Más de 17 años después, todos se acuerdan de la expulsión del Chengue Morales en el clásico de la Liguilla Pre-Libertadores 2008 y de cómo el capitán de Nacional tiró su camiseta hacia la hinchada de Peñarol, que ganó 2-0 aquel partido.
Pero muy pocos recuerdan al otro protagonista de aquella incidencia que pasó a la historia: el arquero Nicolás Biglianti, que recibió la falta y provocó la segunda amarilla y tarjeta roja para el número 20 tricolor.
“Yo no pensaba si iba a ser mi primer o mi último clásico, lo único que quería era ganar, lo que pase después no me importaba nada. Y fue tal cual: jugué ese solo, ganamos 2 a 0, no me hicieron goles, echaron al Chengue... ‘Bueno, ahora sí me puedo morir tranquilo’, pensé cuando terminó el partido”, relata el exarquero en entrevista con Ovación, sentado en el living de su casa en Santa Lucía, casi dos décadas después de aquel episodio.
“Yo tenía la mano quebrada en ese momento, mirá cómo se ve la mano, toda torcida”, dice mientras intenta apoyar la mano derecha sobre la mesa, pero los nudillos de los dedos anular y meñique quedan levantados y en ángulo recto. Y explica: “Me pusieron tornillos y quedó todo mal, fue empeorando con los años porque seguí atajando mucho tiempo”.
Llegó a Peñarol en febrero de 2008, jugó dos partidos y se fracturó en una práctica: “Me fui llorando a mi casa. No quería que me pusieran yeso porque jugábamos el domingo. Pero me terminé perdiendo 12 fechas”.
“Me quería morir, pero cuando pasan esas cosas no hay otra que asumirla. No es nada grato porque uno estaba cumpliendo el sueño de niño y de repente me encontré de vuelta en la tribuna mirando a mis compañeros desde afuera. Pero siempre hay que mirar hacia adelante”, recuerda.
La última es una frase de cabecera para el exarquero profesional, que hoy la traslada más allá de lo deportivo porque desde enero de 2024 lucha contra un cáncer en el páncreas.
Su lucha contra el cáncer
“Él empezó con unos dolores en la boca del estómago que no se podía ni mover, y lo diagnosticaron por medio de una tomografía, porque encontraron un nódulo sospechoso. Como el lugar es riesgoso, había que hacerle como una endoscopía/ecografía que la hacen solo en el Británico y costó unos $150.000, y le encontraron un tumor de dos centímetros en la cabeza del páncreas. Y fue ahí que salió la chance de operarlo en San Pablo”, cuenta Lorena, la pareja de Biglianti y principal sostén en esta dolorosa etapa, mientras el exfutbolista bromea: “Ella es la que sabe los detalles, a mí solo me dolía la panza”. Ella es enfermera y trabaja en Comeca.
Sigue Lorena: “Acá querían que yo hiciera quimio para achicar el tumor y que me operara después, y allá en Brasil me decían que había que sacarlo cuanto antes. Allá hay mucha más tecnología, más experiencia y decidimos ir”. La cirugía fue en el Hospital Samaritano de la capital paulista, en Brasil
La operación salió bien, pero al volver siguió con un tratamiento de quimioterapia hasta octubre del año pasado, cuando le dieron el alta médica.
En febrero se vuelve a repetir los análisis, detectan un "aumento de los marcadores tumorales" y en una nueva tomografía aparece algo en la zona de la operación que “algunos médicos decían que era grasa acumulada en la cicatriz”.
Según explican, la alternativa para reducir esos valores fue con otro proceso de quimioterapia más unos medicamentos de alto costo que le brinda el Fondo Nacional de Recursos, o de lo contrario deben presentar un recurso de amparo. No hay posibilidades de operar de nuevo “porque se trata de una zona delicada, rodeada de arterias como la cava inferior y la aorta”. Es un proceso de 18 sesiones en total, divididas en seis tandas de tres. “Son tres jueves sí y uno de descanso”, dice Biglianti, ilusionado con la posibilidad de recuperarse para fines de este año.
Anécdotas de su carrera profesional y amateur
Retrocedemos 17 años en el tiempo. De vuelta al primer semestre de 2008, en aquel entonces pleno Torneo Clausura. Biglianti perteneció a un recordado plantel de Peñarol que dirigió primero Gustavo Matosas, pero que tras cuatro fechas tomó las riendas Mario Saralegui. Jugaban Carlos Bueno, el Pollo Olivera, el Lolo Estoyanoff y, entre otros, su capitán Antonio Pacheco.
“Yo siempre fui hincha de Peñarol y lógicamente sabía qué representaba el Tony ahí, era el ídolo. Me recibió el primer día en la puerta de Los Aromos, me ofreció un mate y me presentó a todos los compañeros, uno por uno por todas las habitaciones. Un fenómeno como persona, un clase A como jugador”, asegura.
Fue un largo camino para llegar a Peñarol: se formó en Huracán Progreso —club extinto pero del que aún es hincha—, fue campeón del Sur con la selección de Canelones y dio el salto al profesionalismo con Liverpool. Luego pasó por Central Español, Fénix, Rampla Juniors, se fue a probar al Aurora de Bolivia, pero no se adaptó y un mes después llegó el llamado de Peñarol: “Mi representante me dijo que Matosas me quería y casi me vengo colgado del avión”.
Fue campeón de aquel Clausura tras una final épica frente al River Plate de Juan Ramón Carrasco, que comenzó perdiendo 3-1 con baile incluido. Pero se puso 3-2 antes del descanso y luego se dio la remontada: “Yo la veía dificilísima, pero me acuerdo clarito de la charla del Tony, muy tranquilo: ‘Muchachos, esto es Peñarol, hemos dado vuelta partidos más difíciles, vamos a seguir igual y a ganarlo’. Entramos a la cancha y fue tal cual como dijo él, la gente empujó y salimos campeones”.
Sobre el icónico clásico de la Liguilla, recuerda los nervios de la noche anterior: “No me podía dormir y me puse a jugar al Play en la habitación con el brasilero Nasa. Yo me pasaba riendo con el negro y cuando quisimos acordar se hicieron las 02:00 de la mañana. Me acosté, pero los ojos los tenía como dos platos”.
Luego de aquella Liguilla se fue de Peñarol y siguió su carrera en Atenas de San Carlos, después en Plaza Colonia donde compartió plantel con un joven Kevin Dawson, y finalmente en Liverpool.
Sigue vinculado al fútbol porque luego jugó en Juanicó y después Darling de Canelones (OFI), donde hasta hoy es el entrenador del primer equipo.
“La experiencia como profesional se valora mucho en el fútbol del interior, sobre todo porque a los gurises de ahora les cuesta escuchar", según entiende.
"Se ha perdido la picardía por eso. Yo, desde el arco, les gritaba a los punteros que tiraran el centro para cortar los ataques a los gurises de Darling, hasta que el Patito Colombo se dio cuenta que era yo. En el fútbol hay que estar en todos los detalles”.
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