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Lolo Estoyanoff: cómo salió de la depresión, el vicio de los autos y cuando evitó que Darwin dejara el fútbol

El futbolista de 41 años va camino a afrontar su 25ª temporada como profesional y reflexiona: "El cementerio está lleno de ricos. La humildad no te la da en lo que andes".

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Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Fabián Estoyanoff, futbolista de Fénix, luego de una práctica en el Parque Capurro.
Foto: Francisco Flores.

La garganta se le hace un nudo. La voz se le quiebra. Y las lágrimas lo delatan. Ya no es el niño que vendía estampitas en los ómnibus para comprarse una chocolatada ni el que salía a cortar el pasto con una tijera. Tampoco el que tenía una cortina de puerta para separar al living de su cuarto. Ahora es un futbolista de 41 años, que anda en un Tesla y el grosor de su cuenta de banco le permite tener los problemas económicos resueltos. Aún así, también hubo un tiempo en el que se sintió vacío. Un tiempo en el que estaba vivo, porque le funcionaba el cuerpo, pero había “muerto” por dentro.

Fabián Estoyanoff sale del vestuario de Fénix sonriente, desfachatado y con total disposición para pasar el rato al rayo del sol hablando sobre los lados más oscuros e iluminados de su vida. Son casi las 12 del mediodía y el calor carga contra su piel hasta que pasan los minutos, aparece el sudor y comienza a tragar saliva. El silencio y los dedos frotándose sobre sus pupilas se apoderan de la escena. Entra en confianza, la cara le cambia y es justo cuando toma consciencia de que la entrevista, que es una entrevista real, bien podría ser de fantasía.

—Siempre me catalogué como una persona súper alegre, que transmite mucha energía, pero que también la necesita. Como todos. Un día me reuní con mi viejo y le dije que ya no le encontraba sentido a la vida y en ese mismo instante mi madre ni dudó: llamó por teléfono a la mutualista donde yo era socio y justo estaba el doctor y me pudo atender. Me hice una selfie con ellos y creo que el apoyo de la familia fue fundamental. Nunca se lo dije, pero ella me salvó la vida. Cuando fui al psiquiatra y me dijeron lo que tenía que tomar, era un tratamiento intenso, duro, que me tuvo casi seis meses sin jugar. Entrenaba solo los jueves o viernes y tuve la suerte de tener a (Gustavo) Ferrín como entrenador, que igual me ponía todos los partidos. Una de las cosas que más me llamó la atención fue el valor de las pastillas para que realmente pudiera recuperarme: uno de los blisters valía cerca de $14.000. Hoy por hoy, el Estado no le da la medicación a una persona que sufre depresión y creo que es algo en lo que tendríamos que mejorar mucho como sociedad. Hay tanta droga, tanta cosa en la calle que se consigue por $50 y tanta gente de bien que está pasando algo tan duro, como lo es la depresión, que el gobierno se tendría que poner en campaña y ayudar en eso.

Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Foto: Francisco Flores.

Haber tenido depresión me hizo ser mejor persona en todo. Entonces, sí, yo me pongo la bandera. Como cuando pasó lo del Morro, que yo estaba en Peñarol, jugamos contra Boston River y veía que no había un minuto de silencio para alguien que le dio tanto al fútbol y se nos fue por un impulso que le dio en ese momento. Me sentí muy identificado con lo que le pasó

Estoyanoff llegó a Fénix a los 11 y, 30 años después, todavía tiene parte de su vida concentrada en Capurro. Los recuerdos dicen presente y se cuelan en el relato de una infancia que tiene mucho que ver con el hoy y con las ganas de seguir jugando al fútbol, aunque la biología le ponga un pero.

Disfruta de pasar el tiempo en el vestuario, no pone palos en la rueda —pese a no tener los minutos asegurados— y solo tiene palabras de aliento para Leonel Rocco, que es el único entrenador que se mantiene en el mismo equipo de Primera División desde el Torneo Apertura del año pasado.

Así tenga que tomarse una pastilla todos los días por el dolor de tobillo, la redonda es su mejor amiga y hace que viva el trabajo con el mismo entusiasmo que mostraba el primer día.

—Yo siempre le decía a Darío (Rodríguez): “Vos podés jugar de lateral hasta los 60 años si querés. “No. Vas a ver que hay cosas que te van cansando”, me decía. Realmente, no veo ese cansancio y capaz que también por eso se me ha alargado la carrera. Hoy tengo 41 años y sigo teniendo la misma pasión y me sigo divirtiendo adentro de la cancha como si fuera un niño.

Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Foto: Francisco Flores.

