Trump el malo

Hoy lo políticamente correcto es criticar las iniciativas de Trump: imprevisible por sus amenazas y cambios en los aranceles de comercio exterior; funcional a los intereses rusos en Ucrania; agresivo contra aliados naturales, como Canadá, Dinamarca o Panamá; y decididamente imperialista en su acción en el Caribe contra organizaciones narcotraficantes.

Cada una de esas afirmaciones es equivocada. Trump utiliza el poder de su país como primer potencia económica mundial y codiciado mercado de consumo para defender mejor los intereses estadounidenses de largo plazo. Como cualquiera sabe, la economía depende de la política. Y frente al desafío de potencia chino en el equilibrio global, Trump exigió de sus aliados una mayor contribución económica, es decir, más inversiones reales en Estados Unidos (EE.UU.) y respeto de reglas de juego capitalistas básicas. Dos ejemplos: han sido centenares de miles de millones de dólares los que obtuvo en estos meses, por promesas de inversiones de parte de empresas vinculadas a Corea del Sur, Arabia Saudita, Qatar o los países de la Unión Europea; y frente a un Pekín tan afín a la piratería en la propiedad intelectual, Washington logró mejores condiciones bilaterales.

No hay imprevisibilidad. Hay utilización de reglas de juego en favor de sus intereses nacionales. Para la situación con Rusia ocurre algo similar: Trump parte de la base de que la guerra en Ucrania está ganada por Moscú (algo previsible desde 2022). Hay que terminarla lo antes posible para evitar mayores tragedias y mayor éxito ruso, ya que naturalmente nadie quiere ir a una tercera guerra mundial por causa de un diferendo entre primos hermanos eslavos.

El objetivo también es asegurar toda la región con grandísimas inversiones estadounidenses, de manera de acceder allí a las grandes reservas de minerales raros, claves para la nueva economía, y para contrarrestar el avance de la influencia china en Eurasia.

Aceptando que existe este desafío chino es que se entiende mejor lo que llaman los anti-estadounidenses de siempre “agresiones de Trump” contra sus aliados. Es lógico que EE.UU. no acepte que el canal de Panamá tenga presencia china: es un pasaje militar y comercial estratégico para Washington. Es evidente también que, a la larga, Dinamarca no podrá sostener los esfuerzos de seguridad que exige Groenlandia, frente a los mayores intereses rusos y chinos en esa región del mundo, por lo que es natural que la Roma de nuestro siglo plantee una posible anexión (y no es nuevo: Alaska fue comprada a los rusos en 1867). Y finalmente, es legítimo que EE.UU. exija a Canadá más seguridad en sus fronteras comunes y firme provisión de materias primas, ya que en última instancia la seguridad global del segundo país más extenso del mundo depende también de Washington. Y Ottawa lo sabe.

Por último, la acción militar en el Caribe muestra en verdad lo mucho que demoró EE.UU. en ejercer allí su liderazgo. Hace más de una década que Venezuela desestabiliza demográficamente a Colombia, Perú y Chile, por ejemplo. Pero también Caracas ha extendido en toda la región sus redes narco-criminales: alcanza con leer “Petrodiplomacia” de Natalevich para conocer algunos detalles. Era necesario cambiar la fisonomía del patio trasero. Trump, simplemente, lo está haciendo.

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