Uruguay y América Latina

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HEBERT GATTO
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Examinar y proyectar la actual situación política de América Latina, no resulta un ejercicio en exceso gratificante.

Alcanza para ello, con detenerse en la situación de sus principales países. Argentina, endeudada como lo ha estado en los últimos cuarenta años hoy atraviesa un ciclo de pobreza de su población de alrededor del cuarenta por ciento de ella. Un porcentaje desolador para una nación que a principios del siglo veinte mantenía un PIB superior al de la mayoría de los estados europeos. Por más que su peor mal, no haya sido económico sino político, viviendo desde 1930 en adelante, incluyendo los doce años del peronismo, en una situación de grave estabilidad institucional, con más golpes militares que gobiernos realmente democráticos. Al presente continúa dividido por ese populismo ancestral al que no logra superar y, aguarda unas elecciones, que sea quien sea el ganador, no auguran un futuro venturoso.

Brasil dirigido por otro consumado populista como Jair Bolsonaro, decidido admirador de los golpes militares, cuyo mayor logro en la pandemia fue considerarla “una gripecita”, encabeza el grupo de países con mayor mortalidad por el virus. Todo parece indicar que será desplazado por Lula Da Silva, un representante de la izquierda blanda de ese país, con procesos pendientes por corrupción. Un precedente que también soporta Cristina Fernández en la Argentina y que hace pensar que la principal preocupación política, si alguna de estas figuras fuera electa, consistiría en borrar sus antecedentes judiciales. Aún cuando, también sea lícito preguntarse, particularmente en el caso brasileño, por la legitimidad de los procesos para desgastar su potencial político. Lo que se ha llamado la judicialización de la justicia.

Así podríamos seguir, Perú soporta un primer magistrado al que Vargas Llosa ha llamado el primer presidente analfabeto de la historia de ese país. De Venezuela, Cuba o Nicaragua no es necesario hablar. Clásica dictadura de izquierda la primera, dirigida desde hace más de sesenta años por un partido único, ignorando el más mínimo pluralismo y sumiendo a su población en un estado de hibernación permanente. Venezuela y Nicaragua siguiéndole los pasos, ambas atadas a regímenes populistas también de izquierda, absolutamente ignorantes de los derechos humanos. Mientras Colombia espera una elección, donde una izquierda de discurso clásico se enfrenta a un populismo que divide al mundo entre corruptos y no corruptos.

Uruguay parece constituir una excepción a tantos pesares cultivando un pluralismo sólido. Son las instituciones no los dirigentes los que importan. Tal como debe ser una democracia. Sin embargo, una nube sigue ensombreciendo su futuro. Hoy día dentro de la oposición frentista el Partido Comunista del Uruguay ocupa un papel preeminente. Casi seguramente el más fuerte de sus partidos. Se vale del “método creador del marxismo leninismo, la filosofía de la praxis”, procura erigirse en un partido hegemónico, se rige por el “centralismo democrático”, se considera “por su historia y concepción del mundo, vanguardia política e ideológica de la clase obrera y su forma superior de organización”. Nunca renunció a la dictadura del proletariado. ¿En términos democráticos, hay algo que esperar de semejante colectivo?

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