancia. Al tiempo, yo le di el apoyo y se fue a trabajar. Estuvo como un año y pico y, otra vez, a distancia. Hubo dificultades, pero en ningún momento estuve sin su apoyo.
-¿Qué opinás de tu puntaje en el videojuego FC (FIFA) 25? Te dieron 71...
-Me parece que está bien. No está tan mal, ja. Yo antes jugaba mucho más al play; ahora bajé un poco la pelota al piso.
-¿Con qué jugador te gustaba jugar o tenías como modelo a seguir en el fútbol?
-Para mí, el mejor es Messi. En Argentina empecé el curso de entrenador, ya llevo dos años y ahora voy a arrancar el último año online. Lo aprendí a analizar desde un lado mucho más general. Él se tiraba mucho abajo a jugar, armaba el juego y siempre me gustó mucho eso.
-Tu padre es entrenador de fútbol. ¿Qué tanto ayuda y qué tan contraproducente es eso al ser jugador?
-A él le encanta el fútbol. Cuando yo era más chiquito y jugaba al baby fútbol, era muy estricto, con correcciones, y a veces me calentaba. Yo me daba cuenta cuando jugaba mal y si encima me decían algo... No había lugar a eso; más me enojaba. Pero con el tiempo lo aprendí a llevar y también me pasó que, de a poco, me profesionalicé y lo fui apartando. Hasta el día de hoy nos ponemos a ver un partido y charlamos. Hablamos de mí, pero desde otro lugar.
-¿Cómo mejoraste el manejo de esas frustraciones?
-Lo he trabajado un montón y hoy en día te puedo decir que, si bien tengo mucho para mejorar, lo manejo muy bien. Empecé con un coach cuando estaba en River y hace años que trabajamos. La realidad es que cada vez que me ponía el balde, el 90% de las veces terminaba jugando un partido malo. Pero me hizo ver que lo más normal es que te equivoques y por dentro la cabeza tienda a pensar en lo negativo.
-¿Mirás tus partidos?
-La mayoría de veces, sí. No tengo por qué tocar la pelota, pero trato de ver, siempre que soy partícipe, cómo me comporto y noto que estoy plagado de errores. Si te los remarco, no vas a poder creer porque seguro al final terminás diciendo “qué buen partido”. Pero siempre tenés cosas para mejorar. Si te ponés a mirar con Wanderers, capaz te quedás con lo de “buen partido” porque terminé haciendo el gol, pero yo también vi pérdidas de pelotas o salidas a presionar cuando no tenía que ir.
-¿Tuviste alguna charla de fútbol con Perchman?
-Flavio me llamó al día siguiente del partido con Progreso. Yo estaba con un amigo tomando un café y lo primero que se me vino a la cabeza era que, capaz, necesitaba algo. Yo recién había llegado y seguía resolviendo un montón de cosas. La semana del clásico, más que entrenar, todos los días tuve que hacerme un examen médico distinto. Me dijo que conocía mis condiciones para patear la pelota, pero que creía que estaba a la vista que era distinta, entonces que tratara, si podía, de quedarme a practicar pelota quieta y en movimiento. Y tenía razón. Hasta el día de hoy cuesta porque tiene su jeito.
-¿Tenés la medición de cuánto corrés por partido?
-Los GPS, en promedio, me han dado 11 kilómetros y medio por partido aproximadamente.
-¿Quién es el compañero que más te ha sorprendido?
-Si tengo que elegir alguna virtud que me haya sorprendido, te diría que la pegada de Rómulo (Otero) porque la saca sin necesidad de hacer palanca con la pierna. Es con derecha, con izquierda y no hay lugar en la cancha que le venga mal. También la visión de Mauri Pereyra, que creo que es mucho más amplia que la del jugador promedio. Ve cosas que nosotros no vemos y me sorprende día a día. La velocidad de Lucas (Villalba) también. Yo le digo que si cuando desborda se toma un segundo para levantar la cabeza va a decidir cada vez mejor y le va a cambiar la vida en la profesión.
-¿Y con Peirano has tenido charlas?
-No algo puntual. Pero el otro día, en medio del partido con Wanderers, sentí que Christian (Oliva) y yo estábamos un poco lejos y que nos estaba costando ir a la segunda pelota y le pregunté qué veía. Me corrigió unos aspectos y lo mismo en Porto Alegre. Ellos cambiaron de formación en el segundo tiempo y cuando te entran dudas de cómo presionar, es lo peor que te puede pasar. Me mostró en una pizarra lo que quería. A él no le gusta que recibamos de espalda porque es lo que nosotros buscamos que el rival haga.
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