SEGUIR
Fue el tema más conversado de la semana. Bueno, eso dejando de lado el “wandagate”, pero entrar allí ya sería mucho.
Hablamos de la polémica en torno al director técnico de la selección de fútbol, Óscar Tabárez, que tras encadenar algunas de las actuaciones más bochornosas del combinado en años, estuvo por perder su puesto. Pero más allá de las cuestiones deportivas, el episodio tuvo una deriva política lamentable.
Varios dirigentes de primera línea del Frente Amplio, y sus satélites mediáticos, insistieron en convertir lo que sucede con Tabárez en un hecho político, en vez de deportivo. Tabárez no estuvo a punto de perder su puesto porque “se comió” siete goles en dos partidos, y la selección está cerca de quedar fuera del mundial. Eso pasó porque existiría una oscura trama conspirativa, conservadora, neoliberal, que no le perdonaría al “Maestro” su simpatía política o su mirada humanista.
“Cuánto les duele a algunos el proceso del Maestro Tabárez, que con su esfuerzo de planificación nos ha dado los mejores resultados de Uruguay a toda una generación que no conocía de victorias”, decía estos días nada menos que el intendente de Salto, Andrés Lima. Y el referente sanitario de la oposición durante la pandemia, Miguel Fernández Galeano, agregaba que: “Están siempre agazapados. Destilan un discurso de odio y ensañamiento cada vez que un resultado se los permite (...) A la mayoría los anima un sesgo ideológico que no ocultan”.
A tal punto llegó la cosa, que el ex director de La Diaria, Marcelo Pereira, en una inusual concesión al sentido común, llegó a escribir allí que “considerar que la forma de juego de la selección que dirige Tabárez es de izquierda, o que hay que cambiarla por una de derecha, resulta realmente disparatado”.
Desde ya que su apelación no tuvo mucho éxito, ya que el discurso maniqueo, infantil y sectario de muchos dirigentes opositores siguió fogoneando esta especie de grieta deportiva insana.
Empecemos por el principio. El fútbol es un deporte, un espectáculo, un entretenimiento. Punto. Todo lo que allí pasa, incluso en un país que se lo toma tan a pecho como Uruguay, no deja de ser un show pasatista sin mayor significancia.
Tabárez es un profesional del tema. Alguien contratado para una tarea específica, por la cual cobra además un salario inimaginable para la mayoría de los uruguayos. Y que en buena medida se justifica por ese show y la pasión que despierta aquí todo lo vinculado al fútbol. Tabárez es un ser humano con sus luces y sombras como todos. No es un referente moral, pilar cultural, ni nada de lo que mucha gente que descubrió el fútbol en 2010 ha intentado convertirlo.
Tabárez es un notorio simpatizante del Frente Amplio. Pero en su defensa cabe decir que nunca usó su posición profesional para apoyar su agenda política. Y muchos de quienes lo impulsaron y sostuvieron en su cargo estaban en las antípodas de su ideología. Y así debe ser.
El fútbol, en Uruguay, es la mayor pasión de la sociedad. Y todo lo que allí sucede se vive de manera exacerbada. ¿Desde cuándo no se puede criticar a un técnico o jugador por motivos políticos? ¿Cuándo comenzó esta estupidez?
Lo que muestra todo esto es la gran confusión que tiene mucho dirigente y simpatizante del Frente Amplio. Que confunden su mirada política, sus valores, su enfoque cultural, con los de la nación. En un espiral de mesianismo que se ha agravado desde que el pueblo les dio la espalda hace casi dos años, parecen convencidos de ser titulares de una superioridad moral absoluta. Y que el mundo se divide entre unos buenos, (ellos) y otros malos (todo el que no piensa como ellos). “Cuánto les duele”, “están siempre agazapados”... ¿Quienes son? ¿Dónde están esos villanos?
Malas noticias. La política es otra cosa. En una democracia, la contienda es entre gente que quiere lo mejor para el país, para su gente, pero que simplemente tiene recetas diferentes para alcanzar ese horizonte. No es el guion de una película infantil berreta, con princesas altruistas y brujas maquiavélicas. Es algo parecido a lo que pasa con ese eslogan ridículo de que “La LUC no es Uruguay”. ¿Ah, no? ¿Una ley votada por abrumadora mayoría en un parlamento democrático, “no es Uruguay”? ¿Y quién les dijo a sus opositores que ellos tienen el “uruguayómetro” para definir eso?
Si los dirigentes y fanáticos del Frente Amplio quieren seguir por este camino solo profundizarán el creciente divorcio que muestran todas las encuestas con el sentir masivo de los uruguayos. Allá ellos. Ahora, mientras tanto, déjenos disfrutar, reír, insultar, y vibrar con el fútbol en paz. Y, sobre todo, no usen la principal pasión que une a los uruguayos para dividirnos.