La clave del pobrismo

Hay dos mensajes que en estos días se han viralizado profusamente en las redes sociales, que resultan indicativos de la identificación izquierdista con el pobrismo. Que no es lo mismo que con la pobreza.

Si bien la definición oficial de la Real Academia Española apunta para otro lado, la acepción de “pobrismo” que manejaremos aquí tiene que ver con el uso que se da al término en nuestros países: una política destinada a subvencionar a los más desfavorecidos, pero sin sacarlos de esa condición.

Por el contrario, la estrategia pobrista es aquella que reivindica la carencia de recursos básicos como una especie de virtud, en oposición a la avaricia y maldad que se atribuye a quienes ostentan prosperidad económica.

Lo curioso es que uno de los mensajes está siendo viralizado por votantes de la Coalición Republicana, mientras que el otro es propagado con entusiasmo por frenteamplistas.

Pero el contenido en ambos casos es ese: la reivindicación del pobrismo como estrategia izquierdista de acumulación electoral.

El primer caso es un video que publicó el 5 de enero América Rangel, diputada mexicana por el Partido Acción Nacional. Es un extracto de entrevistas a líderes de izquierda tan contundente, que fue retuiteado hasta por la española Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.

En él, distintas personalidades políticas latinoamericanas expresan un peculiar rencor a las clases medias. Un general venezolano que asesoraba a Hugo Chávez testimonia que este le explicó un día: “usted no ha comprendido la revolución. La revolución se trata de mantener a los pobres, pobres, pero con esperanza. Porque los pobres son los que votan por nosotros. No los podemos sacar a la clase media, porque dejan de ser pobres y pasan a ser nuestros enemigos”.

Podría tratarse de una cita inventada por quien la rememora, pero en el mismo video aparece enseguida la diputada oficialista mexicana Yeidckol Polevnski, declarando en un programa de televisión que “cuando sacas a gente de la pobreza, llegan a la clase media y se les olvida de dónde vienen y quién los sacó”.

Luego llega el turno al presidente de Colombia, Gustavo Petro, que dice: “Y cuando los pobres dejan de ser pobres y tienen, entonces se vuelven de derecha y viene el problema”.

Y cierra el video el mandatario mexicano Andrés López Obrador, en un discurso sincericida: “Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos. No así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con los de la intelectualidad. Entonces no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.

Lo que impresiona es la brutal coherencia de los distintos testimonios (a pesar de que hay quienes reclaman que lo de Petro es una tergiversación, por hallarse sacado de contexto).

Sin embargo, quien con buena voluntad suponga que estas celebraciones de la pobreza como arma electoral del asistencialismo son meras coincidencias, debe ver el otro mensaje que se está viralizando en estos días, un meme con la foto del personaje “Doña Florinda” de la serie humorística “El Chavo”, al que atribuyen un peculiar “síndrome”: “Vive en un barrio obrero. Se cree de clase alta. Odia las políticas sociales. Defiende a los ricos y por la noche raspa la olla”.

Esta triste imputación hacia quienes aspiran a progresar por su propio esfuerzo y rechazan la “conciencia de clase” marxista, proviene de un libro publicado en 2015 por el argentino Rafael Ton, que se titula justamente “El síndrome Doña Florinda”. Ha sido citado con frecuencia por el expresidente de Ecuador, Rafael Correa y hoy entusiasma a las redes de trolls del Frente Amplio, que lo usan como forma de hostigar a los trabajadores que dejaron de creer en su demagogia.

En el fondo, se trata de un nuevo manotazo de ahogado. Como ya no convencen a nadie con la tontería de que los gobiernos liberales y republicanos constituyen una conspiración de “la oligarquía y el gran capital”, ahora la emprenden contra sus votantes. Odian a la clase media porque ven en ella la aspiración de progreso que creen -erróneamente- que no existe entre los más vulnerables. Suponen también equivocadamente que quienes están pasando mal se contentan con el asistencialismo. Torpedean la transformación educativa porque los quieren ignorantes y dependientes de la dádiva estatal.

Están tan fanatizados que, si su perimido tinglado ideológico es rechazado por la gente, ni siquiera piensan en modificarlo. Le echan la culpa a la gente.

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