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Luciana Mascaraña: una historia de superación

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Marcelo Bonjour

HISTORIAS

Trabajó en una procesadora de pescado para pagarse los estudios. Hizo el curso de árbitro porque le gustaba el fútbol y llegó a lo más alto; pero son los niños los que llenan su alma.

La árbitra asistente a nivel FIFA, Luciana Mascaraña,  trabajó varios años en una procesadora de pescado para pagarse los estudios. Se levantaba a las 5.00 y siempre temía que el olor se le impregnara en la piel. Por eso hoy valora poder dedicarse a lo que le gusta: es profesora de Educación Física, además de asistente.

“Siempre me encantó el fútbol, miraba los partidos con mi padre. Quise estudiar periodismo deportivo, hice un curso y me tocaba ir a las canchas, pero tuve malas experiencias. Mucho machismo y yo era muy chica, tenía 16 años y era muy tímida. Y no pude, no pude. Era demasiado para mí. Pero la vida me tenía preparadas otras cosas y al final le encontré la vuelta a mi pasión por el fútbol con el arbitraje”, contó Luciana desde el balneario Buenos Aires donde recibió el año nuevo con amigos.

“Trabajar en lo que uno le gusta es lo mejor que nos puede pasar. Quienes hemos trabajado de otras cosas lo sabemos. Muchas veces uno trabaja porque lo tiene que hacer, pero no lo disfruta”, agregó.

Nació en Montevideo, pero sus padres son de Paysandú y de Young. Es más, su papá fue juez en el interior. Es la del medio de tres hermanas y la única que compartió su gusto futbolero. “Cuando yo nací mi padre esperaba un varón. Ya me habían elegido el nombre, me iba a llamar Roberto Carlos por mis dos tíos. En aquella época en las ecografías no se conocía casi el sexo. Cuando fue al sanatorio, preguntó por qué su hijo estaba vestido de rosado. Capaz que por todo eso fui su compañera de fútbol”, relató quien sin embargo, nunca jugó. “No me gusta, pero me encanta verlo. Ya de chica miraba cualquier partido, no importaba cual”, añadió.

A pesar de que Luciana siguió sus pasos en el arbitraje, a su padre no le causó gracia la idea. “Creo que me fue a ver solamente una vez. No le gustaba que fuera árbitra porque él lo vivió todo y sabe que no somos gente muy querida. Pero también sabe, porque soy su hija, que lo iba a hacer igual”.

Entre pescados

Mientras trabajaba en Fripur, donde era balancera y pesaba el pescado, se pagó los estudios. Primero hizo la tecnicatura en Fitness, y luego entró en el curso de árbitro. En el 2009 le encontraron una hernia de disco y le prohibieron correr. “Yo daba muchas clases de aerobox y local. Entonces me di cuanta que el Fitness no iba a ser mi fuente de ingresos y decidí hacer la carrera de Educación Física”, explicó. Es más, le sugirieron operarse y se negó. “Nuestro médico en el arbitraje me infiltró y gracias a Dios no me operé. Seguí corriendo y hoy sigo rindiendo las pruebas físicas”, añadió y pasó a contar su experiencia en la procesadora.

“El ambiente era muy complicado. Además, yo salía y me iba directo a estudiar. Me bañaba para que no me fueran a sentir el olor a pescado y siempre le preguntaba a mis compañeros si tenía olor. Porque se sentía desde la calle. Además, mi madre había trabajado ahí y yo cuando era chica siempre me quejaba de su olor. Y ella me decía que la plata no tenía olor”, recordó.

“Incluso estando en la fábrica me ofrecieron para ascender, pero yo dije que no. No quería eso para mí, quería trabajar en algo que me gustara. Lo necesitaba para pagarme los estudios, entonces decidí hacerlo por un tiempo para después poder dedicarme a lo que quería. Nunca perdí la esperanza de poder hacerlo, aunque trabajé ahí cuatro años”.

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Quería ser profesora de Educación Física. Tomó el arbitraje como algo secundario, recién después, cuando comenzaron los viajes se dio cuenta de lo que había logrado. “Lo que me dio el arbitraje fue totalmente inesperado y soy agradecida. Creo que fui muy afortunada y no me olvido de esas mañanas en las que me levantaba a las cinco de la mañana para ir a Fripur, donde no la pasaba bien. Porque de repente no les gustaba la cara con que habías llegado y te suspendían. Y así como había llegado me tenía que ir. Cuando te decían marcá tarjeta y subí ya sabías. Y si preguntabas qué habías hecho, no había explicaciones. Lo increíble fue que años después, me volví a encontrar con una de las encargadas en una cancha. Yo como árbitra y ella de Policía. Y me pedía disculpas. Aunque seguramente ella actuaba así porque recibía ordenes. Son esas vueltas de la vida. No le guardaba rencor ni nada, pero no la pasé bien en la procesadora”.

El escudo

 Arrancó el curso de árbitro en el 2003, pero como en Fripur trabajaba de lunes a sábados, sólo podía hacer partidos los domingos. Es más, tuvo que dejar porque necesitaba el trabajo y el dinero. Retomó en el 2006 porque hubo dos años en que el Colegio no abrió los cursos. Se recibió en el 2008 y dos años después obtuvo el escudo de internacional.

