El episodio de los pasaportes con datos omitidos que tuvo a tanta gente en vilo, sorprende por muchas razones. La más llamativa es la obstinada defensa que hizo el ministro respecto a “su pasaporte”, pese que con ello perjudicó a gente que pagó mucho dinero por el y que quizás lo necesitaba para algo decisivo en sus vidas.
Se aplicó lo de la razón de Estado por encima del derecho del ciudadano. Solo que en este caso no hubo razón de Estado, sino la terca “razón” del ministro Mario Lubetkin de mantener su postura pese a que los problemas generados eran notorios. El canciller siguió insistiendo que no había problemas, cuando sí los había.
La otra particularidad del episodio es el relacionado a afirmar y reafirmar que era bueno omitir (o más bien ocultar) un dato que ofrece información sobre el portador del documento. Se trata de un documento de identidad, por lo tanto es razonable que quien lo verifica (un oficial de migraciones o el funcionario de un consulado) disponga de la información más completa. En la medida que el canciller defendía con ahínco su pasaporte, quedaba en evidencia que la omisión no era un error o un olvido, sino un deliberado intento de ocultar información.
El senador Daniel Caggiani apoyó al ministro: “Uruguay no necesita preguntarle a nadie cómo hacer un pasaporte” dijo en orgullosa defensa de la soberanía nacional.
Sin duda no necesita hacerlo, pero ocurre que el pasaporte es un documento muy particular. Es el que se presenta a las autoridades de otro país en el momento de ingresar. Y son las autoridades de ese país quienes deciden si le autorizan o no la entrada, en base a información mostrada y a cuestionarios hechos ahí mismo en el mostrador, que a veces resultan muy molestos.
Por lo tanto, tendrá razón Caggiani cuando dice que Uruguay no necesita consultarle a otros, pero del mismo modo otros no necesitan explicarle a Uruguay cuando deciden objetar el ingreso de un compatriota. Insisto, al que se le hace daño no es a Caggiani ni a Lubetkin, sino al que viaja.
En la discusión entre la cancillería uruguaya y la embajada alemana (que simplemente advirtió lo que podía llegar a pasar), los que perdieron fueron aquellos cuyo documento se emitió con la omisión. A esa gente poco le importa la elocuencia del ministro para insistir que está en lo correcto. Lo que necesita, quizás porque se le va la vida en eso, es un pasaporte que abra fronteras, no que las cierren. Mientras el ministerio se tomaba su tiempo para contactarse con 182 países (que no fueran Alemania, Francia o Japón) para ver si estos también pondrían reparos, los afectados veían pasar los días sin que nadie hiciera lo obvio: rápidamente y sin vueltas, otorgarles un pasaporte nuevo y corregido. A todos y en la forma más veloz posible. Una respuesta que les hiciera salir de un escollo que podría afectar irreversiblemente sus vidas.
Uno de los argumentos fue que habría países renuentes a sellar el ingreso de quien al presentar el pasaporte es un ciudadano uruguayo, pero queda en evidencia que lo es en forma legal por cuanto la ciudad de nacimiento pertenece a otra nación. Por las más diversas razones, esa persona podía no ser admitida.
Al parecer a veces sucede que una oficina de Migraciones tiene problemas con el país de origen del portador, más allá de que su ciudadanía sea la uruguaya.
Si eso está pasando, no es algo muy difundido. Tampoco se ha difundido con que frecuencia sucede. Caggiani habla de quienes siendo uruguayos nacieron en Cuba o Venezuela. A no ser que haya gente que deliberadamente saque pasaportes uruguayos para de eso modo entrar como turista para quedarse a vivir ilegalmente en otros países, no habría motivos para tal discriminación. ¿Porqué los cubanos o venezolanos? ¿Por temor a que sean agentes de esas dictaduras? ¿Por temor a que sean perseguidos por dichos regímenes? No es claro cual es el lío y nunca se han hecho públicas tales situaciones ni como fue exactamente que sucedieron.
Pese a que todo estos podría estar ocurriendo, la omisión no se justifica. Jugarse por entero a cierta complicidad con presuntos “compañeros” ocultando datos que deberían ser públicos, no es serio. Es el tipo de decisión, muy infantil, que terminará desprestigiando un pasaporte que es bien valorado. En este tiempo tan convulsionando en que vive el mundo, de mucha incertidumbre y con una enorme sensibilidad en las fronteras, ¿qué sentido tiene exponer al país en una época donde lo sabio es no hacerse notar? Más que exponer al país, lo que se expone es a los uruguayos que viajan.
La obstinación del ministro fue llamativa. Quería defender su criatura a toda costa cuando en realidad no era eso lo dañado, sino los uruguayos que tenían ese pasaporte. Carente de toda sensibilidad, el ministro parecía decir: “que esperen, que se embromen, a quien le importa esa visa estudiantil denegada”. Lo único importante para Lubetkin era su criatura que estaba por encima de los ciudadanos a los que debe servir.