Siendo eso —sí, apenas un niño— Estoyanoff se subía arriba de los ómnibus y ensayaba un discurso que empezaba como una “historia verídica”, terminaba diciendo “¡a voluntad los almanaques!” y en el medio metía una sarta de mentiras que llegaron hasta el oído de su madre.

Al pequeño Lolo le costó caro, pero no hubo reproche que no le valiera para aprender la lección. Porque así como en casa le dieron un tirón de orejas, también lo hizo —de forma amistosa— Pablo Bengoechea el primer día que llegó a Los Aromos y lo vio sentado en su lugar habitual del vestuario.

—Si vos venís de una familia de clase media o para abajo, los números en tu cuenta de banco cambian y eso te puede repercutir en todo. La estabilidad de decir “yo tengo la suerte de cobrar este dinero y encima hacer lo que me gusta” es lo que intento que los jóvenes puedan entender. Tienen que disfrutar adentro de la cancha sin pensar en lo otro porque eso te hace largar un plus.

La humildad como bandera

Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Fabián Estoyanoff en el Capurro.
Foto: Francisco Flores.

Las discusiones eternas sobre los autos eran un clásico cuando Peñarol concentraba. Darío Rodríguez, disfrazado de ángel, era el que no estaba de acuerdo con la lujuria y le ponía un freno a los vehículos despampanantes. El Lolo, camuflado de villano, siempre fue partidario de darse los gustos porque el “cementerio está lleno de ricos”.

Un día, apareció Kevin Méndez con el mismo dilema y, en el medio de un desencuentro con su representante, no tuvo mejor idea que preguntar. Un fanático de los fierros no podía fallarle.

—Mi teoría siempre fue la misma. Le decía: “Negro, tengo 28 años, tengo unos pesitos, me puedo sentar en un auto a 10 centímetros del piso y ando en una buena máquina. El momento de disfrutar un auto deportivo es ahora. A los 60 años, mis nietos se van a subir en cualquier auto, en lo que venga. No soy derrochador, no tomo alcohol; mi vicio son los autos. Kevin me preguntó y le dije: “¿Te vas a sentir con ganas de levantarte e ir a entrenar? A mí me motiva ir a hacer un mandado en lo que yo quiero”. Son pavadas, porque después te hablan de que hay que ser humilde. La humildad no te la hace andar en un carro a caballo, en bicicleta o en un Ferrari. La humildad te la hace la persona. La humildad acá está mal entendida. Yo sigo viviendo en el mismo barrio en el que nací. Me vieron caminando, en bicicleta, vendiendo estampitas, pero siempre fui yo. La humildad está en cómo sos vos como persona, no en lo que andes.

Consejero y con proyección de entrenador

Fabián Estoyanoff
Fabián Estoyanoff en el banco de suplentes de Peñarol.

Peñarol no sería Peñarol sin Nacional y Nacional no sería Nacional sin Peñarol. Después, si tenemos que hablar de popularidad, me parece que Peñarol es más popular en el mundo. Me doy cuenta en mi barrio, en las redes sociales, con mis amigos y en los diferentes lugares que voy.

Además de futbolista, muchas veces supo ser consejero. Gracias a que delató a Darwin Núñez, quien le había escrito en confianza que quería dejar el fútbol y volverse para Artigas, el Memo López se le acercó, dio vuelta las tablas e impidió que se descarrilara.

Padre de tres hijos, el Lolo se recibió de entrenador, hace dos meses que terminó un curso de gerencia deportiva y va camino a su 25ª temporada como jugador. Está con los abrazos abiertos para decirle que sí a Peñarol si el retiro golpea su puerta.

—Peñarol es una enfermedad, un estado de ánimo, un amor tóxico. Pierde y te vas del estadio puteando como loco y decís “no vengo más”. Juega a los dos días y ahí estás de vuelta.

El aprecio por Paco Casal

—Ya hace muchos años que me manejo solo, pero tuve a Francisco Casal, que, para mí, fue por lejos el mejor representante. En ese tiempo no había muchos empresarios, pero el tipo ya te daba la tranquilidad desde el primer momento. Me dijo: “Mirá pibe, yo te voy a representar. Lo único que tenés que hacer es dedicarte a jugar que de todo lo otro me voy a encargar yo". Él no te decía "mirá que cabe la posibilidad de que vayas"; cuando te llamaba, ya estaba hecho. Me acuerdo de que salí de un partido con Fénix y llamaron a mi viejo para decirle que al otro día me iba para España. No me quisieron decir a dónde y después me enteré que era para el Barcelona. Cuando llegué a Madrid, lo del Barcelona se cayó. Me quedé en el hotel con Paco y después apareció la posibilidad de firmar por Valencia.

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