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¿Mala mente, o malamente?

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Tomás Teijeiro
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Estoy harto de los actores políticos caraduras que adornando sus discursos con encuestas, gráficas, estudios muy profundos citados solo en lo que les conviene, vehemencia, sensiblería barata, mucho grito y poca escucha al adversario, acaparan la agenda y el debate público.

Desviando la cosa de lo principal a lo accesorio, zafando de las discusiones de fondo, y juzgando a los demás co-mo si por alguna razón estuvieran en un plano de moralidad superior al resto de los mortales.

Siempre me he preguntado si esto ocurre porque no saben y le pifian a las cuestiones más simples del conocimiento filosófico, político e histórico (llamémosle mala mente), o porque ensayan intencionalmente un relato afín y funcional a sus intereses, con desdén por el bien general y donde el fin justifica los medios (malamente). Para desentrañar la maraña, es bueno volver a las fuentes, aunque sea simplificando el razonamiento y podándolo de adornos.

El mundo de las ideas básicamente se divide en dos: 1- el liberalismo (ojo al parche con lo de "neo" que esa onda es de los 90…), y 2- el voluntarismo.

El liberalismo político que en materia de autores tiene entre sus referentes a Locke y Von Hayek, se afianza sobre el derecho natural y las ideas de libertad individual, de propiedad, en la igualdad de los hombres al nacer, en el Estado de Derecho, en el imperio de la ley, la democracia como forma de gobierno, en un gobierno limitado, y en una concepción de la dignidad de la persona, que la sitúa por arriba del Estado. El mejor ejemplo es el de la democracia más perfecta, la que nació con la Declaración de Filadelfia en 1776, y se plasma en la Constitución de los Estados Unidos. A muchos podrá no gustarles la primera potencia, pero nadie puede criticar la fortaleza de sus instituciones, que son intrínsecamente liberales.

La otra vertiente de ideas, el voluntarismo, cuyos principales exponentes van desde Descartes hasta el trío de Marx Engels Lenin, expone su desarrollo con cierto desprecio por el derecho natural, viendo a la razón como un instrumento de construcción artificial y no de descubrimiento, validando la alienación del individuo en pos de la comunidad, poniendo a la igualdad material por arriba de la libertad, dando prioridad a un Estado omnipotente (generalmente corporativo) que deja al individuo impotente, con base en el materialismo dialéctico y el determinismo económi- co que todo lo explican, y desembocando en la ideolo-gía, la lucha de clases, la dictadura del proletariado, y el partido.

Siempre con un iluminado al frente, que se presenta como el ungido interprete de aquello que ese ente incorpóreo llamado "la voluntad general" entiende que es lo mejor para usted y para mí. Ejemplo: que no tengamos más saleros en las mesas de los bares. Algo que en doctrina política se definiría como: que le den por saco a los derechos del hombre y a su libertad. Los casos históricos más representativos han sido la dictadura soviética, la cubana, la de Alemania Oriental, la actual Corea del Norte, y las desgraciadas Venezuela y Nicaragua.

Pero, ¿sabe qué estimado lector?, si cortara por aquí mi enumeración de casos de cada corriente de ideas estaría siendo, o necio (mala mente), o tendencioso a sabiendas de mi razonamiento (malamente), por esto creo pertinente explayarme.

Podemos considerar afines con el liberalismo a Inglaterra, a Holanda, a España, a Australia, a los Estados Unidos, a Canadá, a Nueva Zelanda, incluso hasta haciendo un poco de esfuerzo a Francia. Pero, ¿sabe quiénes se han alineado con las ideas voluntaristas además de la URSS y Cuba? La Alemania nazi, la Italia fascista, Perón, Videla, Chávez, Evo, Hussein en Irak, las dictaduras islámicas, y todos esos que usted imagina. ¿A qué adivino dónde no le gustaría vivir?

Es por esto que no es menos genocida un miembro de las SS que un esbirro amigo del Che, o el mismísimo Guevara. Que no le vendan como más humano al desgreñado y barbudo guerrillero, porque es igual de malo que el acicalado ario de uniforme impecable.

Y es en este punto donde los voluntaristas de entrecasa (tratando de disimular su parentesco ideológico con los nazis y fascistas), me mirarán socarronamente por encima del hombro diciendo: "otra vez con el fantasma del comunismo y la URSS". Pues saben qué: sí, carguen con sus muertos señores. Ya es hora de decir las cosas por su nombre y ponerlas en blanco y negro. Háganse responsables, que al final del día, cuando se van a dormir arropados con los privilegios de nuestra democracia, todavía se dan el desleal gusto de soñar con la dictadura del proletariado. Que en definitiva lo único que diferencia a Nicolás Maduro de Pablo Iglesias es la barriga. Y por ahora. ¡Si es que no hay nada que imitarles! Dan vergüenza. No entiendo cómo enamoran gente por aquí.

Por eso, nuestro país, como decía Enrique Iglesias recordando a Wilson, nece-sita "egos más chicos y co- razones más grandes". Un estupendo ejemplo nos lo acaban de dar el senador McCain y el presidente Obama. Uruguay requiere de políticos así, con un poco más de desapego (al sentir de J. D. Salinger), que sean capaces de darse cuenta tal como lo hicieron los pensadores estoicos, que en las difíciles horas que atraviesa nuestra sociedad, lo fundamental pasa por distinguir "lo verdadero" de "lo aparente".

Y que esta tarea de elegir entre el bien y el mal hoy es bastante clara. No hay lugar a equívocos para el que no piense con mala mente, o malamente. El país no necesita más egoístas, no necesita un gobierno dominado por un grupo de presión sindical que baja línea sobre sus intereses sectoriales, que por ser precisamente eso, son antagónicos con el bien general. Ningún hombre es libre, si no es dueño de sí mismo, decía Epicteto. Pues necesitamos ya un gobierno que sea dueño de sí mismo, que pueda ejercer la autoridad, que sea eficiente y eficaz, que sea capaz de entender que está todo por hacer, y que libertad y obediencia son derechos y valores que deben ser ejercidos con firme determinación. No hay pompas de jabón, y tampoco exceso de democracia.

Lo que hay son grandes egos, y quizá corazones pequeños. Ojalá que no.

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