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Los ideales del Partido Nacional

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En el editorial del día de ayer se reseñaban los principales hitos históricos del Partido Nacional al cumplirse el 10 de agosto los 180 años de la colectividad fundada por Manuel Oribe.

Ese enfoque histórico es especialmente relevante en un partido cuyos ideales no surgieron de una reunión de intelectuales sino de la acción concreta de personas sujetas a las más diversas condiciones. Pero también es relevante, porque esas ideas fuerza son las que iluminan el camino hacia el futuro.

Oribe en el Cerrito es la representación del americanismo. Berro y Leandro Gómez ante la invasión de Flores, la defensa de la dignidad nacional. Lavandeira, el sacrificio por la democracia. Aparicio Saravia, la lucha por la libertad para todos. Herrera, la defensa de la soberanía. Wilson, el estandarte de la libertad en la oscura noche de la dictadura y así podríamos seguir enumerando ejemplos. En uno de los partido políticos más viejos del mundo, lo que es un hecho y no un mero ditirambo, la historia tiene un peso decisivo en su configuración.

Estos ideales, a efectos clasificatorios, pueden agruparse en tres: los relacionados a la concepción de persona, los que definen el modelo social y los referentes a la relación del país con el mundo.

En el primer grupo encontramos una definición esencial que es el valor intrínseco de cada ser humano, portador de derechos naturales e inalienables entre los que se encuentra, nada menos, que el de escoger su propio proyecto de vida mientras no lesione este mismo derecho a otras personas.

En otras palabras, es entender que cada persona es un fin en sí mismo y no el medio para los fines que pretendan perseguir otros individuos. Este tema no es trivial, y resulta exactamente lo opuesto a quien entiende que un grupo de iluminados de vanguardia sabe qué es mejor para cada persona. Mejor que ella misma y por lo tanto, puede y debe decidir por ella.

La segunda categoría de ideas fuerza forman la idea de sociedad, que se comprende como armónica, ya que existe un interés general que unifica las diferencias de corto plazo. Vale decir, es un concepto dinámico y virtuoso de sociedad en que la evolución y el progreso permiten la mejora de cada individuo, integrado económica y culturalmente al particular ethos en que se desarrolla. En este concepto no hay lugar para la lucha de clases, ni para emparejar hacia abajo o conformarse con la mediocridad; por el contrario, cada persona debe tener una oportunidad justa de ascender socialmente a través de sus méritos y talentos, ya que la movilidad social debe ser una característica promovida por las políticas públicas.

En este proceso virtuoso es posible que cada uno viva cada vez mejor, sin las mezquindades y arbitrariedades que limitan la libertad propia de los regímenes socialistas o sus similares, que hasta hace poco pululaban por América Latina. El apego a la democracia y a la resolución pacífica de las diferencias también es un rasgo destacable y discernible.

El tercer aspecto hace al Uruguay internacional, quizá el tema en el que el Partido Nacional más ha influido en su determinación. El Uruguay debe ser un país abierto tanto a las personas como a los flujos comerciales, por razones culturales, sociales y económicas. Fracasados los experimentos de cuasi autarquía de mediados del siglo pasado, y constatado en los gobiernos nacionalistas que la apertura es el único camino de crecimiento y desarrollo para el país, esta política se convierte en sentido común práctico.

Además, desde sus orígenes, el Partido Nacional ha defendido con uñas y dientes la independencia nacional, su soberanía y un lugar de prestigio en el concierto internacional en base a sus posiciones, no de su fuerza.

Lo anterior resulta esquemático, pero define una identidad que puede resumirse en una expresión; el Partido Nacional se identifica indisolublemente con la Libertad. La libertad política, que es el apego irrenunciable a la democracia y al Estado de Derecho; la libertad económica, que es la expresión de la libertad individual y la confianza en la fuerza de las personas para interactuar sin tutores, para encontrar las respuestas más acertadas a sus inquietudes. Y la libertad social, basada en que cada persona tiene los mismos derechos y todos deben tener las mismas oportunidades.

Este formidable programa de ideas, ejemplificado en los gobiernos de Oribe, Giró, Berro, Lacalle y los colegiados del siglo XX, tan uruguayos que solo son posibles en este país, no solo interpreta el pasado, es el que abriga la esperanza de un futuro mejor para el Uruguay.

EDITORIAL

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