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¿Washington sigue alejándose de Europa?

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CLAUDIO FANTINI
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Por querer armar un frente en el hemisferio sur, Joe Biden hizo crujir el frente en el hemisferio norte. La pregunta es por qué el presidente norteamericano destrató a Europa, impulsando una alianza anti-China sin consultarla y ocasionando un daño económico a Francia.

Trump destrató a Europa con premeditación y alevosía. Evidenciaba un desprecio hacia los gobiernos de Francia, Alemania y todos los gobernantes y dirigencias que profesaran el europeísmo, identificándose sólo con sus amigos “brexisteers” empeñados en sacar al Reino Unido de la Unión Europea (UE).

Por el contrario, Biden proclamaba la necesidad de reconstruir la dañada relación entre Estados Unidos y sus aliados del viejo continente. También la necesidad de fortalecer la OTAN, a la que Trump había debilitado por su política anti-europea.

Precisamente para restaurar la alianza política y militar entre las potencias atlánticas, designó a Antony Blinken en la Secretaría de Estado. Un diplomático filo-europeo al frente de la cancillería norteamericana marcaba la prioridad que la administración demócrata dio a los aliados europeos de Washington. Sin embargo, buscando contener el avance chino sobre el Mar Meridional en detrimento de Vietnam, Malasia, Filipinas y Taiwán, cometió un estropicio con el vínculo que procuraba restaurar y fortalecer.

La creación de la alianza con Reino Unido y Australia, además de no haber sido informada adecuadamente a la UE, implicó proveer a los australianos submarinos nucleares, por lo que Canberra rompió el contrato que había firmado con Francia para comprar submarinos clase Attack de propulsión diesel por alrededor de 50 mil millones de euros.

El primer ministro australiano Scott Morrison explicó que su gobierno no ocultaba sus dudas sobre la conveniencia de los submarinos galos. Pero Francia reaccionó con indignación. Los australianos suelen mostrar la huella negativa que dejaron en la relación Canberra-París las pruebas nucleares que Francia efectuó en el atolón de Mururoa y otras islas polinésicas del Pacífico Sur, a partir de 1966 y durante las décadas siguientes. A su vez, Francia suele mostrar la huella que dejó en la relación París-Washington la orden norteamericana de poner fin de inmediato a la guerra de 1956, iniciada por franceses y británicos contra Egipto por la nacionalización del Canal de Suez.

La furiosa reacción de Emmanuel Macron apuntó más a Biden que a Scott Morrison. Sucede que la Casa Blanca fue la impulsora del AUKUS y, a la hora de ofrecer los submarinos nucleares con que Australia reemplazó la compra que estaba por hacer a Francia, debió tener en cuenta la contraindicación del acuerdo anti-chino en la relación con Europa.

Bruselas debió estar al tanto de las negociaciones entre norteamericanos, británicos y australianos. El reemplazo de submarinos debió contemplar alguna compensación para Francia. Si no hubo nada de eso, es porque Biden actuó con torpeza.

No fue un daño causado con premeditación como los que le propinaba Trump a la UE. No tiene sentido pensar que Biden actuó de manera deliberada. Entonces, la explicación posible es la negligencia.

En Estados Unidos creció la convicción de que China es el principal desafío al liderazgo norteamericano y de que Xi Jinping está dispuesto a extender rápidamente la soberanía china sobre islas y aguas vietnamitas, filipinas, taiwanesas y malayas en el mar meridional. Por eso fue creciendo en el Pentágono la misma convicción que, en 1953, John Foster Dulles y el vicepresidente Nixon transmitieron a Eisenhower sobre la necesidad de replicar en el Asia Meridional el modelo de la OTAN para contener una posible expansión del comunismo chino.

Así nació, en 1955, la SEATO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático), con sede en Bangkok. Pero además de Australia, Nueva Zelanda, Pakistán, Filipinas, Tailandia, Gran Bretaña y Estados Unidos, la SEATO incluía a Francia. Mientras que ahora se la dejó afuera, incluso de la gestación del AUKUS (sigla en inglés de Australia, Reino Unido y EE.UU.). Peor aún, se perjudicó a económicamente al país europeo.

Igual que en la retirada de Afganistán, la Europa continental no fue consultada ni adecuadamente informada. La reiteración del desaire implica por parte de Biden, o bien negligencia estratégica, o bien la continuidad de un proyecto apuntado a colocar la OTAN en un segundo plano, dando protagonismo en el esquema de alianzas al componente anglosajón.

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