“Estaba en cuarta categoría cuando me dieron el escudo internacional. Había cuatro de árbitras y cuatro de asistentes y cuando nosotros entramos no había muchas mujeres. Hoy somos más. Y la verdad, siempre digo que a las mujeres nos regalan el escudo. Yo siento que me lo regalaron, luego yo me encargué de mantenerlo o de defenderlo. Pero estando en cuarta categoría no pueden saber si vas a ser una buena árbitra o una buena asistente. El proceso del varón es diferente porque vienen de juveniles y recién en primera categoría son evaluados para ser internacionales”, aseveró Luciana quien tras varias experiencias en Mundiales femeninos junto a Claudia Umpiérrez, (Sub 17 de Azerbaiyán 2012, el de mayores de Canadá 2015, Sub 20 de Francia 2018 y el de mayores de Francia 2019) fueron designadas para arbitrar en un Mundial masculino, el Sub 17 que se realizó en Brasil en 2019.

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Dios

 “Nunca me imaginé que iba a llegar tan alto. Soy muy afortunada. Claudia (Umpiérrez) se ríe porque yo soy muy creyente y muchas veces tuve jugadas difíciles, pero me fue bien y eso me llevó a estar en otros torneos. Le digo a Clau que no fui yo, que fue Dios que me levantó ese banderín, o no me dejó levantarlo. Y ella me dice que fui yo. Pero he tenido jugadas muy complicadas en las que he pasado mal y siempre tengo una ayuda. Siento que alguien de allá arriba me ayuda siempre. Soy re afortunada”, insistió y recordó su primer viaje en avión.

“Fue para ir a un torneo en San Pablo. Yo estaba con un susto tremendo y Claudia me decía ‘se cae, se cae’. Por suerte esa primera vez fue un viaje corto, porque después nos tocó viajar a Catar o a Azerbaiyán, pero ahí ya estaba más acostumbrada. Con Clau empezamos juntas porque nos dieron el escudo al mismo tiempo. Somos amigas y hemos compartido muchas experiencias”.

En Uruguay Luciana es asistente de segunda categoría. Trabaja en los partidos preliminares, la Sub 19 y la Primera Amateur (C). Y también en los partidos de los campeonatos femeninos.

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“Yo no quería subir a segunda categoría. Estuve muchos años para subir. Me insistían pero yo no quería porque me gustaban las dos cosas, arbitrar y ser asistente. Y cuando subí a segunda, donde ya llevo seis años, tuve que elegir una de las dos cosas. Y como yo ya era asistente internacional, necesitaba practicar. El tema del fuera de juego no es fácil. Nunca fue mi objetivo llegar a primera. Cuando subí a segunda les dejé muy claro que yo quería disfrutar del arbitraje. Quería divertirme y pasarla bien y no sé si eso es posible en primera. Mi objetivo siempre fue tratar de llegar a lo más alto que pudiera a nivel internacional”.

La profe

Se recibió de profesora de Educación Física en 2015. Hoy trabaja en la escuela número 50 de Colón y en el club Flex. En la escuela tiene niños de primer grado y en el club hace gimnasia y piscina con pequeños de 2, 3 y 4 años. “Es algo que amo, que me encanta. Y que cada vez valoro más. Porque en el arbitraje no siempre se te valora aunque hagas las cosas bien, en cambio en la escuela recibo mucho cariño de los niños. Cuando vuelvo de un torneo me dicen que me extrañaron o que me vieron en la tele, como cuando volví del Mundial de Francia. O le dicen a sus padres que esa con el banderín es su profesora de gimnasia. Se sienten orgullosos. Y quieren que les cuente las historias, los muestre el escudo o fotos. De repente uno no tiene un buen día pero en la escuela me olvido de todo. Trabajo en una escuela de contexto crítico y lo que viven ellos es complicado. Los admiro por la fuerza que tiene siendo tan chicos. Ellos te transmiten todo lo bueno. Son mi cable a tierra. Y eso es impagable por eso doy las gracias cada vez que me levanto y cuando me voy a dormir”, afirmó.

Mascaraña

Sus amigas le dicen que tiene doble personalidad, porque como asistente es muy seria, poco amigable en la cancha y con los niños pura ternura. Ella, mientras tanto, disfruta de sus dos profesiones.

el amor

"Capaz que me están reservando uno muy bueno"

Luciana vive sola. Tiene 38 años y estuvo dos veces en pareja pero ahora se las arregla sin problemas. “Siempre digo que sí, que estoy en pareja cuando me preguntan mis compañeros de arbitraje. Se matan de la risa porque ya me conocen”, contó riendo.
“ Creo que este es momento de paz y tranquilidad. Además, yo no tengo mucho tiempo, entre los trabajos y los entrenamientos. Soy muy sociable y ando de acá para allá, no paro”, explicó.
“Obvio, que me gustaría conocer a una persona, pero si no apareció hasta ahora, por algo será. Capaz que me están reservando uno muy bueno, je”.

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