Como era previsible el condenable asesinato del militante de derecha trumpista Charlie Kirk sigue generando fuertes reacciones. La cadena ABC, propiedad de Walt Disney Co. decidió retirar el programa de Jimmy Kimmel, un respetado comentarista televisivo, sin mayores explicaciones. Por más que la alusión a Kirk del reportero había sido breve y sin adjetivizaciones. La decisión de despedirlo siguió a las observaciones del Presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, quien amenazó tomar medidas estatales contra ABC, por los comentarios de Kimmel agregando que lo ocurrido suponía “un punto de inflexión importante” ignoramos hacia qué.
Una posición que excede el plano político estricto generando fuertes adhesiones entre los sectores contrarios a la cultura de la libertad de expresión. Al unísono el Presidente Donald Trump, conductor indiscutible de esta nueva “perspectiva”, demanda al New York Times y a cuatro de sus reporteros acusándolos de “difamación” en una campaña más y más profunda, contra lo que él denomina la izquierda, pero en realidad dirigida contra las bases más profundas del liberalismo. Con ello, desde el país más poderoso del mundo, se levanta un escenario regresivo, de vocación mundial, donde los republicanos y su jefe parecen decididos a desmontar la tradición democrática de su país, volviendo a los pavorosos momentos de la “casa de brujas” del macartismo. Todo ello con la algo débil oposición del partido demócrata y de importantes figuras afiliadas al liberalismo. El resultado, es un progresivo oscurantismo que se difunde por todos los continentes, con la activa colaboración de personajes de la catadura de Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Marine Le Pen, Santiago Abascal, Viktor Orban o Benjamín Netanyahu.
Resulta paradojal que una civilización como la occidental, que a costa de enormes sacrificios generacionales fue capaz primero de derrotar al esclavismo, al feudalismo luego, para afrontar más tarde las autocráticas monarquías, deba concluir en lo que parecería el amenazante panorama que comenzamos a afrontar. Sin olvidar la lucha primero contra el fascismo y posteriormente del comunismo en nuestro siglo XX, dos terribles desafíos totalitarios, para asentar (por más que precariamente, con baches, renuncias e injusticias, algunas notorias) la actual democracia.
No resulta para nada agradable, vivir en la incertidumbre que estos tiempos deparan. El nazismo se disparó con el incendio del Reichstag. Bien pudiera suceder, que una profunda inversión de valores y creencias impulsado por el propio poder ya dominante, ponga en reversa el reloj de la historia, aprovechando oportunidades para regresarnos a períodos de opresión. Lo que ocurre no es una divagación gratuita. Es una realidad que cada mañana nos golpea más cercanamente. ¿Queremos vivir en un mundo dominado por el populismo, el autoritarismo del gobierno de los que más tienen, la desigualdad como norma, el militarismo y el ahogo espiritual de las autocracias? Todo esto, con pequeñas variaciones locales, lo promete y ejecuta la nueva derecha que comienza a escalar defensas débiles. El liberalismo, el respeto kantiano al ser humano, está en jaque. No advertirlo es suicidarse.