Educar, siempre educar!, era una frase recurrente en los discursos y en los artículos de José Pedro Varela. Se sabe, la reforma vareliana fue la clave para la construcción del Uruguay civilizado y moderno. La transformación comenzó a darse en el último tramo del siglo XIX y adquirió nuevos bríos en los comienzos del siglo XX, en la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez, cuando se crearon los liceos departamentales y nuevas facultades en la Universidad de la República.
El Uruguay fue consolidando su identidad como país instruido y culto, rasgos que fueron su mejor carta de presentación ante el mundo. Esa enseñanza gratuita, laica y obligatoria no escapó a la crisis económica primero y política después, que estalló en el país a mediados de la década de 1960 y terminó arrasando con las instituciones exactamente un siglo más tarde del comienzo de la reformar vareliana. El resto de la historia es conocida. O al menos eso creo yo.
El jueves último fui invitado por la biblioteca del Liceo N° 6, Joaquín Artigas de Maldonado a conversar con un numeroso grupo de alumnos de 5to. año. El Liceo se encuentra en el barrio Lomas de San Martín, en la periferia de la capital fernandina. Su edificio data de hace una década y no fueron pocos los obstáculos que las autoridades y los docentes debieron sortear para que la institución fuera aceptada por los vecinos de la zona. El barrio ha ido cambiando y mejorando, pero aún queda un asentamiento habitado por uruguayos de todos los departamentos de la República. En él funcionan bocas de venta de pasta base y se registran frecuentes hechos de violencia. También se han construido dos complejos de viviendas que rodean al moderno edificio: Los tocones y el B75.
En la populosa zona, hay cinco escuelas y el Liceo Joaquín Artigas (el nombre recuerda a un integrante del desembarco de la Agraciada que era negro y no aparece en el famoso cuadro de Blanes), es el único y tiene una población de 700 alumnos y 150 docentes. Allí se dicta el segundo ciclo completo en las orientaciones humanística, científica y biológica. Muchos estudiantes desayunan, almuerzan y meriendan en la institución. Esto es posible gracias al apoyo de la Intendencia y algunas empresas privadas.
Para muchos de sus alumnos, el Liceo es el lugar donde encuentran contención y la tranquilidad que en sus casas no tienen. Docentes y adscriptos hacen un seguimiento de los estudiantes que faltan y esto tiene como resultado que la deserción sea muy baja. Buena parte del alumnado proviene de hogares monoparentales, y , en algunos casos, trabajan y son los que traen el sustento a sus casas.
Unos cuarenta chicas y muchachos de 5to. Humanístico me hicieron preguntas interesantes e inteligentes, mostrando interés por la tarea de investigar y escribir libros.
Verónica, Mabel y Omar fueron los docentes y adscriptos que me recibieron ayer. También conocí a Patricio y a Daniel, director y subdirector respectivamente de la institución. El trabajo que llevan adelante es duro, y el compromiso con la tarea que cumplen es mayúsculo. Los resultados son alentadores. Estimo que, a pesar del siglo y medio transcurrido, la frase de Varela que cité al comienzo no ha perdido vigencia sino que, además, se aplica cada día.