Un atentado injustificable

Ésta nota tiene por objeto la valoración de dos acontecimientos diferentes. El primero refiere al atentando en la ciudad de Sidney, Australia, donde fueron ejecutados en un atentado terrorista quince personas y heridas más de cuarenta. El segundo, a la manifestación del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu sobre declaraciones del gobierno australiano a favor de la creación en 1948 de dos estados sobre el territorio allende al Jordán, otorgado a palestinos y judíos, a esos efectos.

Respecto al atentado resulta notorio que el mismo fue consecuencia del antisemitismo (o más precisamente la judeo fobia), que recorre el mundo a lo menos desde el primer siglo después de Cristo, incentivado, pero no originado exclusivamente, por el conflicto en Gaza. Atenta contra la memoria histórica sostener que comenzó por los sucesos actuales. Se suele dividir esta fobia en un primer período relacionado con la adjudicada indiferencia de los judíos ante la ejecución, en manos romanas, de Jesús Nazareno. Aun cuando ese acontecimiento bíblico, base del cristianismo, presente profundas ambigüedades historiográficas.

En el siglo IV el antisemitismo, dilatando su crónica inhumanidad, se politizó, transformándose en tema de estado. Centurias después, con el establecimiento de los judíos en Occidente y el aporte del antisemitismo “teórico”, mayormente francés y alemán, paso de un problema religioso a uno racial. Una transformación que culminó con la Shoa y la extinción de cinco millones y medio de judío cruelmente asesinados. Desde entonces -sumada la reacción árabe por la justa creación del estado judío- exhibiendo atrocidades inimaginables, sigue desgarrando nuestra civilización, atea, agnóstica o creyente. Hamás es la mejor prueba de ello.

Nada racional sostiene la judeo fobia. Aún si todos los judíos del mundo apoyaran al gobierno israelí, lo que obviamente no es el caso, no se justificaría atentar contra ellos. Discriminar a un pueblo, por sus orígenes, ideas o sentimientos, es una actitud falaciosa. Las patrias no son personas. Tampoco los hombres tienen razas, aunque sí humanidad. Por eso atentar contra ellos o contra el sionismo por los sucesos en Palestina, equivale a pretender eliminar a los alemanes porque comulgaban con el nazismo, callaban sus atentados o reclamaban un país unificado. Los pecados del oficialismo israelí, que sin duda los tiene y son graves, no legitiman sino encubren, explícita o implícitamente, el eterno odio antijudío, presto como yesca seca a resurgir.

El segundo abordaje corresponde a las críticas israelíes al gobierno australiano por su pública exhortación a la creación de un estado palestino. Creación dispuesta en 1948 cuando Naciones Unidas dispusieron la formación de dos estados sobre el viejo asentamiento palestino, procurando soluciones a ambos pueblos.

De acuerdo a Netanyahu, sólo hay que aceptar la existencia de Israel, única forma, señala, de obstaculizar el antisemitismo. El dislate, que disfraza la responsabilidad de su gobierno en su buscada transformación de los palestinos en parias o en su masacre, es manifiesto. Australia no hizo más que reiterar el justo mandato internacional buscando proteger millones de seres humanos; el gobierno israelí, reiterando su práctica, una vez más, desconocerlo.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar