El último día del año pasado, un hilo de tuits publicado por el dirigente sindical Emiliano Mandacen da lugar a dos reacciones diametralmente opuestas: la risa o la preocupación sobre la grave distorsión de la realidad que están padeciendo algunos activistas gremiales.
Corregidos varios errores de puntuación y sintaxis y agregados algunos tildes que faltaban en el original, dice así: “Denuncia pública. No nos moverán. En el día de ayer, luego de salir de una reunión con el Codicen, pasé a buscar a mi madre por mi casa y asistimos al Mercado Agrícola. Para nuestra sorpresa, luego de unos minutos nos percatamos de que un ‘personaje’ nos seguía. Intentó que no se percibiera con precisión su rostro, utilizando un gorro”. Allí Mandacen describe al detalle lo que almorzó con su mamá y cuenta que hizo algunas compras de Año Nuevo, (“nada ostentoso que salga del presupuesto de un trabajador que vive de su salario”), para descartar la hipótesis de que los hubieran seguido para robarles: “El segundo objetivo podría ser amedrentar, generar inseguridad, paralizar. Bueno, puedo afirmar que no se logrará. Este tipo de operaciones no hacen más que afirmar que debemos luchar por una sociedad que logre extirpar estas prácticas propias de los tiempos más oscuros”.
A partir de allí, el hilo de tuits recibe todo tipo de respuestas. Desde quienes se ríen a carcajadas de la manía persecutoria del autor, hasta quienes le expresan su solidaridad, deseándole “un 2023 de conquistas, con el fascismo en retirada”.
Bien vale analizar este tema, porque no es un infundio más en el barro de Twitter, firmado por un troll que escude su mendacidad en un seudónimo trucho. Está suscripto por un dirigente de primera línea de la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria (Fenapes).
Solo caben dos posibilidades de interpretar sus dichos.
En primer lugar, puede que tergiverse conscientemente la obvia intención de un rapiñero, con el fin de victimizarse políticamente.
La verdad que, de ser así, su estrategia resultaría por demás ingenua. La hipótesis grave es la segunda: es posible que Mandacen crea de verdad que el gobierno (o el Codicen o el Gran Hermano) haya mandado a un muchacho de gorro para perseguirlo e intimidarlo.
Si es así, no se trata de la invención de un hecho, sino de una preocupante distorsión del sentido de la realidad, semejante a la de su colega que habla del “fascismo en retirada”, como si viviéramos bajo un gobierno totalitario.
Hay una delgada línea roja que separa la pompa declarativa a la que acuden dos por tres los radicales de izquierda, de una delirante mitomanía, indigna de quien asume representatividades públicas. Es una línea que dirigentes como Mendacen, Slamovitz y Olivera traspasan con una pasmosa frecuencia.
Si bien es cierto que Fenapes es un gremio para nada representativo de la vasta mayoría de los docentes uruguayos, no deja de ser inquietante que estos peculiares personajes sigan vociferando disparates en nombre de todos ellos.
Allá por febrero de 2011, cuando los catastróficos resultados de las pruebas Pisa ya hacían imperiosa una reforma educativa, José Olivera salía en defensa explícita del desastre: “las pruebas PISA son la medición más tecnocrática que existe. Se pretende comparar a un niño del Borro con un alumno de Finlandia”.
Fue en una entrevista con el diario El País, en la que el periodista le consultó además a Olivera sobre el sistema chileno, que publicaba rankings de calidad educativa para que los padres eligieran el mejor colegio adonde mandar a sus hijos. “¿Mejor para qué?”, replicaba Olivera, iracundo. “¿Mejor para formar seres humanos o para fabricar hamburguesas o producir ravioles?”.
Son dirigentes que tienen esa extraña y sorprendente capacidad de huir hacia adelante. Para ellos es preferible que las pruebas Pisa evidencien paupérrimos resultados de los chiquilines en lengua y matemáticas, porque ese privilegio parece reservado a los de Finlandia y no a los del Borro. Cuando los persigue un chorro para rapiñarlos, seguramente se trata de un espía al servicio de Robert Silva.
¡Cuánta tontería!
Y no, no es risible, es patética, porque no se trata de ciudadanos de a pie más o menos delirantes, sino de dirigentes sindicales que mal representan a un sector que debe ser la principal locomotora de la transformación educativa que este país tanto necesita.
Sería erróneo echar un manto de compasión sobre estas declaraciones disparatadas. Importa difundirlas con la mayor amplitud, para que los ciudadanos entiendan de una buena vez de qué lado están los renovadores y de cuál los bochornosos reaccionarios.